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Mayrén Beneyto, en el escritorio donde se sienta a organizar su agenda, con vistas al cauce del río. JOSÉ LUIS BORT

Las memorias de Mayrén Beneyto, en LAS PROVINCIAS: «Voy a contar lo que nadie sabe»

La socialité contará las próximas semanas algunas de las anécdotas e historias más jugosas que ha vivido y nunca ha contado de su etapa como concejal en el Ayuntamiento y también a lo largo de una vida social todavía muy activa a los 80 años

Domingo, 28 de septiembre 2025

Mayrén Beneyto ha sido la protagonista de una película (o varias) donde caben historias de amores y de envidias, de lujos y de miserias, de anécdotas donde aparecen nobles, papas, amantes reales y celebridades con un escenario llamado Valencia y una época, finales del siglo XX y principios del XXI, vinculada a Rita Barberá, a la Copa América, a la Mostra de Valencia, al Palau de la Música y a un esplendor que la socialité recuerda con una claridad envidiable. Pasada ya su época de concejal, Mayrén Beneyto nunca ha dejado de tener un papel principal, a pesar de que tras dejar el Ayuntamiento el teléfono dejó de sonar, como ella misma reconoce. Ha habido momentos duros en su vida también, y lo va a contar cada semana en LAS PROVINCIAS, en una serie donde irá desgranando sus memorias a través de los álbumes de fotos que ha ido acopiando en su casa y que ahora ocupan una pared entera de su salita de estar, justo enfrente de la música de su marido, Ramón Almazán.

Porque la vida de Mayrén Beneyto ha sido apasionante, desde que era una niña de casa bien, que había llegado a este mundo con la misión de casarse lo mejor posible, de tener la preparación para saber estar, saber recibir y tener hijos a quienes educar en la obediencia debida para perpetuar los apellidos. Pero la vida le tenía reservado otro destino, y se separó de su marido cuando todavía no estaba legalizado el divorcio en España, con el ostracismo social que supuso para ella.

Mayrén Beneyto nunca estuvo hecha para agachar la cabeza. Tiene una fuerza inusitada, un empuje que le ha ayudado a superar mil adversidades, y una inteligencia que le ha permitido moverse bien entre los vericuetos de la política, adonde llegó impulsada por hombres como Fernando Abril Martorell o Manuel Broseta. «Pero yo sabía que no podía mostrarme demasiado, porque si no me cortaban la cabeza».

Fue esencial en su trayectoria política, tras la desaparición de UCD, la confianza que le demostró el líder valencianista Vicente González Lizondo, que vio en ella una política en potencia, capaz de arrastrar y de convencer. Primero en UV, luego en el PP, nunca metida del todo en intrigas de partido pero sí comprometida con Valencia y con Rita Barberá, a quien ayudó muchísimo en la época en que la ciudad abrió una ventana al mundo gracias a la Copa América, a la Fórmula 1 y a todos los acontecimientos culturales que tuvo la suerte de presidir. Sólo ella sabe cuánto le costó que vinieran algunos directores de orquesta al Palau, las anécdotas que se vivieron en la visita del Papa Benedicto XVI o los encontronazos con alguna celebridad invitada por la Mostra.

Mayrén Beneyto relatará a partir de la próxima semana, justo en el momento en que Revista de Valencia cumple su 500 aniversario, anécdotas que tienen que ver con la historia más reciente de Valencia. «Voy a contar cosas que nadie sabe», asegura la exedil, que ha ido recuperando álbumes de fotos que son un tesoro. Porque detrás de la Mayrén más social, la que ahora acude a exposiciones, fiestas benéficas y cumpleaños, existe una mujer que ha sido testigo (y protagonista) de acontecimientos históricos e historias desconocidas que han modelado la Valencia del siglo XXI.

Más allá de la educación, los idiomas y la disciplina, su carisma le ha ayudado mucho en sus objetivos, y de ellos se muestra orgullosa, pero también han caído rendidos a sus pies personalidades que ha conocido a lo largo de su vida. Porque Mayrén es magnética. Y para muestra un botón. LAS PROVINCIAS contó hace unos años que el cardenal Tarancón le dijo una vez: «Mire señora, aunque soy sacerdote no por eso he perdido el gusto, y sé distinguir cuándo una señora es una mujer de bandera, y usted lo es». Mayrén, al recordarlo, resta importancia al comentario: «No hay que creérselo». Los halagos debilitan.

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