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Belvedere

Sociedad compleja

Incluso los avances son difíciles de gestionar, de acoplar. Todo se ha vuelto extremadamente complicado

Pablo Salazar

Valencia

Sábado, 26 de julio 2025, 23:13

En su trayecto hacia Alboraya, el 70 parte de la Fuensanta. Cuando llega a la parada del polígono Vara de Quart ya transporta a un ... hombre mayor sentado en su andador, más dos cochecitos de bebé para bebés que en realidad no son bebés sino mozalbetes en edad de decidir cambiar de sexo o abortar sin el consentimiento paterno. El autobús es una ONU móvil, con magrebíes, africanos subsaharianos, hispanoamericanos, eslavos, asiáticos y dos nórdicas, una medio desnuda y la otra vestida totalmente de negro y como si fuera a ascender un ocho mil en el Himalaya, con botas, pantalón largo, camiseta y chaqueta de lana, atuendo poco congruente con la temperatura ambiente de una Valencia tórrida. Las mujeres musulmanas también acumulan capas y más capas de ropa, en contraste con sus maridos, padres e hijos, que pueden lucir piernas -con unas bermudas muy europeas- y sandalias. ¿Primer paso para la integración? No creo. En la avenida del Cid con la calle Ayora, el conductor arrima el vehículo a la acera para que suba una silla de ruedas con motor, de las que ocupan el doble, mientras por delante acceden dos mujeres con carro de la compra además de otros seres humanos de diversa condición pero entre los que abundan tatuados varios, algunos de ellos, y esto me fascina, con una especie de cenefa recorriendo el antebrazo, como la que en un cuarto de baño separa la pintura de las baldosas. El autobús ya circula completo y pegando saltos a cada socavón de la calzada, el aire acondicionado resulta claramente insuficiente, los niños que viajan en cochecito de bebé aunque están en edad de ir a la universidad con el objetivo de no completar sus estudios y al cabo de los años acabar de vicesecretaria de Movilización y Reto Digital del PP o de secretaria de Igualdad del PSOE han ocupado los asientos verdes, los de mayores, embarazadas y disminuidos físicos. Gritan, se pelean y molestan a todo el mundo ante la mirada cansada, lejana y aburrida pero complaciente de sus madres millennials, que no quieren que nada perturbe el desarrollo emocional de sus criaturas. Como el conductor cree que en la lata de sardinas aún caben más ejemplares, deja subir por detrás a otra mamá ¡con cochecito doble!, de gemelos o mellizos, estos sí, realmente niños. Su llegada provoca algunas protestas, movimientos, codazos y un leve intento de motín que queda en nada cuando Fernando Alonso pega una arrancada del Fórmula 1 de trece metros que arruina todos mis esfuerzos de los últimos meses en el fisio. El señor mayor del andador, que debió de subir el primero y se ha quedado atrapado entre cochecitos de bebé y la silla de ruedas mecanizada, protesta al comprobar que su vía de salida está obstruida, reclamando que el parque móvil se deposite en los lugares habilitados al efecto. Una mamá le contesta y se encara con el hombre, discuten acaloradamente desde el primer momento, con palabras gruesas y sin matices ni un mínimo de empatía, como si les fuera la vida en ello. El resto asistimos impertérritos al espectáculo, a esta pelea Topuria contra Oliveira que termina en cuanto la mamá millennial se abre paso hasta un rincón del que tiene que huir una pareja de señoras que paga el pato de su cabreo. Por San Francisco de Borja el traqueteo impide guasapear con un dedo, en plan 'boomer', actividad a la que brevemente intento dedicarme para no obsesionarme con el espectáculo gratuito que me ofrecen los unos y las otras, no intervenir poniendo orden y no acabar llevándome algún mamporro por parte de los tatuados con cenefa en el antebrazo y dragones mitológicos en el muslamen depilado. El viaje se eterniza y se complica por momentos, cada parada es una aventura, una operación de ingeniería de los espacios, la temperatura interior va en aumento y la de fuera no da descanso, los niños no paran de hacer el cafre, los demás miramos al móvil para distraernos hasta que concluya el calvario. Me dedico a filosofar para mí mismo y pienso que en la sociedad actual todo se ha vuelto extremadamente complejo, difícil de gestionar, y que incluso los avances -como que sillas de ruedas, andadores, carritos y cochecitos de bebé puedan subir al autobús- resultan en ocasiones de una aplicación endiablada. Entre otras cosas porque los autobuses -salvo los articulados- no han aumentado de tamaño. Pero toda esta diversidad, esta galería infinita de situaciones y necesidades, no es un episodio pasajero, ha venido para quedarse y va a ir a más. Así que acostumbrémonos porque no hay otra. Unos y otros. No sé si me explico.

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