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Ernesto Bosch se resistió. ¿Quién sabe si hubiera acabado siendo un gran periodista, en aquella primera vocación que se atrevió a verbalizar? Pero la sangre ... le tiraba más de lo que aquel adolescente era capaz de admitir, y acabaron imponiéndose los genes de un padre médico, dedicado también a la reproducción. Comparaciones aparte -tienen el mismo nombre y, por supuesto, el mismo apellido- el hijo ha conseguido unos reconocimientos que nunca imaginó su padre, entre ellos formar parte de la lista de los cien médicos españoles más reconocidos por Forbes junto a su jefe, el cofundador del Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI), Antonio Pellicer. Y no es casualidad, porque en este 35 aniversario de la creación de la clínica de reproducción asistida más importante del mundo, médicos investigadores de la talla de Remohí, Pellicer, Simón, Bosch o Cobo han marcado el paso de los avances a nivel internacional en materia de infertilidad. «En los congresos no se creían que habíamos conseguido preservar óvulos», contaba el viernes Pepe Remohí en un encuentro con la prensa para celebrar el cumpleaños del centro. «Fue la doctora Ana Cobo, que por cierto es mi mujer», reía el otro cofundador. Es precisamente ese estilo tan personal, marca de la casa, el que se aprecia también en Ernesto Bosch, que lleva un cuarto de siglo ligado al IVI.
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-¿Se acuerda de sus inicios en el IVI?
-Cuando llegué hace veinticinco años yo estaba sentado a la derecha de Pepe (Remohí), y cuando en casa me preguntaban, decía que debería pagar en vez de cobrar por estar a su lado aprendiendo. Los dos (también Toni Pellicer) han sido mis mentores, mis maestros, y, además, puedo decir con orgullo que son amigos. Con Toni estaba por 'whatsapp' comentando el partido del Real Madrid de ayer (la entrevista tiene lugar el miércoles, justo un día después de jugar en la Champions League contra el Arsenal). De hecho, se lo dije cuando entré a trabajar aquí, que para mí que el IVI me ofreciera un puesto es como si a un futbolista lo llama el Real Madrid. Pero, sobre todo, lo que diferencia a Pellicer y a Remohí de otros grandes de la reproducción asistida es que a nosotros nos han empujado hacia arriba.
-¿Cree que el IVI es una cantera?
-Yo llevaba sólo tres o cuatro meses y Toni (Pellicer) tenía una reunión en Suiza que coincidía con la comunión de sus hijas. Aquel encuentro trataba sobre un tema en el que estaban los mayores expertos europeos, y del que me encargó hacer un trabajo en los cursos de doctorado. Fui uno más. Y mientras otros compañeros iban a los congresos como asistentes yo ya estaba dando ponencias gracias una cultura que hemos ido calcando.
Afable y cercano, Ernesto Bosch se ríe cuando recuerda cómo a su lado se sentó, tiempo después, una joven médica con mucha proyección, Elena Labarta, que posteriormente se convirtió además en su mujer.
-¿Es difícil separar la profesión de lo personal?
-Hemos aprendido, pero no es fácil. Es viernes por la tarde y nos pasamos dos horas hablando del trabajo hasta que decimos basta. El día a día ayuda, los hijos, sobre todo...
-Si vamos atrás, no tuvo clara la vocación desde temprana edad...
-Mi madre cuenta que tenía una botella de champán preparada para cuando le dijera que quería estudiar Medicina, y se lo solté a la una de madrugada de una noche de verano. Se quedó descolocadísima. Igual me ocurrió con la especialidad, porque yo quería ser traumatólogo y dedicarme a medicina del deporte. Mis referentes eran el doctor Guillem o el doctor Villarrubia, que operaban a los futbolistas, hasta que fui a una intervención y vi el martillo y los clavos. Ahí abrí la mente.
-¿Le aconsejó su padre?
-Nunca me dijo nada, creo que no quería influir, igual que yo tampoco lo voy a hacer con mis hijos. Es todavía un poco pronto para ellos, pero claro, con dos padres ginecólogos, sus referentes son muy fuertes, aunque quizás tengan una visión algo distorsionada de la práctica médica porque nosotros aquí en el IVI somos unos privilegiados.
-¿No le hubiera gustado a él que siguiera a su lado, en la consulta privada?
-Mi padre trabajaba a la antigua usanza, en La Fe y por las tardes en una consulta en la Gran Vía Fernando el Católico, donde yo tenía un despacho. Pero cuando surgió la posibilidad de entrar en el IVI, él mismo me dijo: «Ni te lo pienses, porque la reproducción en el futuro no se va a hacer en las consultas privadas, sino en centros multidisciplinarios». Y así fue.
-¿Cree que fue importante para usted que parte de su formación fuera en Estados Unidos?
-Sí, y lo tenía muy claro, porque en realidad yo nací en Filadelfia, donde mi padre se formó durante cuatro años, más los dos que pasó en Nueva York. Además, hice mi último año de residencia en el mismo hospital en el que había estado mi padre con un compañero suyo que sí se quedó allí. Fue él quien me dijo: «Lo más difícil de este trabajo es explicarle a una paciente que ha pagado para que le pinten la casa por qué la casa está sin pintar».
-¿Ha aprendido a manejar la mochila emocional con la que llegan las pacientes? ¿A que confíen?
-Estos tratamientos son muy demandantes a nivel físico y también a nivel emocional, y es muy importante darles la confianza porque de otra manera se convierte en una barrera insalvable. Si no confía no se embaraza. Y el miedo a que no funcione muchas veces bloquea a las pacientes.
-¿Cómo ha recibido el reconocimiento de Forbes?
-Es un orgullo. Estoy encantado de haber trabajado tanto durante veinticinco años y que alguien se haya fijado en mi trayectoria, pero no pienso mucho en ello. Me enteré el viernes y seguí haciendo mi vida normal (ríe).
-¿Dónde le podría encontrar fuera de aquí?
-Haciendo deporte. Corría maratones cuando éramos cuatro gatos, hasta que las rodillas no dieron más de sí y pasé a la bici. Ahora he empezado con el golf. Es tan difícil que me obliga a concentrarme, y de este modo me desintoxico, que no es lo mismo que desconectar, que para mí es difícil. También lo hago viendo jugar al fútbol los sábados a mi hijo, que tiene doce años.
-Si yo fuera una joven médica que quisiera llegar a ser como usted, ¿qué me aconsejaría?
-Estudia y disfruta. Si no estudias no vas a poder y si no disfrutas te vas a morir en el camino. No lo tomes como un sacrificio.
-¿Usted ha disfrutado mucho?
-Muchísimo. Todos los días.
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