Vean en internet a los viejos rockeros, ya que en la tele 'normal' apenas hay música en vivo, salvo la que se hace en los ... programas de talentos. Un paseo por las viejas glorias que han regresado después de años de inactividad o que continúan hasta llegar o sobrepasar los ochenta años me deja un poco perplejo, con un sabor agridulce. Veo a Paul Simon andar con paso vacilante y con una voz mínima (aunque es cierto que la 'voz' del dúo era Garfunkel) retomar sus éxitos de siempre ante un teatro en el pasado mes de julio; a Paul McCartney, con 83, amenazar con continuar su tour mundial 'Got Back' en los Estados Unidos, a pesar de que su voz es solo un pálido reflejo de la que nos emocionó cantando 'Let it be', entre otras muchas. Pero ahora apenas se mueve y una barba blanca atestigua que es un hombre viejo. Vi también a Rod Stewart fingir que cantaba hace unas pocas semanas su viejo éxito '¿Piensas que soy sexy?' en un hotel de Las Vegas, mientras que cuatro cantantes femeninas de visión agradable eran realmente las que le cubrían y las que movían el show. Hasta que murió recientemente, ver a Brian Wilson, el genio de The Beach Boys, era una experiencia dolorosa, ya que apenas podía caminar (siempre estaba sentado) y era difícil oírle.
Así puedo seguir media hora. Los Rolling Stone siguen ese camino, como todos sabemos, y si bien parece que Mick Jagger está hibernado en el tiempo, te das cuenta de que él y sus acompañantes octogenarios representan los mismos movimientos estereotipados de hace un siglo solo que más lentamente. En cuanto a Bob Dylan, hace tiempo que está inmerso en una gira infinita, como si supiera que al parar solo le resta morir. Claro está, la gente puede hacer lo que quiera, y entiendo muy bien la razón de por qué siguen; esa pulsión de Dylan y los de todos de su generación la resumió McCartney en una entrevista hace unos meses: «Quiero seguir tocando porque quiero seguir viviendo». Ahora bien, estos grandes músicos y estrellas que quieren morir en el escenario no podrían hacerlo si no siguieran llenando teatros (los más modestos), centros de conciertos masivos o estadios. Somos nosotros, los 'baby boomers', los nacidos a finales de los cincuenta y principios de los setenta del pasado siglo, los que no queremos que se vayan. Sus prodigiosas carreras son un testimonio gozoso de unas décadas mucho más optimistas que contemplaron el gran desarrollo económico y de bienestar social que se ha producido en este tiempo en Occidente. A mí me apena verlos así, pero los millones de jubilados agradecen ver a quienes les recuerdan su juventud en la que creían que todo era posible.
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