La pilota y la identidad
El proyecto, mal concebido, no ha arraigado en la conciencia colectiva de un pueblo que desconoce prácticamente todo de su deporte autóctono
Arranquemos con un reconocimiento. Tan sólo he estado en dos ocasiones en el trinquete Pelayo. Pero siendo estas dos ocasiones muy pocas no hay que ... perder de vista que son muchas más, el 200% más, que las que lo ha frecuentado eso que llamaríamos el valenciano medio. Salga a la calle, salga, y pregunte a los viandantes, ¿ha visto usted en directo una partida de pilota valenciana? ¿Sabe quién era Genovés? El porcentaje de los que responderán que no será aún mayor que el de los que afirman desconocer quién es la ministra de Ciencia, Innovación y Universidades. Así que no me sorprende lo más mínimo que haya quedado desierto el concurso para la modernización de eso que pomposamente se bautizó como «Ciutat de la Pilota», instalación desafortunada desde su nacimiento y producto de aquella época en la que confundimos la ambición con la grandilocuencia. Con las nefastas y conocidas consecuencias. No me sorprende porque a pesar de ser nuestro deporte autóctono, la pilota es una gran desconocida para la inmensa mayoría de los valencianos. Con lo que tampoco a las empresas locales les aporta un plus de apego a su tierra hacerse cargo del citado proyecto. Con las obras vinculadas a la reconstrucción tras la dana tienen más que de sobra. Pero tampoco me sorprende porque no hay una presión social ni mucho menos política que impida que algo así llegue a producirse, que se saque a concurso y quede desierto. A los vascos no les ocurriría con sus templos de la pelota. No sé si es un problema de autoestima o de una identidad colectiva de la que los valencianos andamos un tanto escasos. Cierto es que sería el momento de plantearse si esa «Ciutat de la Pilota» sigue o no teniendo sentido, antes de acabar gastándonos un dinero que vendría bien para otros asuntos. Pero con eso y con todo, ahora que el presidente Mazón anuncia en Les Corts, en el Debate de Política General, una iniciativa para que la Acadèmia Valenciana de la Llengua cambie el orden de los factores y pase a ser la Acadèmia de la Llengua Valenciana, y ahora que la alcaldesa Catalá quiere hacer de «la identidad» la clave de su mandato, de su programa presente y futuro -una ciudad «con identidad», no despersonalizada, no franquiciada-, no estaría de más que se tratara de desfacer el entuerto de la mejor manera posible. Si hay que clausurar la «Ciutat», clausúrese (estilo Hugo Chávez) y si hay que reformarla, refórmese. A ser posible, no hagamos el ridículo con una seña de identidad en la que todos, sin distinción de credos políticos, deberíamos estar de acuerdo. Aunque sólo hayamos ido dos veces a Pelayo.
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