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A Manuel Llorente, si se le pregunta por el momento actual del club, opina que no se puede gestionar desde la distancia.

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A Manuel Llorente, si se le pregunta por el momento actual del club, opina que no se puede gestionar desde la distancia. Jesús Signes

Manuel Llorente: «Llevo tiempo sin hacer nada y estoy estresado de no tener estrés»

Era noticia un día sí, otro también, e incluso llegó a despistar a periodistas que le perseguían por caminos rurales de Picassent, donde todavía vive este economista que reconoce que durante mucho tiempo antepuso su trabajo a la familia

María José Carchano

Domingo, 17 de noviembre 2019, 21:03

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Manuel Llorente es de esos tipos que caen bien, de sonrisa fácil y conversación fluida, con infinidad de anécdotas en las que los protagonistas son Mendieta, Farinós o Ayala, pero también Berlusconi y José María Aznar. El que fuera presidente del Valencia CF conserva el mismo aspecto que en su época de esplendor -«es lo que tenemos los calvos, que ya no cambiamos mucho», bromea- y un cierto punto de nostalgia se deja entrever en su charla, que vuelve una y otra vez a su época en el club. Diez años después de dimitir de su cargo, todavía se reúne cada semana con personas que compartieron cuitas de aquel Valencia que fue antes de la llegada de Peter Lim; entre ellos, Vicente Andreu, Pedro Cortés, Martín Vila o Pepe Marugan.

-Ser presidente del Valencia CF, y más en aquella época convulsa, le mantuvo a usted como una de las personas más mediáticas. ¿Cómo recuerda aquella época, visto ahora con perspectiva?

-Yo creo que uno se acostumbra, aunque había momentos en que tenía mucha presión. Recuerdo que, sobre todo cuando terminaba la Liga, salía de las oficinas del club y los periodistas me estaban siempre esperando. Recuerdo una vez que incluso me siguieron con el coche; cuando noté que me seguían me metí por caminos rurales de Picassent, donde vivo, y que me conozco porque voy por ahí en bicicleta, hasta que los despisté. Ellos pensaban que me iba a una reunión, a ver a alguien. Al día siguiente me recriminaron que los dejé tirados por los caminos (ríe).

«Hace dos o tres meses que no voy al campo, no soy muy aficionado al fútbol. Me metí en el Valencia para gestionarlo»

-Dicen que el poder engancha. ¿Le ha ocurrido?

-A mí nunca me ha enganchado el poder. (Piensa) Bueno, sí que es verdad que entiendo aquella expresión que Alfonso Guerra decía: «la erótica del poder». Reconozco que me gustaba estar ahí, ser el centro de atención, por qué no decirlo; pero yo me he dedicado a gestionar y nunca me ha gustado presumir de ello.

-Pero usted vivió, sobre todo, las penurias económicas del club. ¿Cuántas noches le ha quitado el sueño el Valencia?

-Muchas. Bueno, la verdad es que llegaba tan cansado que me dormía enseguida, pero a las tres o a las cuatro de la madrugada me venían las ideas, empezaba a darle vueltas y era imposible volver a coger el sueño.

-Y uno se acostumbra? ¿llevaba bien el estrés?

-Sí, uno se acostumbra a todo, quizás me caía el pelo un poco más (ríe).

-De usted se han dicho cosas buenas de su gestión, pero también muchísimas malas, incluso le han investigado judicialmente. ¿Llega a asumir las críticas?

-Yo no estoy arrepentido de nada de lo que hice en aquella época, cada decisión que tomé era necesaria hacerla, y me siento con cualquiera para explicarlo. Quizás una de las cosas que más me afectó fue la marcha de Rafa Benítez. Y luego, claro, es que han llegado a presentar contra mí una denuncia falsa y anónima en la que me acusaban de tener dinero oculto en el extranjero. En la denuncia constaba como número de cuenta el teléfono de la sucursal, una locura. En esos momentos sí que lo pasé mal.

