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Conquistar tierras a tocateja

Conquistar tierras a tocateja

La intención de Trump de comprar Groenlandia no es nueva. Desde Alaska a Florida, pasando por Luisiana, EE UU se ha expandido más tirando de chequera que guerreando

ANTONIO PANIAGUA

Viernes, 13 de septiembre 2019, 20:23

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Groenlandia no está en venta, mal que le pese al presidente de EE UU, Donald Trump, obsesionado con comprar la mayor isla del planeta. Nadie le puede negar al mandatario y magnate tener un buen olfato para las inversiones inmobiliarias, aunque esta vez ha patinado. Ni Dinamarca, reino del que depende el territorio ártico, quiere vender, ni el Gobierno autónomo groenlandés quiere embanderarse de barras y estrellas. Aunque parezca un dislate más del inquilino de la Casa Blanca, no lo es. EE UU se ha fundado en parte gracias a una ambiciosa política de adquisiciones territoriales. Washington se ha hecho con vastos parajes a precio de ganga. Alaska, California, Florida, motores económicos del país, son producto de ese uso fácil del talonario.

Nueva York: los 24 dólares mejor gastados

Nueva York fue vendido por los indios algonquinos a los colonos holandeses por 24 dólares. Mucho se ha hablado de esta ventajosa transacción, si bien en realidad los aborígenes desconocían el concepto de propiedad y tomaron la operación por un ritual fraterno. Es curioso pero, donde hoy se alza el edificio de la ONU, cuando aún la ciudad se llamaba Nueva Ámsterdam, existía entonces una pequeña colonia de esclavos. Luego se invirtieron las tornas. Cuando los holandeses se vieron incapaces de hacer frente a los ingleses, no les quedó otra que firmar la cesión de Manhattan, en 1664. El duque de York conquistó la plaza para la corona británica sin disparar un solo tiro. Una de las primeras decisiones que tomó el aristócrata fue ponerle su nombre a la ciudad.

Luisiana: EE UU duplica su territorio gracias a Napoléon

En plena época napoleónica, Francia se desprendió de Luisiana. Estados Unidos selló una formidable adquisición con la que consiguió duplicar su tamaño a precio de saldo. Por 15 millones de dólares (a siete centavos la hectárea), el nuevo país de moda se hizo en 1803 con un vasto territorio que por entonces era cuatro veces más grande que la España actual. En realidad, el precio final, sumados los intereses, ascendió a 23,2 millones de dólares. El presidente Thomas Jefferson hizo efectiva su aspiración de que el país creciera hacia el oeste, mientras que Napoleón ayudaba a crear una poderosa potencia con la que deberían competir los ingleses. De golpe y porrazo, la joven nación se dotaba de una rica propiedad que comprendía once de los estados actuales que integran la Unión y que sumaban una superficie similar a la que precisamente tiene Groenlandia. Se incorporaban a la superpotencia parte de Montana, una porción de Wyoming, un pedazo de Dakota del Norte, Dakota del Sur, Nebraska, Arkansas, Iowa, Luisiana y extensas áreas de Colorado y Oklahoma. Tres años antes de que EE UU sacara la billetera, la apetitosa colonia pertenecía a España, que la devolvió en secreto a Francia bajo la condición de que jamás fuera cedida a un tercero. Para pasmo de los españoles, Napoleón incumplió el tratado.

Florida: España vende el territorio sin recibir un centavo

España era en 1819 un imperio agotado y en decadencia, presa de gobiernos erráticos y mediocres. Estados Unidos, en cambio, se presentaba como una nación pujante y vigorosa. En ese contexto, España vendió la Florida a un precio ridículo: cinco millones de dólares. Las tierras descubiertas por Ponce de León se malbarataron por una España que tenía pocas ganas de enfrascarse en conflictos con la flamante potencia. La nueva frontera entre Estados Unidos y España se fijó en el paralelo 42, de modo que nuestro país cedió sus territorios de allí hacia el norte. En representación de Fernando VII, Luis de Onís acordó con John Quincy Adams, que luego sería presidente de EE UU, que Florida y Oregón, en la costa oeste, pasaran a manos estadounidenses. A cambio, EE UU se avenía a reconocer la soberanía española sobre Texas. Fue un intercambio desigual y poco provechoso para nosotros, porque, cuando se ratificó el tratado en 1821, Texas ya era de facto parte del Nuevo México independiente. La corona española se deshizo de Florida y nunca vio un centavo, ya que ni siquiera se embolsó los cinco millones de dólares comprometidos. EE UU los destinó a indemnizar a algunos de sus ciudadanos que habían interpuesto reclamaciones contra el reino católico.

