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El Veles e Vents cambió la vida de Beatriz.
Los impulsos del corazón

Los impulsos del corazón

Beatriz Aguinaco cuenta con dos pilares que unen su vida, su hijo Mateo y su pareja. El primero le enseñó que vale la pena renunciar a muchas cosas a cambio de otras, mientras que es el segundo quien la une a Valencia

ELENA MELÉNDEZ FOTOS DE IRENE MARSILLA

Martes, 20 de septiembre 2016, 22:00

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En el transcurso de un viaje a Valencia hace años le dijo a Mateo, su hijo: «Algún día viviremos aquí». La sentencia resultó premonitoria, pero antes un gran acontecimiento determinaría su trayectoria vital. Beatriz Aguinaco nació en Santurce, donde vivió hasta los 24 años. Allí estudió interiorismo y al terminar decidió marcharse a Londres, donde contaba con familia. Llegó sin tener ni idea de inglés y lo que iba a ser una experiencia pasajera se prolongó cinco años. «Sabía que el mundo no terminaba en Bilbao y yo quería comprobarlo. Fue importante para mí. Vengo de una familia muy sólida y de principios y, sin renegar de aquello, noté que tenía que desvincularme para poder ser yo. Allí me encontré y me gusté», confiesa.

Cuando Beatriz trataba de decidir si echaba raíces en Londres le surgió una oportunidad profesional relacionada con el sector educativo, que es a lo que había estado dedicándose hasta el momento. «Me volví a España para iniciar una nueva etapa pero, tras un tiempo, mi vida laboral se interrumpió porque me quedé embarazada y sabía que iba a estar sola con mi hijo. Paré de nuevo todo y volví a Bilbao, quería que mi hijo tuviera unos referentes paternos y me fui a casa de mis padres».

A la protagonista de esta historia se le humedecen los ojos cuando habla de Mateo, el que se convirtió en su compañero, su confidente y el eje de su vida. «Criar a un niño sola me aportó un coraje extraordinario, me puso muy en mi sitio, pude descubrir unas capacidades mías que no imaginaba. No hay que pretender llegar a todo, hay etapas en las que debes renunciar a ciertas cosas para poder disfrutar otras», explica Beatriz.

Pero una nueva llamada desde Madrid la devolvió a la capital. Allí se reencontró con su hermana y construyó una nueva vida junto a su hijo. Pero el azar es caprichoso y no pasó mucho tiempo hasta que fue invitada a un evento en el edificio Veles e Vents, donde sucedió lo que a ella le gusta llamar «el acontecimiento». «Vine a una fiesta de casualidad en este edificio espectacular y conocí al amor de mi vida, Pucho Barrera. Ahí empezó todo. Este lugar es súper importante para nosotros desde un plano emocional».

El sector bancario en el que hasta ese momento trabajaba empezó a ir regular. Dio la casualidad de que todo el mundo comenzaba a dar por hecho que Beatriz se dedicaba a la moda, una pasión que se gestó cuando era pequeña en el seno familiar. «Nos hemos criado rodeados de revistas. Nos traían ropa de viajes que confeccionaban por todo el mundo, se hablaba mucho del tema... Es algo yo que tenía innato. Me vi en un momento en que debía hacer algo y surgió de un modo casi natural la idea de abrir la tienda».

Escogió para su negocio la calle Sorní porque es un lugar que le representa y un nombre que para ella era especial. «Caripén es un bistró de Madrid en el que he pasado muy buenos momentos. Hice todo sin pensarlo demasiado, pero con mucha pasión y alegría. Me he dedicado en cuerpo y alma, todo lo hago yo. Pese a que ha sido difícil emprender en solitario, he tenido mucha suerte».

Cuenta Beatriz que desde el primer día se ha sentido muy arropada por las personas a las que ha ido conociendo, y se confiesa una enamorada de la ciudad y de todos sus condicionantes: las tradiciones, el clima... El día antes de su boda religiosa fue a confesarse a la Virgen de los Desamparados y no descarta vestirse de fallera para la Ofrenda. Se siente una valenciana más. «No sabéis lo que tenéis. Valencia posee un enorme potencial , reúne clima, gastronomía, es el puerto de Europa. Le falta pulso, quizá porque lo tenéis todo por castigo. Aquí una persona de clase media vive como lo hacen los millonarios en Inglaterra».

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