Zonas de transición
La devastación no afecta sólo a la socialdemocracia sino que se expande al sistema democrático. Hasta se ha quebrado la fe de la feligresía socialista, que ya es decir
Antes del 12-J, el personal se tomaba un carajillo o un cortado en la barra del bar y discutía sobre último gol de Yamal o de Dembelé mientras los partidos se insultaban en la tele, y el fango político, el hedor a cloaca y la caza de los aparatos del Estado contra la socialdemocracia envolvían el argumentario del PSOE en el poder. El mundo se dividía entre malos y buenos, como en una película muy primaria, de tejanos y pistolas y de contornos vengativos. Después del 12-J, ese mismo vecino del carajillo o el cortado discute de Yamal y de Dembelé en la barra del mismo bar pero ya parece distinguir que algo ha cambiado en el clima guerracivilista y putrefacto colonizador de los espacios públicos: resulta que hay bulos que se acomodan a la verdad y hay operaciones urdidas para acabar con la izquierda que se hallan en un limbo, pues puede que sean ciertas aunque partan de un envenenamiento original. Lo normal, sin embargo, es que el personal lo interprete bajo una envoltura más directa: todos son iguales en el reparto de culpas, unos y otros, y encima cuestan dinero. Es una sensación que los italianos, que se desempolvaron pronto del fascismo para hechizarse con la democracia cristiana, conocen bien. Aquí, la dictadura, que se prolongó muchísimos años, provocó otro tipo de sensaciones, y de algunas muy obtusas aún estamos cautivos. (Antes del 12-J las alcantarillas del Estado, como apuntaban algunos finos analistas, habían vuelto a renacer, y tenían casi tanto protagonismo como el que les atribuían los comunistas de la Transición, porque hubo un tiempo en que parecían haberse diluido, o estaban hibernando, aunque no hubiera día en que no apareciera algún Villarejo o sucedáneo con ondas expansivas en el bolsillo. Huelga decir que estas alcantarillas golpeaban las espaldas de la izquierda, según los mismos comentaristas. Y antes del 12-J otros finos analistas, o los mismos, apuntaban a los poderosos aparatos del Estado -cuya representatividad soberana no alcanza a igualar a la de la política-, muy crecidos contra la misma orilla, aparatos del Estado sobre los que todavía cuelga el dilema de si la «reforma» y no la «ruptura» fue el mejor camino para contrarrestar sus derivas posteriores. Después del 12-J también esas impresiones o imaginaciones han quedado pulverizadas. Del trance traumático salen victoriosos los aparatos y la consideración de la existencia de una «caza» ha quedado relegada. Ya volverá, sin duda, a rellenar los discursos o los hechos).
Después del 12-J la devastación no afecta sólo a la socialdemocracia sino que se expande al sistema democrático. Un virus letal que se lleva por delante firmezas, legitimidades, convicciones, certidumbres y hasta dogmas, por cuanto hasta se ha quebrado la fe y la devoción de la feligresía socialista, que ya es decir. Los aplausos morales son de consternación. El secretario general, después de una cura de humildad, lanza ataques contra la oposición -el bien y el mal, de nuevo, somos muy católicos-, intenta inflamar a la militancia otra vez, transportarla hacia un nuevo escenario de «religiosidad», convencerla de su destino y el del partido en la Historia. Es su papel, aunque en la parte escuchante se haya sembrado la duda. El partido vertical que ha levantado Sánchez, apenas sin contrafuertes, ha de encarar la crisis de otra forma, necesariamente. Sánchez «es» la militancia, de ahí le viene la legitimidad. La sujeción del PSOE en los cuadros intermedios, pilares de la cultura socialista, se desvaneció hace algunos años, y ahora Sánchez impulsa unos «cuadros» de su cosecha, configurados sobre sus propia doctrina y su propio dibujo. Es un modelo inédito en el PSOE y es la primera vez que el PSOE enfrenta una crisis de esas proporciones con ese modelo.
