La ecolocalización y los murciélagos
Fijémonos en la precisión que tienen estos animales para detectar mosquitos
MANUEL J. TELLO
Sábado, 25 de julio 2020, 19:18
Hay animales que «ven» con el sonido. Son los que utilizan lo que se llama la ecolocalización. Desde el punto de vista técnico y táctico, los murciélagos son la estrella de este prodigio de la evolución. Tuvo su origen hace 52 millones de años cuando un murciélago, el 'icaronycteris', comenzó a hacer filigranas aéreas y cazar insectos voladores con sonar. Actualmente, entre el 60 y el 70% de las más de 900 especies de murciélagos utilizan un sonar para cazar. Recordemos: un murciélago come por lo menos un tercio de su peso al día.
La ecolocalización consiste en localizar un objeto emitiendo un sonido y recibiendo su reflexión (eco). Es exactamente lo que hace un sonar, por ello en el mundo animal a los sistemas ecolocalizadores se les denomina biosonar. El de los murciélagos es tan preciso que, aún hoy, es la envidia de los diseñadores y fabricantes de sonares. Solo hay que fijarse en la precisión con la que detectan un mosquito y el éxito en su captura. En este caso se produce un doble efecto Doppler y, por tanto, una variación en la frecuencia del sonido original. Pero hay mucho más debido a que el murciélago, con su biosonar, obtiene muchísima información del blanco: su tamaño, posición, velocidad, dirección, etc.
Para conseguir tan alta precisión y tanta información de un blanco en movimiento tan pequeño, se necesita un biosonar muy complejo. El murciélago emite pulsos ultrasónicos de milisegundos en un amplio rango de frecuencia. Estos pulsos los pueden emitir a frecuencia constante, frecuencia modulada o una combinación de ambas. Cada especie de murciélago tiene su secuencia. Por ejemplo, un pulso biosonar con cuatro armónicos puede consistir, para cada uno de ellos, en un componente largo de frecuencia constante, seguido de uno corto de frecuencia modulada. Aunque esto parezca complejo hay una segunda parte que lo es más.
Para digerir la información que, con el eco, le llega al murciélago, se necesitan dos cosas. Un oído capaz de captar toda la información y, un cerebro con un sistema neuronal altamente especializado por zonas. Es la única posibilidad de analizar instantáneamente la información que le llega. Por ejemplo, la distancia y la velocidad del blanco las obtiene del cálculo del tiempo que tarda el sonido en ir y venir, junto con la variación en la frecuencia Doppler. Con la distancia y el ángulo que va desde la boca del murciélago a los extremos del blanco calcula el tamaño. El tiempo y las diferencias de amplitud le permiten calcular el azimut del blanco. Y las interferencias entre el sonido de ida y vuelta le permiten calcular la elevación del blanco. En cuanto a la sensibilidad, las células cerebrales del murciélago pueden detectar cambios en frecuencia de la diezmilésima del kilohercio y retrasos en el eco de 70 millonésimas de segundo. Como se ve, la naturaleza nos muestra, de nuevo, algo realmente excepcional y sorprendente.