Transexuales en la casa de Dios
El Papa recibe en el Vaticano a un extremeño nacido mujer que le escribió para confesarle la discriminación que sufría en la Iglesia
ana b. hernández
Miércoles, 4 de febrero 2015, 12:15
"Nunca antes me hubiera atrevido, pero con el Papa Francisco sí; después de oírle en muchas intervenciones, sentí que él me escucharía". Diego Neria Lejárraga es el placentino de 48 años que ha sido recibido por el Papa en un encuentro privado en su residencia de Santa Marta, en el Vaticano. "Lo que pasó en esa reunión, lo que allí se dijo, es algo que se queda para las personas que participamos en el encuentro, es algo que quiero vivir en la más estricta intimidad", anota Diego. "Sólo diré que fue una experiencia maravillosa, íntima y única", añade.
Neria nació en el seno de una familia bien situada, muy religiosa, con paso propio en la Semana Santa local. Hoy Diego mantiene ser católico y practicante. A pesar de que esa relación con la Iglesia no es ya estrecha. O no lo era hasta el sábado. Su encuentro con el Papa marca claramente un antes y un después en su vida. Y todo por una carta que escribió al Pontífice para confesarle su tristeza por la forma en que la Iglesia le había rechazado tras su reasignación de sexo.
Desde que tuvo uso de razón, e incluso antes, siempre manifestó que quería ser un chico. Cuando la infancia se fue y la inocencia quedó atrás, su sufrimiento se acrecentó. Supo entonces que viviría resignado a su destino, en un cuerpo que no quería y que no reconocía. "Mi cárcel era mi propio cuerpo, porque no se correspondía en absoluto con lo que mi alma sentía". Y durante años lo escondió como pudo. "No conocí un verano feliz en el que poder ir a la piscina con los amigos", confiesa con tristeza.
La protección y el cariño de sus padres y hermana no suplieron, porque era imposible, sus deseos de conciliar cuerpo y alma y poder dejar de vendarse el torso y llevar ropa tres tallas por encima de la suya para tapar las partes de su cuerpo que detestaba. La persona que más ha querido en el mundo, "el alma de mi vida", su madre, le pidió que no cambiara de sexo mientras ella viviera. "Y por ella en una y mil vidas esperaría siempre". A ella la cuidó durante sus últimos años y uno después de su muerte, cuando cumplió los 40, dio por fin el paso: contactó con una cirujana plástica y comenzó su transformación física.
Vivía entonces a medio camino entre Madrid y Plasencia, y cuando regresó de forma definitiva a su ciudad natal su aspecto ya era diferente. Pero tampoco entonces el sufrimiento desapareció. El rechazo social y la condena de la Iglesia lo impidieron. "¿Cómo te atreves a entrar aquí con tu condición? No eres digno", le dijeron algunos de comunión diaria cuando el ya hombre volvió a su parroquia. "Eres la hija del diablo", escuchó un día en plena calle de boca de un sacerdote.
Entonces se encerraba en casa a llorar. También a escribir. Una de esas tardes de dolor decidió mandarle una carta al Papa. Lo hizo a través de todas las alternativas posibles. También por medio del obispo de Plasencia, Amadeo Rodríguez Magro, en quien ha encontrado en estos últimos tiempos ánimo, consuelo y apoyo.
Poco antes de las dos y media de la tarde, el día de la Inmaculada, mientras cuidaba a su padre enfermo, recibió una llamada. Era de un número oculto. "Soy el Papa Francisco", escuchó. Y el cuerpo le dejó de responder. No sabía qué estaba pasando hasta que el Pontífice le dijo que había leído su carta y le había llegado al alma. El Papa le dijo que quería verle, y que le llamaría más adelante para fijar la fecha.
Ocurrió pocos días después. El 20 de diciembre, mientras paseaba por Sevilla, ciudad en la que reside su prometida, el Papa volvió a telefonearle. Y le propuso, si les venía bien a él y a su mujer, la fecha del 24 de enero, a las cinco de la tarde. "La primera llamada ya era muchísimo más de lo que yo esperaba; en la segunda seguía sin creerme lo que me estaba pasando, porque yo sé que mi caso no es nada, que hay tantas personas que sufren en este mundo que no merezco la atención del Papa".
Pero fue a él a quien Diego le planteó sus dudas y sus esperanzas en la carta. A quien preguntó "por qué la Iglesia le rechaza, por qué no puede ser un católico practicante, por qué le da miedo comulgar, por qué no siente que forma parte del rebaño, por qué es incapaz de encontrar al Pastor". Diego le cuestionó además si tal como es hoy, después de su reasignación de género, "hay algún rincón en la casa de Dios para él". Y el Papa Francisco el sábado le abrazó en el Vaticano. En presencia de su mujer, con la que muy pronto formará una familia.
"Estoy emocionado, pero también abrumado por la repercusión que está teniendo mi historia, porque la verdad es que no la esperaba, porque mi encuentro con el Papa es como otros muchos que tiene, aunque para mí lógicamente sea algo único y excepcional", afirma.