La agresión sufrida hace unos días por la directora del colegio Cervantes en nuestra ciudad a manos de una madre exaltada es, si se quiere, ... solo una agresión más (la víctima sufrió contusiones y arañazos), dentro de una progresión estadística ascendente en los últimos años, pero refleja, por ello mismo, algo muy preocupante. Me refiero al proceso por el que llegamos a cambiar la percepción de las cosas: por más que las asociaciones de madres y padres, así como las propias de los profesores emitan firmes condenas a estos hechos, estos van camino de 'normalizarse', esto es, de verse como algo que va implícito en el sueldo, una realidad que, se quiera o no, no se ve modo de erradicar.
¿Cómo se ha llegado a este punto? El atacar a los profesores ha ido parejo a los ataques a médicos y enfermeros, y esto no puede ser una casualidad. A mi modo de ver varias causas se dan aquí. Por una parte, la sociedad es ahora mucho más heterogénea; mucha más gente tiene formas variadas de pensar y actuar, no hay un código universal que amuralle el respeto al profesor o médico, como antes existía. Por otra parte, está la frustración de padecer demoras frecuentes en la sanidad, en situaciones donde hay una larga lista de espera y con muchos pacientes esperando en salas no particularmente agradables. En el caso de los colegios, la pérdida de la autoridad de los padres se traslada a las aulas, porque los padres que atacan a los profesores son, precisamente, los que están perdidos en su tarea de educar a los hijos. Tampoco ayuda que el profesorado no goce de gran prestigio en nuestra sociedad, que es justamente un hecho distintivo de aquellos países que presentan los mejores resultados en las encuestas internacionales de rendimiento académico.
Los sindicatos de profesores y la administración destacan la necesidad de proveer de un ambiente seguro el aprendizaje de los chicos, y para ello suelen referirse al refuerzo de la educación en valores, pero esto en la práctica no nos orienta a ninguna solución. Un 'ambiente seguro' supone erradicar la violencia entre los chicos dentro del colegio y de los padres hacia los profesores. En lo primero el colegio sí puede marcar la diferencia, pero no en lo segundo. La educación en valores no llega a los padres. Los que agreden a los profesores están sobrepasados por sus problemas, y esa frustración la proyectan contra los que corrigen o castigan a sus hijos. Los profesores nada pueden hacer. Las medidas a tomar pasan porque los padres sepan que un acto así les va a acarrear muchos problemas, y por ver a aquellos como personas que hacen un trabajo muy importante y difícil, al que pueden acudir en busca de orientación, no como objeto de su ira.
Proyectan su frustración contra los que corrigen o castigan a sus hijos
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