El Jardín del Hospital de Valencia se degrada
Restos de botellón, pintadas y asentamientos conviven en el parque protegido | La zona verde es obra del arquitecto Vázquez Consuegra, costó cuatro millones de euros y es un referente hasta con un premio internacional
P. MORENO
Domingo, 15 de mayo 2022
Había un personaje popular de la prensa del corazón que decía aquello de que la noche le confundía. Lo mismo le pasa al viandante que ... se acerca al Jardín del Hospital a primera hora de la mañana, al encontrarse con personas paseando a sus perros, indigentes echando el último sueño y grupo de jóvenes que apuran el botellón antes de irse a sus casas. Es todo muy confuso y hasta contradictorio.
Todo ello en un jardín que cuenta con la máxima protección patrimonial al estar en un entorno de un Bien de Interés Cultural. La profusión de pintadas es el mejor ejemplo de la degradación del parque diseñado por el arquitecto sevillano Guillermo Vázquez Consuegra, autor asimismo del cercano MUVIM.
El jardín costó cuatro millones de euros y estuvo desde el principio atascado por los numerosos restos arqueológicos encontrados, aunque eso es ciertamente lo que le da más valor. Hasta se reprodujo con un muro de ladrillo de escasa altura la planta de una edificación medieval desaparecida, para que quedase testimonio. Capiteles y fragmentos de las columnas fueron colocados en la parte próxima a la calle Guillem de Castro sobre unas grandes estanterías metálicas.
Uno de los paseantes con su mascota señala a LAS PROVINCIAS un colchón y otros enseres colocados junto a una de las fachadas del museo. «Ese es el problema de verdad, que haya gente durmiendo en la calle y nadie haga nada», dijo. Su compañera de ruta no está de acuerdo, al destacar que se «les ofrece albergues y no quieren ir, eso es así».
Sea como sea, la degradación es un hecho. Botes de cerveza y vasos de plástico amontonados sobre los capiteles, hasta que llegue el barrendero más tarde y se lleve toda la basura. Fuentes de la asociación Círculo por la Defensa del Patrimonio, que ha denunciado varias veces cómo se estropea uno de los mayores jardines del centro, de Velluters sin duda, destaca la necesidad de eliminar los grafitis. «Hacen un efecto llamada indudable», observan.
En las columnas hay pocas en comparación con otras ocasiones. La brigada de limpieza actúa, aunque no es suficiente. El muro de ladrillo que recuerda la planta de la capilla desaparecida está repleto de pintadas, tanto por fuera como por dentro. El interior sirve también de refugios para indigentes.
La parte más estropeada es la situada entre el museo y la calle Guillem de Castro, donde hace años se planteó la construcción de un auditorio al aire libre. Aquello se frenó, aunque no ha evitado que la ruina se apodere poco a poco de todo el entorno. Pintadas tanto en los bancos de piedra como en las grandes piezas de acero cortén que rodean la tierra del parque.
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En todos los pilares metálicos de las grandes marquesinas de acceso, tanto desde Guillem de Castro como desde la calle Hospital, hay marcas que establecen el territorio. Los vecinos de la zona sostienen, señalaron a este periódico, que el jardín fue disputado por grupos de jóvenes como «propio», por lo que es objeto de peleas con frecuencia.
Además de la ermita de Santa Lucía, otro inmueble de valor patrimonial es la capilla del Capitulet, donde se venera la imagen original de Nuestra Señora de los Desamparados, como se indica en una placa. Los olores a orines y restos de vómito se confunden en la base de las fachadas con peligrosas humedades y desconchados que empiezan a aparecer. Lo mismo ocurre en la Biblioteca Pública, donde se añade el problema de los excrementos de las palomas sobre las piedras.
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