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El viaje inolvidable de Álvaro Martínez

El viaje inolvidable de Álvaro Martínez

Aquella aventura de mochila y autoestop por Turquía colmó sus expectativas. Siempre en busca del mar, pasó de las piscinas blancas de Pamukkale a las playas de Antalaya, descubriendo paraísos enriquecidos por la hospitalidad de sus gentes

Elena Meléndez

Valencia

Sábado, 17 de marzo 2018, 21:58

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Álvaro Martínez acaba de instalarse en París tras ser fichado como asistente de diseño en Givenchy. Este joven formado en Bellas Artes se dio a conocer casi sin quererlo en el mundo de la moda cuando creó la camiseta ‘Balenciana’, el ‘fake’ local que hacía un guiño a la firma Balenciaga. Una pieza por la que los adictos a la moda empezaron a suspirar y que puso a Álvaro en el punto de mira. Las vacaciones que recuerda con más cariño tuvieron lugar mientras estudiaba diseño de moda en Estambul. Corría el mes de mayo cuando, junto a un grupo de amigos, decidió emprender un viaje por la costa de Turquía. Sin planes y sin prisa. «La idea era hacer parte del viaje en autoestop. La primera etapa la completé junto a una amiga, cogimos un vuelo desde Estambul a Pamukkale, sólo llevábamos una mochila con dos camisetas, tres bañadores y las chanclas», recuerda.

Una de las imágenes del viaje de Álvaro.
Una de las imágenes del viaje de Álvaro. LP

Llegaron cuando empezaba a amanecer y caía un sol brutal. Tras descansar un rato bajo un toldo accedieron a la zona donde están ubicadas las piscinas blancas que contienen agua salada caliente; un enclave de belleza sobrecogedora que cada año las revistas de viajes incluyen en el listado de los lugares más bellos del planeta. El destino lo tenía Álvaro en la cabeza desde pequeño, pues siempre ha sentido obsesión por el agua, lo transparente, la luz y los reflejos. «Nos quedamos sorprendidos por el esplendor del paisaje. Parece la superficie lunar con la piedra blanca y ese azul del agua que, al mirarlo a media distancia, parece plano. Es muy increíble el atardecer. La piedra clara se vuelve completamente rosa y el agua naranja. Es espectacular».

Un viejo cartel

Viajar en autostop por Turquía les permitió conocer mejor a la gente. Escribían en papel los destinos y todavía conserva uno de esos carteles, el de la isla de Kekova.

Al final del día cogieron un autobús hasta Antalya y viajaron toda la noche. Tras pasar una jornada en la playa disfrutando del ambiente costero, su plan era dormir sobre la arena, pero no contaban con que se iba a levantar un viento intenso. Cenaron en un beach club y, agotados, se tumbaron en dos hamacas del local donde pronto quedaron dormidos. Cuando despertaron ya era por la mañana y, para su sorpresa, los dueños del local les habían preparado un desayuno increíble. «Pusieron música, fueron súper agradables. El resto de nuestros amigos, quince en total, acudieron allí y comimos juntos. Nos llamó mucho la atención la hospitalidad». Su siguiente destino era la playa de Olympos. Tenían decidido ir haciendo autoestop, así que dibujaron unos letreros en papel y, a los cinco minutos, ya les habían recogido. «Recuerdo a un camionero que nos llevó. Sólo hablaba turco. Nos dio de comer y de beber, se estableció una comunicación muy especial. Igual nos llevaba un millonario con un descapotable que un agricultor con su furgoneta».

Recuerdos de la experiencia del diseñador en piscinas blancas y playas idílicas. LP
Imagen principal - Recuerdos de la experiencia del diseñador en piscinas blancas y playas idílicas.
Imagen secundaria 1 - Recuerdos de la experiencia del diseñador en piscinas blancas y playas idílicas.
Imagen secundaria 2 - Recuerdos de la experiencia del diseñador en piscinas blancas y playas idílicas.

Así es Antalya

Si tiene que escoger un lugar de todo el viaje, se queda con la playa de Olympos, una de las más conocidas de Antalya. Ubicada en plena naturaleza, con un ambiente muy hippy, gran cantidad de sitios animados para tomar algo y, de repente, un paseo lleno de ruinas griegas y romanas. A continuación un riachuelo, laureles y una bahía enorme con playa de roca y arena y gas metano en forma de lenguas de fuego que salen de la roca. «Allí sí que dormimos en la playa. No he visto un cielo más estrellado en mi vida, con cientos de estrellas fugaces. Cuando nos despertamos la luz azulada hacía que el monte Olympo se viera marrón y poco a poco se iba volviendo verde». Al regreso pararon en la playa de Kas y de nuevo recalaron en Estambul, ciudad marcada por los contrastes que estimuló la imaginación de este joven creador. «Para mí viajar de esa manera tan improvisada me hizo experimentar una sensación de libertad increíble. Vivimos muchísimas emociones. Me sentí muy afortunado y lleno. Mi pensamiento era: ‘Qué feliz soy haciendo esto y que poco necesito’».

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