Manuel Llorente, diez años después de dejar la presidencia del Valencia CF.
Manuel Llorente, diez años después de dejar la presidencia del Valencia CF. Jesús Signes

Prefiere explayarse en todas las anécdotas positivas que vivió al frente del club. Recuerda, por ejemplo, la negociación con el Lazio para vender a Mendieta. «Estábamos sentados en la mesa con los italianos en Roma y me llama mi mujer. Hablo con ella. Cuando cuelgo, le digo a Javier Subirats y Javier Gómez, que estaban a mi lado, que era Toldrá, que el Madrid está haciendo fuerza por el jugador. Los del Lazio, atentos, tenían prisa por cerrar el fichaje. Les sacamos ocho mil millones de pesetas». Cuenta algunas más. El caso de Farinós, en el que intervinieron dos presidentes de Gobierno. El de Italia, entonces Berlusconi, propietario a su vez del Milan, «le preguntó a José María Aznar qué le parecía el jugador. Le contestó que no estaba mal, pero que era bajito». Aquella conversación frustró su fichaje y finalmente se fue al Inter. O el caso de Ayala, que llegó al Valencia después de que Italia se pusieran a investigar los pasaportes europeos de jugadores extracomunitarios. «Yo sabía que necesitaban venderlo y lo conseguimos por poquísimo. Mire lo que fue después Ayala».

-¿Cómo recuerda el día en que presentó su dimisión?

-Me quedé muy tranquilo, aunque sí es cierto que pasa el tiempo y echas de menos esa actividad. Era responsable de una sociedad con muchísimas deudas, que cada fin de semana se jugaba mucho, y esa situación me generaba mucho estrés. Además, tenía que estar continuamente buscando patrocinadores. Aquel día me levanté y me fui. Los papeles se quedaron sobre la mesa. Sólo me llevé unos libros y cuatro fotos.

«En la universidad nunca fui un estudiante de primera fila, yo siempre iba al final del autobús. A mí me valía con un cinco»

-Volvamos atrás. Usted se convirtió en huérfano a muy temprana edad. ¿Qué pasó?

-Mi padre murió de cáncer cuando yo tenía seis años. Era teniente de la Guardia Civil y estaba destinado en Patraix. A los ocho años me fui al colegio de los Huérfanos de la Benemérita en Madrid porque mi madre estaba enferma y, efectivamente, murió dos años más tarde. Los padres de mi madre, que vivían en Benetússer, fueron quienes se encargaron de mí, aunque yo solo venía en vacaciones.

-¿Fue dura la estancia en el internado? Era muy pequeño cuando llegó.

-Era duro, porque estábamos lejos, pero aprendimos mucho y los compañeros se convertían en hermanos, porque no había más familia. Tengo recuerdos muy buenos. Eso sí, pasábamos algo de hambre, porque te ponían el desayuno y hasta la una y media no te daban de comer. Los mediopensionistas, hijos de oficiales que también estaban allí escolarizados, llevaban un bocadillo a media mañana y siempre íbamos mendigando algún trozo. Frío también, que recuerdo ponernos junto a los radiadores del pasillo.

-¿Se planteó en algún momento convertirse en guardia civil, como su padre?

-Es que hasta mi abuelo era capitán de la Guardia Civil. Yo estuve mirando a ver si me iba a Zaragoza a hacer la carrera militar, pero tenía un compañero que también quería ir y como no era muy amigo mío no me apetecía, así que decidí estudiar Económicas en la Complutense, que estaba en Somosaguas.

-¿Fue buen estudiante?

-Digamos que yo era de los que se ponían no en primera fila, sino al final del autobús. A mí me valía con un cinco.

-Y volvió a Valencia.

