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Sonia Rayos estudió Danza Clásica y Contemporánea y Arquitectura, dos disciplinas que ha podido unir en una trayectoria profesional llena de éxitos. La valenciana ... siempre ha tenido un espíritu curioso que la ha llevado a explorar diferentes disciplinas, desde el arte hasta la escritura, ahora con la obra 'Nido para aves de paso', que supone su debut en la narrativa, y donde reflexiona sobre el amor, la identidad y el cuerpo.
Un momento de tu vida especialmente feliz y por qué fue.
Dos momentos recientes: El primero, en octubre del año pasado, cuando Sara Herculano, de Aristas Martínez, me llamó para comunicarme que la editorial iba a publicar mi libro. Pensé en mi padre, en las personas que me habían acompañado en el proceso: quienes me habían leído, quienes me animaron a compartirlo, mi pareja y algunos amigos que sostuvieron muchos silencios mientras escribía.
El segundo, esta misma semana, cuando 'Nido para aves de paso' llegó a casa con la preciosa portada de David de las Heras y el impecable diseño de Cisco Bellabestia.
Un momento de tu vida que recuerdes con tristeza y el motivo.
Los días posteriores al pronóstico de la enfermedad de mi padre. Recuerdo el vértigo de imaginarme la vida sin él, la sensación de vacío incluso cuando todavía estaba. Me despertaba por las noches con una angustia muda y la sensación de que me hundía. No podía dejar de llorar, pensaba que no volvería a ser feliz. A veces, la tristeza empieza antes de que las cosas se rompan del todo.
Esa película que te hizo ver las cosas de otra manera.
Me cuesta escoger solo una. El cine está muy presente en mi vida. Pero recuerdo la primera vez que vi El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders, en la Filmoteca de Lisboa. Me fascinó esa mirada del que observa sin ser visto, del que acompaña sin intervenir, con la ternura del que está sin exigir nada a cambio. Y cómo, a veces, lo verdaderamente valioso es elegir quedarse, habitar el mundo, aunque duela.
Un libro que lo cambió todo para ti.
Escribir 'Nido para aves de paso' me cambió profundamente. Me obligó a mirar de frente lo que dolía, a ordenar el caos con palabras, a hacer espacio para lo que permanecía en sombra. También me enseñó que narrar es una forma de cuidar, de mantenerse presente, de tender un puente entre lo vivido y lo que aún queda por vivir.
En ese camino, hubo un libro que me acompañó de manera decisiva: El año del pensamiento mágico, de Joan Didion. Lo releí en un momento de duelo. Me ayudó encontrar una voz que, sin suavizar el dolor, sabía nombrarlo con precisión y belleza, desde la serenidad y la lucidez de una mujer que no dramatiza, no busca respuestas: solo observa. Y esa forma de mirar es, tan contenida, es también una forma de amor.
Ese libro me dio un lenguaje cuando todo lo demás parecía ruido. La posibilidad de seguir adelante sin negar la pérdida.
Receta que te traslada directamente a la infancia y donde y con quien te gusta tomarla.
La quiche de queso de mi madre. Me traslada de inmediato a los viernes por la noche, al salón de nuestra casa de la Avenida de Denia, de Alicante. Sentados en el suelo, frente a la mesa de centro del sofá, viendo el 'Un, dos tres' en familia.
Ahora la preparo a menudo con verduras y varios quesos, para mis hijos. Me gusta pensar que también para ellos, algún día, tendrá ese sabor a infancia.
Descubrimiento importante que hayas hecho de adulta.
¡Muchísimos! Que se puede empezar de nuevo muchas veces, y que hacerlo no significa fallar, sino estar viva. Que el descanso no es una recompensa, sino una necesidad. Que el cuerpo tiene un lenguaje, y escucharlo a tiempo cambia el ritmo de todo. Que la amistad es una forma de amor, y que elegir bien a quién tienes cerca es una de las mejores formas de cuidarse.
Y también he descubierto cosas igual de cruciales, como que guardar medio aguacate en la nevera es un acto de fe: sabes que, antes o después, acabará en el cubo de la basura.
Viaje que recuerdes con más cariño y por qué.
Qué difícil quedarme solo con uno. Recuerdo con mucho cariño el último viaje a Suiza con mis padres, el verano pasado con mis hijos en Ámsterdam, la última escapada a Túnez con mi amiga Rosma, o el primer viaje largo que hice con mi pareja, recorriendo Asia. El lugar, los ritmos, la convivencia… darnos cuenta de que podíamos pasar semanas juntos, cambiando de país, de comida, de idioma, respetando los silencios del otro y sosteniendo lo improvisado sin agobios.
