El 29-O en la Policía Local de Valencia: «Aquella noche no pensamos. Sólo ayudamos»
Tres agentes que van a ser condecorados por su labor el día de la dana explican sus servicios: uno de ellos salvó a 10 ancianos de una residencia de Picanya
Miguel Montes acababa de dejar a sus hijos en casa de unos vecinos, en Picanya, cuando decidió bajar a ver a los ancianos de una ... residencia situada a pie de calle detrás de su casa. «No dejaba de pensar en ellos», dice. Miguel Ángel y Juan García estaban en casa cuando recibieron la petición de refuerzos. En una hora estaban en la central. «No pensamos, sólo teníamos que ayudar», cuentan. Son tres de los cientos de agentes de la Policía Local de Valencia, miles de cuerpos de toda el área metropolitana, que en la noche del barro, tras la tarde del agua, se lanzaron hacia las pedanías y pueblos anegados para ayudar. Cuentan como si nada, como usted y yo contaríamos que nos hemos tomado un café, que salvaron a una decena de abuelitos con el agua al cuello, a una mujer que llevaba horas sobre una gasolinera o a una familia con un bebé que habían tenido que subirse a la azotea de sus casas. Ellos tres serán condecorados la semana que viene, en el día de la Policía Local, por sus servicios el 29 de octubre.
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Y lo más extraño es que parecen gente normal. No tienen una S en el pecho, ni lanzan redes por las manos, ni tienen un reactor nuclear en el pecho. Y es que los tres rechazan de plano la categoría de héroes, pero el lector decidirá si hay una palabra mejor para describir lo que hicieron. Miren a Miguel, por ejemplo. Tiene todavía en la mano los arañazos de su gata cuando la rescató del agua y todavía llora al recordar que apenas pudo saber de su mujer por un mensaje que entró intempestivamente en medio del silencio del 29 de octubre. Es grande como un armario, pero de verbo rápido y ágil. También de cerebro, y fue gracias a esa rapidez mental que, tras rescatar las mascotas y los ordenadores, decidió salir a la calle mientras el agua del barranco caía con fuerza contra el recodo y se extendía por la zona baja de Picanya. Miguel, que ahora trabaja en la 3ª Unidad de Distrito, antes era policía local en su pueblo, por lo que sabía perfectamente que la marea marrón se había abatido contra una residencia de mayores situada en una planta baja. «Son como 22 o 24 viviendas particulares, como apartamentos, que por el día es un centro de día pero que por la noche no están vigilados. No dejaba de pensar en los abuelitos», dice.
Allá que se fue Miguel, en plena oscuridad, con el frío trepándole por las piernas como algún tipo de diablo insistente, con un vecino que también decidió ayudarle. Nada más entrar encontraron tres cadáveres. «Seguimos hacia dentro y pudimos sacar a un anciano que dejamos en un banco. Antes de seguir viendo cómo sacar a los demás, vimos que un joven que había ido a pasar el día con su abuela estaba, con una escalera, intentando subir a los más ágiles al techo de los bungalows. Le ayudamos y luego él nos ayudó a sacar a los demás», cuenta. Esa noche rescató a entre 10 y 12 personas. Al día siguiente, volvieron a la residencia. «Hubo un milagro: descubrimos a una pareja que estaba cubierta por un armario y por el barro. Se habían quedado afónicos de llamarnos a gritos. Decían que veían las linternas. Al final los sacamos con vida», dice Miguel antes de emocionarse.
Él acaba de volver a trabajar. La Policía Local se lo puso todo muy fácil: le dejaron cogerse un tiempo y su familia y él iban al cuartel de San Isidro a ducharse y a comer los primeros días. Miguel no quiere oír hablar de la palabra héroes. Explica que para él los héroes son otros y cuenta una anécdota: «Un día estaba en un supermercado del barrio, aquí en Valencia. Era pocos días después de la dana. Yo quería llevarme agua para mis padres y algunos vecinos, pero no me dejaban llevarme más de dos garrafas, así que toda la gente en la cola empezó a decir que ellos compraban para dármela. El coche se quedó tan lleno de agua que tuve que dejar a mi mujer y volver más tarde a por ella».
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En La Torre esperan Miguel Ángel y Juan Ángel. Ambos están muy cerca de donde en la noche del 29 de octubre se instaló el Puesto de Mando Avanzado. Son, de nuevo, dos moles grandes e inmensas, pero en sus ojos, en el fondo de ellos, todavía se ve el barro. Por lo que hablábamos antes de los héroes: explican que estaban tranquilamente en casa, pendiente de los teléfonos, y que a eso de las 20 horas, después del ES-Alert, llegó la petición de refuerzos. «En un momento nos presentamos 15. Ni lo dudamos», cuentan los dos. Miguel Ángel cuenta que su hijo pequeño le preguntaba si las imágenes que veía en la tele eran en Valencia y tiene que parar de hablar porque se le rompe la voz. Pese a todo, en una hora estaban en la central. Ellos dos pertenecen a la Unidad de Seguridad, Apoyo y Prevención y fueron destinados a las pedanías del sur. «Tuvimos que entrar por el puente de Mercavalencia y en dirección contraria por la V-30», explican.
Su primer servicio fue rescatar a una mujer, cuyo nombre aún recuerdan, que llevaba desde las 19 horas en la cornisa de una gasolinera en Horno de Alcedo. Intentaron acceder con las balsas de los Bomberos, pero la fuerza del agua lo hacía imposible. «Yo hablaba con ella y le decía que se calmara», cuenta Juan. También intervinieron en rescates en los concesionarios de la Pista de Silla y hasta de una familia en Horno de Alcedo que, con un bebé de corta edad, se habían subido al techo de su vivienda para aguantar. «Cuando el agua empezó a bajar, a eso de las 3 de la madrugada, pudimos actuar con más rapidez», celebran los dos. Relatan otros episodios (ese autobús con 3 pasajeros que no pudo volver a Valencia, o esa mujer que, agarrada a una puerta, aguantó durante horas mientras su sobrino buscaba ayuda), pero aplauden la coordinación a pie de pedanía.
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Ellos, y otros tres agentes, serán condecorados el jueves que viene. «Ayudamos muchos más. Muchos», insisten los tres. Ninguno de ellos se plantea por qué hicieron lo que hicieron, por qué entraron en la zona de donde todo el mundo quería escapar. «Es nuestro trabajo, lo llevamos en la sangre», explican.
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