-Yo todos los veranos los pasaba aquí, en Benetússer, y tenía un grupo de amigos. Ya de adolescente iba a Cullera, a Gandia, me encantaba ir de discotecas, hasta que pusimos en marcha un negocio de muebles. Comprábamos madera, la llevábamos a un taller y hacíamos un modelo de silla que, como se dice en el argot, fusilamos de algún sitio. En una nave de mis padres teníamos montadores, las llevábamos a tapizar y las vendíamos a una serie de clientes. Me acuerdo que uno de ellos, Muebles Iglesias, años más tarde, me ofreció ir a trabajar con él por 70.000 pesetas.

-¿No quiso?

-En el año 77 yo salía con mi mujer actual, que vivía en Picassent, y a través de un señor que se llamaba Bernardino Díaz me recomendó a Cárnicas Roig. Eso sí, yo tenía que estar en un supermercado, estuve en el de Blasco Ibáñez, a los cuatro meses dije: «Me voy, que no aguanto más». Hice de reponedor, descargué camiones, fui repartidor… incluso le llevé un pedido un día a su casa, a Juan Roig. Yo tenía que conocer el supermercado desde abajo. Entonces ganaba 22.000 pesetas al mes.

Repasa unos recuerdos que comienzan, con apenas ocho años, en un internado de huérfanos de la Guardia Civil.
Repasa unos recuerdos que comienzan, con apenas ocho años, en un internado de huérfanos de la Guardia Civil. Jesús Signes

- Era bastante menos que lo que le ofrecían en la tienda de muebles.

-Juan Roig me convenció para hacer unos estudios de mercado y pasé a ganar 35.000 pesetas, pero en aquel momento me interesaba más estar a su lado, siempre le he considerado como una persona con mucho empuje, que me trataba muy bien. Y pensé: «¿Qué prefiero, ganar más dinero o aprender?». Entonces todavía no estaba casado.

-¿Le ha entendido su mujer?

-La suerte que he tenido con mi mujer es que le gustaba mucho el fútbol, porque yo me pasaba cada día en el club, pero además, iba siempre a los partidos. Primero vivimos en Valencia, en la avenida de Cataluña, pero cuando nacieron mis dos primeros hijos ella prefirió que nos fuéramos a vivir a Picassent, precisamente para estar más acompañada.

-Tiene tres hijos, ¿le han visto mucho?

-Cuando me iba estaban durmiendo y cuando volvía ya estaban durmiendo. Puede que diga una barbaridad, pero a veces anteponía el trabajo a la familia; yo consideraba que estar bien en el trabajo suponía estar bien con la familia. No he ido a reuniones del colegio de los niños, ni siquiera acompañaba a mi hijo pequeño cuando estuvo jugando a fútbol. Ha sido mi mujer la que siempre se ha encargado de ellos. Ahora puedo ejercer de abuelo, que tengo una nieta que vive en Berlín y ha pasado unos días con nosotros.

-¿Algún hijo le ha salido economista?

-Manolo, mi hijo el mayor, estudió Económicas. Mi hija, que es más parecida a su madre por la fuerza de voluntad que tiene, con veintitrés años superó un cáncer. Ahora tiene una clínica veterinaria en Berlín.

-¿Qué hace usted actualmente?

-Ahora estoy más tranquilo. Llevo algunas cosas mías y, además, tengo dos o tres amigos a los que asesoro en sus empresas. Dicho esto, no tengo demasiadas obligaciones que me ocupen el tiempo.

-¿Le gustaría tener?

-Sí. Ya llevo un tiempo sin hacer nada y estoy estresado de no tener estrés. Por ejemplo, veo un avión y me entran ganas de viajar. Lo echo de menos, siempre me gustó.

-¿Va al campo?

-Hace ya dos o tres meses que no voy. No lo hago habitualmente y, eso sí, nunca voy al palco, aunque me hayan invitado. Prefiero ir con amigos y sentarme en las gradas. Dicho esto, no soy una persona muy aficionada al fútbol que se siente a verlo en televisión. Yo me metí en el Valencia para gestionarlo.

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