En su memoria guarda también la visita de un grupo de ciegos, que sin bastones ni perros guías (no están permitidos por motivos de seguridad) terminaron con ayuda de otros acompañantes los cerca de ocho kilómetros del sendero (entre accesos y pasarela) que en su día fue considerado el más peligroso del mundo. Pero, ¿cómo disfrutar de la belleza de este paraje natural sin poder verlo? Quienes se atrevieron a hacerlo lo saben. «Uno no ve, pero puede sentir el espacio, el fuerte viento, el caudal del agua, el eco, el frescor del aire. Recuerdo que cuando atravesé el puente colgante, tuve la sensación de estar volando. Pisas el suelo indeciso, con los nervios en el estómago y notas el vacío a tu alrededor. Si alguien cerrara los ojos, lo sentiría igual que yo, pero quien ve no presta tanta atención al resto de los sentidos», sentencia Francisco Javier Fernández, quien quedó completamente ciego a los 18 años como consecuencia de un glaucoma congénito.
Ñito Salas/Álvaro CAbrera
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