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La plaga bíblica que asoló  el campo valenciano

La plaga bíblica que asoló el campo valenciano

La combinación de remedios primitivos y religiosos no atajó el desastre, que puso en jaque a los agricultores

ÓSCAR CALVÉ

Sábado, 16 de julio 2016, 23:44

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«La VIIIª plaga fon lagosta, tanta que quasi lo sol tolia, e.s menjave tota la erba vert, que no.y romangué neguna erba vert». Que San Vicente Ferrer se sirviera de las célebres plagas bíblicas en el contexto de sus sermones orientados a advertir la proximidad del fin de los tiempos no resulta especialmente llamativo. No obstante, al escarbar más en su sermonario se observan alusiones a la naturaleza como esclava de la voluntad divina, en absoluto amable con el ser humano, pues con cierta frecuencia enviaba «pedres, lagosta, secades e neules». En este sentido, con las oportunas precauciones, las intervenciones del dominico denotan experiencias vividas. Y las plagas de langostas entran en este apartado. Aunque no fuera un fenómeno muy habitual, su especial virulencia se reflejaba en las crónicas de muy diversas épocas, porque ni mucho menos la presencia de estas plagas se ciñe al siglo XV.

El azote más devastador para nuestro territorio producido por langostas se produjo en 1756. Su fase más agresiva se desarrolló en julio, hace exactamente 260 años. Tuvo inicio algunos meses antes en Extremadura, pero se extendió por toda la península hasta llegar al antiguo Reino de Valencia. Desde Benicarló a Orihuela, con especial virulencia en las provincias de Alicante y Valencia. Los cultivos fueron arrasados de tal manera que los más devotos temieron sufrir la octava plaga bíblica que narra el libro del Éxodo. Este caso y sus predecesores constatan que hubo un tiempo no tan lejano en el que las desgracias naturales se interpretaron como castigos divinos. Como tales, no bastaban las soluciones terrenales para erradicarlos. Resultaba imprescindible el apoyo de la mediación sobrenatural. Los santos más validados por la sociedad para erradicar las plagas de langosta fueron San Gregorio Ostiense y San Agustín, aunque el propio San Vicente Ferrer, una vez alcanzado el altar de la santidad, se convirtió en otro mediador divino contra la langosta. A grandes males, grandes remedios. Causa estupor la magnitud de estas plagas, no menos que algunas de las soluciones más socorridas: procesiones, reliquias y libros de conjuros, se han sucedido a lo largo de los siglos. Por ejemplo, una de las muchas consecuencias de la plaga de langostas de julio de 1756 fue la institucionalización de la célebre Virgen de la Cueva Santa como patrona de Segorbe.

La temida protagonista de esta semana es la 'Dociostarus maroccanus Thunberg'. Más conocida como la langosta mediterránea, es un insecto ortóptero, es decir, masticador, con un par de alas anterior y otro posterior y de metamorfosis sencilla, similar al saltamontes. Su hábitat natural se desarrolla en ciertas comarcas de países ribereños del Mediterráneo. De color castaño y con manchas oscuras, alcanzan unas medidas entre 20 y 38 mm. No generan el habitual espanto que producen las cucarachas americanas que inevitablemente conocemos los valencianos desde algunas décadas, aunque, parece indiscutible, no es un animal que genere mucha simpatía. Sea por su aspecto o por su proceder dañino. El caso es que el bicho en cuestión fue un verdadero quebradero de cabeza para nuestros primitivos campesinos.