California, Nuevo México, Arizona, Utah, Nevada...: uno de los episodios más negros de México

Los mexicanos consideran el Tratado de Guadalupe-Hidalgo uno de los capítulos más infames de su historia. En virtud del acuerdo, firmado en 1848, al final de una guerra que duró dos años, México perdió la mitad de su territorio al vender California, Nuevo México, Arizona, Utah, Nevada, Wyoming y parte de Colorado. Además, renunciaba a Texas, y la frontera internacional se establecía en el Río Grande. En compensación, Estados Unidos abonó 15 millones de dólares por los daños infligidos al territorio mexicano durante la contienda. Pocos años después, la potencia norteamericana propició otra rentabilísima transacción gracias al Tratado de Gadsden, firmado en 1853. Con la nueve entente, el país agrandaba su territorio con otros 76.000 kilómetros cuadrados. En ellos se construiría la codiciada vía ferroviaria que unió las costas del Atlántico y el Pacífico. El coste de la adquisición territorial se cifró en 10 millones de dólares.

Alaska: «Para qué necesita América un cofre de hielo»

Al principio, la compra de Alaska por EE UU fue vista como un delirio. «¿Para qué necesita América ese cofre de hielo y 50.000 esquimales salvajes que beben aceite de pescado para desayunar?», se preguntaba escandalizada la prensa yanqui. Lo llamaron 'la locura de Seward', en referencia al secretario de Estado de EE UU por aquel entonces, William Seward, artífice de la adquisición del territorio helado a Rusia, una transacción que costó a los americanos 7,2 millones de dólares. Corría el año 1867 y una Rusia muy debilitada se veía incapaz de defender la región ante un eventual ataque británico. Por añadidura, los rusos habían esquilmado la población de nutrias para comercializar sus pieles, así que la venta se presentaba como un buen negocio para hacer caja y quitarse un problema de encima. Los estadounidenses que vaticinaron que la operación sería ruinosa se equivocaron. En los primeros cincuenta años de propiedad de esas gélidas tierras, ya habían ganado cien veces más que lo que les había costado. Gracias al intercambio comercial internacional de telas chinas, té, oro y marfil de morsa, entre otras mercancías, Alaska fue un gran centro comercial durante todo el siglo XIX. Ya a mediados del XX, las petroleras encontraron enormes yacimientos de crudo en el norte del Estado. Es tal su riqueza petrolera, que el Gobierno regala todos los años a los habitantes, por el solo hecho de serlo, una bonificación de miles de dólares.

Filipinas: EE UU se expande fuera del continente americano

El tratado de París de 1898 obligó a España a conceder la independencia a Cuba y ceder a Estados Unidos Puerto Rico, Filipinas y Guam. El archipiélago filipino cambió de manos por 20 millones de dólares. De esta manera se ponía fin a la guerra hispano-estadounidense y empezaba lo que los intelectuales de la época bautizaron como 'el desastre del 98'. La derrota de España frente a EE UU y la pérdida de sus posesiones coloniales representaron un duro golpe para a la alicaída moral del país. Con la anexión de Filipinas, la superpotencia norteamericana mostraba sin complejos sus ambiciones expansionistas más allá de sus límites continentales, cumpliendo su «destino manifiesto».

Islas Vírgenes: 20 millones para evitar los submarinos alemanes

Estados Unidos también compró las Islas Vírgenes en 1917, precisamente a Dinamarca, por 25 millones de dólares. Los norteamericanos temían que si Alemania invadía el territorio danés, los germanos utilizarían el archipiélago como base para sus submarinos.

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