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María Jesús Álava, la abanderada del pensamiento positivo
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María Jesús Álava, la abanderada del pensamiento positivo

Psicóloga y empresaria, se afana cada día en proyectar luz sobre la oscuridad de la mente. En la pandemia ha tratado sobre todo a sanitarios, policías, trabajadores de supermercados y 'víctimas' del teletrabajo

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Domingo, 7 de junio 2020, 09:42

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Tres décadas de experiencia clínica avalan a la psicóloga María Jesús Álava Reyes. Dotada del don de la escucha, enseña con empatía a sus pacientes a educar su mente para saber desconectar y quererse a sí mismos. Preside una fundación y un centro psicológico que llevan su nombre, además de dirigir la consultora Apertia. Desde el principio de la pandemia ha atendido en la consulta a sanitarios, personal de las fuerzas de seguridad del Estado, trabajadores de servicios y supermercados, y a 'víctimas' del teletrabajo. Acaba de entregar a la imprenta 'Saca partido a tu vida', un libro que recopila tuits sobre el arte de saber vivir.

Lunes

7.00 horas. No me gusta madrugar, pero al final me levanto muy temprano. Procuro dormir entre siete y ocho horas. A las siete de la mañana ya estoy en pie. Me ducho tranquilamente, pues no me gusta empezar el día con prisas. Hago un pelín de gimnasia, tomo un desayuno a base de yogurt mezclado con frutos secos. Dependiendo de la temporada, le añado melón o mango y casi siempre plátano.

9.00 horas. Escribo mi primer tuit y respondo a mis seguidores, salvo que pongan una tontería o la típica cosa para provocar. Es gracioso porque si a las 9.45 no he contestado a sus palabras, algunos ya me está preguntando si me pasa algo.

17.00 horas. Es cuando empieza el verdadero trabajo de los psicólogos, porque la mayoría de las consultas se celebran por la tarde. Me he dado cuenta de que el teletrabajo no es precisamente lo más sano para el bienestar emocional, aunque es verdad que ahora mismo no hay otra opción. Muchos pacientes acuden a la consulta a causa de problemas de convivencia. Estar durante 24 horas seguidas con la pareja y los hijos, sin posibilidad de elección, es duro.

Martes

7.30 horas. Nada más despertarme pongo la radio y voy cambiando de emisora; giro el dial porque me gusta escuchar cuatro o cinco. No tengo ningún ritual para empezar bien el día. Como soy una persona bastante positiva, me hago preguntas agradables. ¿Qué es lo que más voy a disfrutar en toda la jornada? Me aplico mucho el axioma de la inutilidad del sufrimiento. Algo que me han enseñado la psicología y la vida es aprender a perdonarme.

18.00 horas. Desde el principio de la pandemia hemos atendido en la consulta a sanitarios, personal de las fuerzas de seguridad del Estado, trabajadores de servicios y supermercados que lo estaban pasando fatal. Y es que la tensión pasa factura. Durante el confinamiento se han producido, por ejemplo, muchos descubrimientos de infidelidad.

21.30 horas. Cuando llego a casa por la noche bailo, me da igual una música u otra, lo importante es que sea marchosa. Así como la gimnasia me parece aburrida, bailar es muy divertido.

Miércoles

7.30 horas. Canto en la ducha, ¿qué importa si lo hago rematadamente mal?

9.00 horas. En la sala de espera del centro psicológico tenemos colgados cuadros de paisajes relajantes que se encarga de elegir el director de administración. También solemos tener plantas; en mi despacho hay pocas porque se me dan fatal. Cuando llega un paciente, lo primero que se va a encontrar es a unos compañeros de recepción muy agradables. Son personas cercanas, de una paciencia infinita y con un equilibrio emocional fantástico. Si algo se me da bien es la selección de personal.

22.00 horas. Veo varias series a la vez. Ahora estoy con 'Suits', 'The Crown' y 'Homeland', aunque solo me permito un capítulo por noche para no desvelarme. Me encantan las series de política y adoro las películas de Meryl Streep. Estoy embebida en la lectura de 'La reina de las lavanderas', una novela histórica muy bien ambientada de Carmen Gallardo. Cuenta el destino de la reina María Victoria, la esposa de Amadeo I de Saboya. Leo mucho, quizá el 60 % sean cosas de psicología, y por supuesto también me interesa la economía; todo gravita en torno a ella.

Jueves

8.30 horas. A lo largo del día me digo: qué bien estás, qué interesante es esto. Lo hago para animarme. Desde los 40 años tengo interiorizado que la energía es limitada. Por eso me concentro en lo que realmente puedo hacer.

10.30 horas. Salgo a andar una hora todos los días. Las desconexiones son absolutamente necesarias. Meditar cinco minutos me deja estupendamente, es una higiene mental.

19.30 horas. Esta última semana está siendo tremenda. Hay personas que a los dos minutos de sesión ya están llorando. Los pacientes se sienten cómodos conmigo y se abren con facilidad. Mi trabajo me resulta apasionante. Que la gente me cuente algo que jamás ha revelado en su vida y poder ayudarla un poquito abriendo nuevos caminos es muy gratificante.

23.30 horas. Toca descansar. Me duermo casi inmediatamente, no porque caiga rendida de cansancio, sino porque intento dejar la mente en blanco pensando en algo aburrido. Si en dos minutos no me he dormido, me imagino una pizarra, pongo el marcador a 100, empiezo a descontar y procuro borrar los pensamientos. Nunca llego al 98, el sueño me vence.

Viernes

9.30 horas. El viernes lo dedico a escribir, sin necesidad de robar horas al sueño. Soy bastante disciplinada y me siento a hacerlo siempre por el día. Es difícil que escriba más de dos horas seguidas sin que me interrumpa para tomar algo, como un batido de soja con chocolate o vainilla. Aprovecho para hacer un poquito de ejercicio y un par de llamadas. Es una forma de oxigenarme.

14.30 horas. Como en el trabajo con psicólogos y gente de la estructura. Es un momento de risas, hablamos de los temas más variopintos y simpáticos. Una norma no escrita dice que no debemos abordar problemas de trabajo. Jamás me pasan llamadas salvo que sea un asunto muy urgente.

19.30 horas. Uno de los peores momentos de mi vida aconteció en 2012, cuando se murió el hermano con el que me crié. Fue dolorosísimo. El duelo suele durar dos años, pero yo lo tuve claro: no voy a estar dos años mal. Hice un viaje y durante un tiempo no visité los lugares en los que él solía trabajar. Ahora tengo un recuerdo maravilloso de mi hermano.

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