En Valencia, ya en la primavera de 1358, «fos proposat en lo dit Consell que la lagosta, que era en los secans a altres térmens de la dita ciutat, fahia e donava gran dampnatge als splets (a las cosechas) que són en la terra, lo Consell damunt dit ordenà e tench per bé que, a honor de Nostre Senyor Déu e de tota la cort celestial, fos feta processió per la dita ciutat, la qual fos celebrada en e per aquella forma e lochs que als dits honrats jurats será ben vist fahedor, e que les dites coses dir e notificar per part del dit Consell al senyor bisbe de València». Dios enviaba el castigo y a Él y a su corte divina se les solicitaba la remisión de tal condena. Con el transcurso de las semanas y los meses se comprobó que la erradicación de la plaga no llegaba y fue preciso adoptar nuevas medidas: se creó una comisión especial que determinó la elaboración de cuadrillas de cincuenta hombres con la tarea específica de exterminar la langosta. Los exterminadores cobraron sueldos provenientes del dinero acaudalado por la Iglesia en beneficio de los pobres. El modo con el que se produjo el exterminio no aparece en la documentación, aunque en posteriores plagas de langostas recogidas en los archivos (1408 y 1409) se notifica el diseño de redes de cáñamo para la captura del insecto. Proceder siempre acompañado de procesiones e invocaciones a la «Sancta Trinitat qui.ns leve la plaga per sa gran misericòrdia e benignitat». Con relativa periodicidad (entre dos y cinco veces por siglo) la invasión de la langosta se repetía, y con ella los sistemas de combate ya citados. Los 'insecticidas' antes del desarrollo científico se mostraban inútiles. Resulta fascinante y esclarecedor el título de una obra editada por primera vez en Madrid en 1662: 'Libro de conjuros contra tempestades, langostas, pulgón, cuquillo y otros animales nocivos que dañan y infestan los frutos de la tierra'. Efectivamente, insectos y tempestades eran combatidos mediante conjuros y peculiares liturgias de misas y oraciones.

La plaga de langostas más perniciosa de nuestra historia entró procedente de Almansa, en torno al 10 de julio de 1756. Sax, Villena, Ibi.pocos días después llegaba a Ontinyent. De allí pasaba a Xàtiva y Algemesí. La invasión de langostas se había llevado por delante los campos de Castilla algunos meses antes y desde ese territorio se aconsejaban algunas medidas para evitar el desastre. Las preventivas, como quemar los parajes donde la langosta realizaba su puesta u ovación, o la contratación de peritos expertos que analizaran las trayectorias de las nubes que formaban los insectos. Otra opción que delataba la urgencia del remedio era pisotear las langostas por las noches cuando estaban en su fase de feto o mosquito, incluso adulta. A alguno se le habrán erizado los pelos al pensar en el sonido de aquella acción. Si no funcionaba nada, se elaboraba un artificio llamado bueytrón, una evolución de las redes de cáñamo ya citadas en el siglo XV. Era una especie de cazamariposas de diversas medidas. Los más grandes precisaban las manos de hasta 8 operarios. Pero nada frenaba el avance de la plaga, que se repitió sistemáticamente hasta 1758. Entraban en juego rogativas y procesiones de carácter penitencial, bendiciones de campos y exorcismos. Cada una de las poblaciones afectadas se apresuró a designar su patrón contra la plaga. Algunos escogidos por sorteo (el Cristo de los Labradores en Cocentaina), otros en base al arraigo local (el caso ya citado de Segorbe y su Virgen). Diariamente sacaban las imágenes de los santos escogidos, al mismo tiempo que se suprimía cualquier festejo. En Alzira se organizaron procesiones donde los participantes, descalzos, se disciplinaban -se azotaban- con rigor. En Algemesí, entre el 18 y el 30 de julio de aquel 1756, se bendecían cada día los campos con la ayuda de agua bendita, la Santa Cruz, la exposición del Santísimo y los sermones.

El protagonista más sorprendente de estos actos fue San Gregorio Ostiense, bueno, su cabeza. Desde siglos atrás esta reliquia se conservaba en un monasterio navarro ubicado en la población de Sorlada. Allí acudían comisiones de toda la península con pequeños recipientes con agua. Se introducía el agua por un orificio en la parte superior del relicario con los huesos de la cabeza de San Gregorio, contactaba con estos, y se recogía por un orificio inferior. Así recibía propiedades milagrosas para evitar la plaga de langosta. La agresividad de la plaga de 1756 provocó un cambio del procedimiento habitual. Fernando VI ordenó que la reliquia recorriera todas las regiones españolas afectadas. Más de 2500 kilómetros de peregrinaje que incluyó las tierras valencianas. Llegó a Elche en diciembre de aquel aciago año. Calmado el fervor popular, la plaga no remitió definitivamente hasta 1758.

La ciencia nos ha provisto del uso de insecticidas, de momento el medio más eficaz, rápido y cómodo de lucha contra esta temible plaga que en otro tiempo era considerado un escarmiento divino. Paradójicamente, nuestros queridos antepasados hoy tendrían que ver para creer.

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