Durante aquellos años ladrilleros de locos pelotazos conocí a un tipo que se había forrado, de una manera colosal, comprando y vendiendo solares. A uno, ... que alguien lograse formidable fortuna a costa de los solares, le despistaba. Digamos que me confunde cualquier negocio que jamás se me ocurriría. O sea que me trastornan la mayoría de las industrias pues mi cabeza jamás discurre óptimo hacia esos nichos que otros sí descubren con verdadero provecho. Pero resultó que, ese tipo, muy listo por otra parte, apenas disponía de amigos en su entorno. Por lo tanto, nos convidaba a una cuadrilla de frikilondios a su fabulosa mansión. También invitaba a chicas guapas y gente de la mediojet valenciana. Pero el toque de color farandulero, exótico, corría de nuestra cuenta. Los manjares y las bebidas no escaseaban y evidenciaban su bolsillo. Ya lo creo.
Publicidad
El solar supuso, durante nuestra infancia allá en el pueblo o en el extrarradio de la gran ciudad, un parque de juegos donde brincar asilvestrados entre los matojos. Luego irrumpieron los yonquis con sus agujas, sus piñatas melladas, y se adueñaron de esos espacios, con lo cual el solar, antaño territorio donde construían edificios que de paso fertilizaban bolsillos, adquirió mala fama. Y peor fama soportará ahora con ese solar, en Algemesí, donde se acumulan toneladas de productos que la gente donó para paliar las calamidades de la dana. Abundan los artículos de limpieza y los pañales. ¿No se le ocurrió a nadie contactar con Cáritas, la Beneficencia o las oenegés del ramo? Parece que no, pues se optó por apartar el material hacia esos inhóspitos solares para que la chapuza permaneciese sepultada en el olvido. Lo peor de esto es la cara de panoli que se le queda a la persona que se rascó los bolsillos para comprar pañales. ¿Ante otra catástrofe mostrará misma generosidad? A saber...
Suscríbete a Las Provincias al mejor precio
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión