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Invasión. No hay otra palabra para definir esta pequeña plaza junto a la muralla musulmana.

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Invasión. No hay otra palabra para definir esta pequeña plaza junto a la muralla musulmana. Damián Torres

Los grafitis ensucian el barrio del Carmen de Valencia

Los vecinos repintan sus fachadas para intentar frenar la degradación | Los residentes critican la falta de actuación del Ayuntamiento contra las pintadas: «No saben qué hacer»

Paco Moreno

Valencia

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Jueves, 7 de marzo 2019, 14:32

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Esprays, rotuladores, pinturas plastidecor y hasta pegamento blanco. Cualquier material es bueno para ensuciar un barrio y el Carmen es el mejor ejemplo. Los vecinos ya no saben cómo calificar un fenómeno que se ha convertido en internacional con grafiteros que llegan desde varios países de Europa para estampar su firma.

«Algunos se creen que es legal, que no se multa ni nada. Así nos los dicen cuando les pedimos que paren». Jorge no es un nombre supuesto, pero no quiere dar su apellido por miedo a represalias, más hacia su propiedad que contra su persona. «Mi novia le dijo a un grafitero que dejara de pintar y nos encontramos la puerta con la palabra 'puta' a las pocas horas», recuerda.

La polémica abierta por la exposición de PichiAvo en el Centro del Carmen, con grafitis pintados en las paredes de un claustro medieval, ha puesto el foco en lo que sucede en los barrios más afectados. Los restos de la muralla musulmana y las calles que rodean la antigua fortificación se pueden considerar como la 'zona cero' de esta actividad.

«Marcan su territorio una y otra vez. No podemos limpiarlo todo», dicen en el barrio

«La puerta la hemos pintado ya cinco veces», asegura Juan Manuel, miembro de la asociación de vecinos del Carmen mientras contempla el trabajo que hacen en las hojas de madera del acceso al número cinco de la calle Portal de Valldigna.

Igual que esta entidad, otros vecinos como el propio Jorge tienen siempre un bote de pintura a mano para repintar sus fachadas y eliminar los grafitis lo antes posible. En esta jungla de colores repleta de códigos ignorados para los profanos, la última tendencia son los 'tags' y los 'crew', lo que se denominan firmas realizadas por grupos que acotan así su territorio. «Mira ésta, se está extendiendo por todo el barrio», comenta uno de los vecinos de una pared de la plaza del Ángel. El consejo que les dan es que deben quitarlas de inmediato para que no surjan otras, pero es obvio que no dan abasto con los rodillos y pinceles.

«Aquí al lado hay un bloque de apartamentos donde el dueño prácticamente repasa las fachadas cada semana. Tiene propiedades en ciudades como Roma y Milán, y nos ha dicho que en ninguna parte de Europa ocurre lo que aquí», dicen.

Repintar. Esta puerta de la calle Portal de Valldigna la han pintado ya cinco veces. Damián Torres

«Ya está todo con pintadas, qué más os da que haya otra»

En contadas ocasiones, los vecinos interpelan a los grafiteros por los motivos de que recorran el Carmen buscando dónde dejar su firma o mural. «Tienen mucho desparpajo porque se saben impunes. Nos dicen que está todo lleno de pintadas, que qué más nos da que hagan otra», señala una de las vecinas.

Juan Manuel asegura que «podríamos disfrutar de un centro histórico espectacular, pero esto que pasa aquí no ocurre en ningún lugar de Europa». En las fincas deshabitadas, el problema es más serio todavía, como en una que estuvo ocupada ilegalmente durante años. «Conseguimos que la policía los desalojara», apunta uno de los vecinos, para lamentar que todavía está sin rehabilitar. En ocasiones, la limpieza de las pintadas es imposible, como en una placa de mármol conmemorativa colocada en una fachada. Está dedicada al lugar de nacimiento del maestro Penella, autor de la conocida zarzuela 'El gato montés'.

Existe otro precedente además de la polémica abierta con la exposición en el Centro del Carmen. A mediados del pasado junio, una brigada de limpieza repintó una pared donde se había realizado un mural criticando la sentencia del juicio de Alsasua, una agresión sufrida en un bar por guardias civiles fuera de servicio. La reacción del gobierno municipal un mes después fue la inexplicable cesión de uno de los muros de la valla que rodea el solar de Jesuitas al mismo autor.

«Ese es el problema, que esto no hay que verlo desde el punto de vista de la ideología o la vertiente artística. No es eso, sino de cumplir con una normativa que prohibe hacer esto en las fachadas de edificios, donde algunos cuentan incluso con la máxima protección patrimonial», argumentó uno de los vecinos.