Cada viaje es una especie de brújula para mí. Una manera de volver a lo esencial cuando todo se desordena.
¿Cómo describirías Valencia a alguien que nunca ha estado ni ha escuchado hablar de la ciudad?
Valencia es una ciudad que respira a otro ritmo. El mar, la huerta, el sol, la brisa suave… todo invita a quedarse. Hay vida en las terrazas, en los mercados, en las plazas donde la gente se sienta sin prisa. Es una ciudad luminosa y amable, en la que lo cotidiano tiene algo de celebración tranquila.
Quien viene a pasar una temporada, muchas veces acaba quedándose. Hay algo aquí –no sabría decir si es la luz, la escala, el equilibrio entre lo urbano y lo doméstico– que genera arraigo.
¿Qué ha traído de bueno el teléfono móvil a nuestras vidas?
En mi caso la posibilidad de estar cerca incluso cuando hay distancia. Mi pareja vive en Madrid y, gracias al móvil, estamos conectados a lo largo del día. No sustituye estar juntos, pero nos permite acompañarnos de otra forma: cotidiana y real.
También me ayuda a sentirme cerca de mis hijos cuando no están. Incluso me han activado la localización compartida entre sus dispositivos y el mío, y a ellos les encanta ubicarme en el mapa. Es una forma de tenernos presentes.
Propuesta arquitectónica que más te haya conmovido y qué te hizo sentir.
La iglesia de Ronchamp, de Le Corbusier, me conmovió profundamente por su luz, el silencio y esas curvas que envuelven el espacio sin llegar a encerrarlo. Me hizo sentir que la arquitectura puede ser una experiencia casi espiritual, un acto de recogimiento sin palabras.
También me fascinaron las Termas de Vals, de Peter Zumthor. Estar allí es una experiencia que no se olvida: el silencio, el agua, la piedra… todo invita a estar presente. No hay espectáculo ni artificio, solo una sensación profunda de pertenecer al lugar, aunque sea por unas horas.
¿Cuál es la mejor parte de cumplir años?
Que una aprende a mirar con más calma, a querer mejor, a elegir mejor, a estar más presente. Ya no necesitas demostrar nada, ni correr, ni encajar. Te haces un poco más tú, y te liberas de muchas tonterías que antes pesaban demasiado.
Y si tienes suerte, lo celebras con gente que te conoce y te quiere en todas tus versiones. Incluso en esas que tú misma tardaste años en aceptar.
¿Qué opinas de la frase 'ten cuidado con lo que deseas porque se puede llegar a cumplir'?
Desear no es inocente, requiere pausa, conciencia. El peligro no está en que se cumpla el deseo, sino en desde dónde lo formulamos. Me estoy acordando de Cumbres Borrascosas, donde el deseo salvaje arrasa con todo. A veces deseamos desde la urgencia, la herida, el miedo o la carencia. Y entonces, lo que llega no nos salva, sino que nos desordena aún más. Hay deseos que se cumplen y nos desvían, y otros que no se cumplen y nos acompañan toda la vida, como un motor que nos motiva.
¿Qué importancia le das a la belleza?
La belleza, para mí, tiene que ver con la armonía, con el orden, con la capacidad de conmover. No me interesa como algo grandilocuente, sino como una forma de mirar. Creo que está en lo pequeño, en lo que no busca ser visto. A veces basta un gesto, una palabra dicha a tiempo, un paisaje cotidiano, un silencio, una sonrisa, la melodía de un piano, una sombra proyectada en la pared. Y cuando aparece, aunque sea por un instante, lo cambia todo.
Describe cómo sería un día perfecto en tu vida.
Depende del estado de ánimo. Hay días de mucho trajín que son perfectos: cuando todo encaja, cuando hay movimiento, conversación, cosas que salen bien. Y hay otros, de calma absoluta, en los que no pasa casi nada y, sin embargo, todo está bien.
Puede ser un día de escribir sin interrupciones, de estar sola en casa, de pasear sin destino. O uno lleno de gente querida, de risas, de sobremesa larga. Lo perfecto, creo, no está en lo que sucede, sino en cómo una está dentro de lo que sucede. Y cuando eso se alinea, aunque sea por un rato, el día ya vale la pena.
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