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Rafael Trapiello y Juan Manuel Castro.
En busca de los vestigios del gulag

En busca de los vestigios del gulag

Dos fotógrafos españoles viajan hasta la isla Solovkí, en el norte de Rusia, tras los pasos de los miles de presos de los campos soviéticos

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Domingo, 26 de mayo 2019, 21:15

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En el siglo XX una palabra que sembraba el terror en la Europa oriental era «gulag», acrónimo de los campos de trabajos forzosos soviéticos. Millones de personas, sin cifras oficiales, terminaron en estas cárceles gigantescas, de forma indiscriminada durante las purgas de Lenin y Stalin. Siempre en lugares lejanos e inhóspitos cumplían una doble función: eliminar a todo oponente al poder establecido y formar cadenas de producción a cargo de personas esclavizadas.

El primero de todos, que el autor de 'Archipiélago Gulag', Aleksandr Solzhenitsyn, definió como la madre de todos los gulag, se encontraba en la isla Solovkí, un pedazo de tierra en el Mar Blanco. Hasta este punto del mapa entre Rusia y Finlandia, se internaron dos fotógrafos españoles, Juan Manuel Castro Prieto y Rafael Trapiello. Por su agreste paisaje fueron tras las huellas de este antiguo centro de internamiento y tortura creado a principios de los años veinte, donde se calcula que murieron entre 6.000 y 30.000 personas, sin que existan datos oficiales. «Si fuéramos fotoperiodistas, al no encontrar restos del gulag, nos hubiéramos vuelto locos», sostiene Trapiello.

Con sorpresa, los fotógrafos dieron con un paisaje repintado y reconstruido con la intención de ocultar el pasado del «campo de propósitos especiales», como se le llamó hasta 1939, cuando se cerró para trasladar a los presos a Siberia. «Buscamos por todas partes, no había nada relevante», recuerda Castro Prieto. «Sólo podíamos registrarlo mediante el lenguaje simbólico. Recurrimos a elementos que nos recordaran metafóricamente el gulag, porque no había restos apenas». Pero la pátina se rompía a veces en este territorio ahora convertido en destino turístico y de peregrinaje religioso por la existencia de un monasterio ortodoxo reabierto en 1991 y epicentro del poder local.

«Íbamos en un coche y algo golpeó el coche», relata Trapiello. «Nuestro conductor tuvo que detenerse para arreglarlo y yo busqué con qué nos habíamos topado y encontré un pedazo enterrado de raíl, de los que trazaban la línea de un tren donde movían la madera que explotaban los presos del gulag. También es frecuente encontrar huesos».

El trabajo requirió hacer dos viajes a esa isla del conjunto Solovetsky, en el verano boreal de 2015 el primero, y más de un año después, en el final del invierno, el segundo, cuando el mar está helado, los días duran cuatro horas y la niebla envuelve los paisajes. Esa «atmósfera oscura e inquietante», como la define Castro Prieto, domina la selección de unas 50 fotografías del libro y la exposición 'Solovkí', que se inaugura en el Centro de Arte Alcobendas.

Retórica visual

A pesar de ir cada uno con su propio equipo, desde cámaras digitales hasta analógicas de placas de 25x20 centímetros, en este trabajo a cuatro manos los autores han preferido no distinguir quién hizo cuál fotografía y han logrado una uniformidad en la retórica visual de todos los formatos utilizados, para dotar de coherencia la obra. «Al utilizar un lenguaje poético no va a lo que se ve sino a lo que se imagina», afirma Castro Prieto. «El espectador debe interpretar y generar una atmósfera al recordar lo que sabe de los gulag».

En su exploración, meticulosa y prudente para ganarse a los locales, entraron en los barracones de los obreros que reparaban el monasterio, en las seriadas casas de los habitantes, en la antigua prisión convertida en almacén, en la iglesia cubierta de oro. Y capturaron también las estampas exteriores, las de la liturgia callejera de los creyentes y los soviéticos, enterrados juntos, unos con cruces y otros con estrellas rojas.

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