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Milena Villalba confiesa que el motivo que la llevó a elegir arquitectura «no es muy romántico. La verdad, nunca lo tuve del todo claro». Siempre ... pensó que, con 18 años, «es muy difícil saber realmente qué quieres hacer con tu vida, y probablemente me dejé llevar por la corriente». Quizás influyó que de pequeña le gustaba mucho dibujar, y más de un verano lo pasó dibujando la casa donde vivía o inventando casas sobre papel de retícula. Por eso, en una respuesta que va un poco más allá, cree que lo ideal sería «que nos preguntáramos primero cómo queremos vivir y qué nos gusta hacer, y que, en base a eso, tomáramos decisiones».
Para Milena, estudiar fotografía sí fue una decisión «mucho más entusiasta, aunque paradójicamente parecía menos práctica; había quien me decía: '¿Para qué, si ya eres arquitecta?'». Le encantaba hacer fotos, aunque jamás imaginó que acabaría dedicándose a la fotografía de arquitectura.
Pero las imágenes de Milena Villalba tienen alma, y ella lo atribuye a que siempre le interesaron la sociología y la psicología, además de su curiosidad por la gente. «Mientras era estudiante trabajé siempre de cara al público, y creo que eso me ha dado herramientas para las sesiones de fotos y para trabajar en general». Milena Villalba no sabía qué hacer cuando acabó la carrera, y de hecho durante unos años no quiso saber nada que tuviera relación con su formación. «Después apareció la fotografía de arquitectura, y aunque haberse sentido perdida no parezca a priori algo positivo, con perspectiva en mi caso sí lo fue, y me permitió observar el mar que tenía delante sin ser arrastrada de nuevo por la corriente de 'lo que se supone que debes hacer'». Eran los años más duros de la crisis económica.
A la fotógrafa le cuesta definir sus imágenes. «Simplemente hago lo que siento, y es lo que termina saliendo. Desde el principio me atrajo la idea de incluir a los habitantes en las fotografías de arquitectura, algo poco común en los referentes que tenía». No niega que en algunos momentos se ha sentido insegura al justificar lo que hacía. «Ahora, con perspectiva, me arrepiento de no haber sido más libre, porque con el tiempo acabas descubriendo un porqué». Milena cuenta una historia en cada imagen. «La fotografía tiene un poder ejemplificador muy fuerte, y si aceptamos que el fin último de la arquitectura es servir a las personas, es lógico que aparezcan en ella».
No le gusta a Milena el papel que Valencia juega en el mundo de la arquitectura. «Lamentablemente, la ciudad no es un referente, porque se siente mucho el peso de la especulación. Y me duele, porque creo que tenemos un potencial enorme».
Milena está trabajando en un libro con fotografías que tomó de interiores de viviendas afectadas por la dana; «espero que este listo en octubre». Por otro lado, en dos semanas se inaugura la Bienal de Venecia de Arquitectura, «donde participo con un proyecto fotográfico para una de las salas del pabellón de España, la dedicada a las Islas Baleares, y que acompañan unas investigaciones sobre descarbonización de Carles Oliver y David Mayol».
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