En todo caso, las «condiciones objetivas», que diría algún despistado maoísta, se han transformado en un plis-plas, y conviene girar el espejo hacia Vox, partido cuyo músculo aumenta y aumenta como si se tratase de un atleta del culturismo más ortodoxo en la misma proporción que la desafección ciudadana hacia la política desciende y desciende como en una noria loca. Vox acoge a los ciudadanos en su seno como una patria o una madre puesto que los partidos tradicionales parecen decididos a que así sea: primero con el griterío incesante y ahora con la picaresca inductora de la demolición democrática. Rotos definitivamente los consensos -mucho más ahora- y eliminados los espacios intermedios, que son siempre los valedores del suelo democrático, ya no se presta atención a las zonas de transición ni a los horizontes de tránsito. Y esas zonas son las que fundan todos los proyectos y pactos sociales de largo alcance. Los compartimentos estancos, que suelen cimentarse en la obcecación, solo dan beneficios inmediatos (y reducidos). Los dos partidos mayoritarios decidieron hace tiempo encerrarse en sí mismos y atacarse por tierra, mar y aire. Las zonas intermedias quedaron postergadas. Atención a esa clave, a la que hay que añadir otra derivada de ésta. El PP ha hinchado tanto el globo del hostigamiento al gobierno, y durante tanto tiempo, que ahora, como en el cuento del lobo, cuando el estallido ha sido tan colosal, se ha quedado sin lenguaje. De la cima de la montaña -donde se había instalado el PP- solo se puede descender, nunca subir más. Conviene tenerlo en cuenta. Después de la «mafia» ¿qué otra dialéctica se puede emplear? Contra las prisas en el PP, zonas de transición, espacios comunes, conciertos. Y ahora más, que está en juego la confianza democrática.
Conviene girar el espejo hacia Vox, partido cuyo músculo aumenta como un atleta del culturismoFeijóo ha de combatir al PP que representa Ayuso, que es el de la España castiza que se encierra en la meseta
Pero hay que contar con Vox. La amenaza del PP se llama Vox, no solo porque le perjudica en la dispersión del voto sino porque condiciona su mensaje y también -y esto es lo importante- su identidad. Si se aleja de Vox, mal, y si no se aleja, peor. Feijóo ha de combatir al PP que representa Ayuso, que es el de la España castiza, el que se encierra en la meseta y pasa del Mediterráneo y del golfo de Vizcaya, el que está más cerca del zafarrancho de combate de los negacionismos y de los aires tóxicos de Madrid. Es un PP que no respira aire de mar. Y Feijóo ha de vérselas también con el partido de Abascal, con lo cual habita entre dos frentes, lo que le imposibilita la edificación de un gobierno con vascos y catalanes. Y sin vascos y catalanes la España de las periferias no existe: es una abjuración sobre la naturaleza española. Asi que, en caso de vencer - si no alcanza una mayoría holgada-, las condiciones actuales le abocan a un pacto con la derecha de su derecha, lo que introducirá arcaismos y un vacío de transversalidad muy incómodo. Feijóo ha de decidir, o se inclina hacia una esclerosis nacionalista o se hace árbitro moderador de las diversidades españolas (Aznar ya abrió ese telón). Por otra parte, la estrategia de la izquierda ya se sabe cuál es: pasa por atar en un mismo lazo al PP y a Vox, enviarlos a la época de los trogloditas, y apropiarse con todo el mapa que va de la derecha moderada a la izquierda más rampante, incluidos los nacionalismos. Un territorio chicle. En el que permanece ahora. La consigna es: reacción más paleolítico superior frente a modernización, democracia y pluralidad identitaria. Vox es un partido/actor que sirve para todo. Le viene bien a la izquierda y le viene mal a la derecha. ¿A España? España está en otras cosas. ¿Intenta la izquierda llevar a la derecha democrática hacia espacios comunes? No. ¿Intenta la derecha cultivar una cartografía interfronteriza y elaborar una filología común? No. Las salas de mando ya se aprestan a volver a los ataques por tierra, mar y aire. El trauma de la golfería es paralizante pero se va relegando o ignorando. Las zonas de transición, tan vitales para el desarrollo democrático -y tan necesarias para frenar cualquier atisbo de involución- están secas. Como en los últimos años y aunque los pilares de la democracia lo soporten mal.
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