La conversación tiene lugar en la plaza Beneyto y Coll, un remanso de silencio y tranquilidad, con todas las calles peatonales y por donde sólo circula de vez en cuando algún coche de los vecinos o los operarios que se encargan de rehabilitar edificios en mal estado. «Asómate, mira», ofrece un vecino, para ir hasta una verja metálica tras la que se levanta uno de los dos torreones que quedan en pie de la muralla musulmana. La vieja fortificación tiene la base repleta de pintadas.

¿Qué hace el Ayuntamiento? Poco o nada, según cuentan los vecinos. La concejalía de Medio Ambiente cuenta con dos brigadas que recorren las calles, pero «no quitan todas, dejan algunas y lo que hacen no es suficiente», aseguran. En otras ciudades monumentales como Salamanca «tienen un plan de prevención y unos protocolos de actuación donde todo el mundo tiene perfectamente claro lo que debe hacer. Aquí, ni los servicios de limpieza ni la Policía Local parecen saberlo».

La firmas se reproducen en todos los rincones. «Es más cómodo llevar un rotulador o un plastidecor que un bote de espray, por eso hay tantas de este tipo ahora», comentan, para dirigirse por la calle Mare Vella a un edificio en rehabilitación con las obras muy avanzadas.

Parece increíble, pero los grafiteros han aprovechado las plataformas donde trabajan los albañiles para ensuciar las paredes en el primer piso. «El dueño está más que cabreado porque acababan de enlucir», asegura uno del grupo. El inmueble tiene un mirador de madera, carpintería del mismo material y un conjunto que denota una fuerte inversión. «Han hecho hasta pintadas contra el turismo», señala.

Limpieza. Un vecino repinta un muro para borrar unas pintadas, este viernes en una calle del Carmen. Damián Torres

«Llamamos a la Policía Local, vienen a veces y no los multan»

Los residentes del Carmen tienen un pequeño truco cuando quieren denunciar a los grafiteros a la Policía Local. «Decimos que les hemos hecho una foto, sólo vienen así», dice María, una de las vecinas de la parte más castigada. «Lo que nos molesta es que cuando vienen, les dicen a ellos que lo hacen por una denuncia vecinal, como si no fuera su obligación. Vemos muchas veces cómo recogen todo, se esperan y vuelven a completar el mural cuando se marchan los policías». A consultas de este periódico, fuentes de la concejalía de Protección Ciudadana no aclararon si se levantan multas por las pintadas.

La cuestión es que los vecinos deben seguir una carta de colores muy estricta cuando presentan en el Consistorio una petición de licencia para pintar sus fachadas. «Vemos enfrente cómo llegan y pintan un mural multicolor sin que tenga ninguna consecuencia, lo que es incomprensible».

«El otro día había unos grafiteros a unos 200 metros del retén de la Policía Local en la calle Alta. Primero tienen que preparar la pared, repartir todos los botes y hacer el lienzo. ¿Cómo es posible que nadie los viera para impedirlo?», se preguntan. Igual que están convencido de que hay murales que no «se tocan porque el Ayuntamiento los considera artísticos. Ahora están protegidas sus pintadas, sobre todo cuando los grafiteros tienen cierto renombre, lo que resulta increíble».

Nada se libra de las implacables pintadas, ni siquiera las propiedades municipales. En la calle Palomino se sitúa la parte trasera de un refugio de la guerra civil recuperado por el Consistorio y que ya es visitable. Está repleto de grafitis. «Hay algo que puede parecer una tontería, pero cuando quitan los murales, las firmas y todo lo que ensucia las paredes y las pintan de blanco, entonces es como si toda la calle y el barrio se iluminara. Es lo contrario al negro que hace todo más triste».

A dos euros el bote de espray, es difícil acabar con esta lacra. Juan Manuel se vuelve al local de la asociación de vecinos sin haber encontrado una palabra que no sea malsonante para definir a estos individuos. «Lo hacen a plena luz del día y después lo cuelgan en las redes sociales. Los vecinos sabemos quiénes son, por lo que es imposible que la policía no lo sepa. Las paredes limpias nos duran horas y a nadie en el Ayuntamiento parece importarle lo más mínimo», afirma mientras recoge los botes para guardarlos en un patio precioso, con cerámica antigua y una artística ventana que se abre desde el entresuelo. «El edificio está protegido por su valor patrimonial», insiste, pese al mal estado de la calle.

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