Un selfie en la Valldigna
Las obras del jardín del que fue llamado Solar de Jesuitas avanzan a buen ritmo. Después de décadas de controversia y reclamaciones, no tardaremos en ... tener un nuevo parque, que llevará el nombre de una profesora ya fallecida, Trini Simó, a cuyos artículos en este periódico se deben no pocos logros en materia de patrimonio cultural.
Ahora mismo acabo de encontrar uno de sus trabajos en nuestras páginas. Se publicó el 26 de abril de 1975 y tenía como tema el monasterio de Santa María de la Valldigna, en Simat, que por entonces se encontraba en manos privadas y en total abandono. Tanto era el descuido, que 375 personas, la mayoría vecinos del pueblo y entre ellos un concejal, habían firmado un documento, dirigido al ministerio de Educación, pidiendo atención para el conjunto monacal, que se estaba arruinando a ojos vista. Eso fue lo que movió a Trini Simó a escribir; para subrayar los valores del monasterio y para mover conciencias y decisiones a través de LAS PROVINCIAS.
El monasterio de la Valldigna, de finales del siglo XIII, pasó a manos privadas cuando la Desamortización, en el siglo XIX. Usado como almacén agrícola, estaba en parte bajo plantaciones de naranjos que ocupaban claustros y patios. En 1967 se movió la posibilidad de una protección oficial y fue en 1970 cuando llegó una declaración de monumento histórico-artístico, que congeló la ruina, pero no dio más fruto. Del conjunto antiguo quedaba iglesia, sala capitular, casa del abad, refectorio y dependencias de los reyes; pero todo estaba en deterioro progresivo. Trini Simó contó que la grandiosa iglesia barroca se dedicaba a secadero de pieles y almacén de abonos.
Por eso la preocupada carta que 375 firmas inquietas dirigieron al Gobierno, en vista de que el Ayuntamiento de Simat, obviamente, poco podía hacer con su menguado presupuesto. La intervención tenía que ser del Estado y debía comenzar por la expropiación de un bien cultural situado en un campo de 30 hanegadas de naranjos.
Trini Simó, en nuestras páginas, hizo una labor de goteo. Se trataba de inculcar en una nueva generación de valencianos, inquietos ante un tiempo nuevo, el valor del patrimonio arquitectónico. Por eso escribió también, y mucho, para que se salvaran edificios modernistas o para que Renfe aprendiera a respetar la estación del Norte. Trini Simó, en este caso, habló de la historia del cenobio, de los reyes que pasaron por allí y de las piedras que se habían trasladado de lugar, misteriosamente, durante años de abandono.
No mencionó, en el año en que Franco se iba a morir, que el claustro del palacio del abad del monasterio lo tenía el general adosado al chalet del Canto del Pico en Torrelodones que le regalaron tan divinamente. En 1975, todavía no se podían hacer citas de esa 'precisión'. Se hicieron más tarde. Primero tuvo que morir el dictador, llegar la democracia y conquistar los valencianos la autonomía. Después tuvo que llegar el conseller Ciprià Císcar y, en los 80, expropiar el monasterio para la Generalitat. Y después tuvo que llegar la hermana del conseller, Consuelo Císcar, para poner en marcha una restauración larga y compleja, al servicio de otro partido, con los presidentes Zaplana y Camps. Y con un conseller, Esteban González Pons, que finalmente negoció y trajo de vuelta, desde Torrelodones, el precioso claustrillo gótico... donde los turistas se hacen ahora selfies como la cosa más natural del mundo.
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