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Los comunistas comen caviar

Lo criticable no es el aburguesamiento de quien dice ser de izquierdas sino la incoherencia entre lo que se proclama como dogma y cómo se vive

Pablo Salazar

Valencia

Viernes, 12 de septiembre 2025, 00:18

A ver si nos entendemos. Por mucho que uno sea de izquierdas, no tiene que vivir en la pobreza. El recurso a criticar a quien ... abraza dicha ideología por su patrimonio o su modo de vida no es intelectualmente muy riguroso que digamos. La cuestión no es esa sino la incoherencia entre lo que se proclama y lo que se hace. Por ahí es dónde es fácil pillar a más de uno. Incluso a los más radicales, los más talibanes, los que desde sus púlpitos parlamentarios, mediáticos o universitarios dan y quitan carnés de progresista y de demócrata a la vez que mandan a los infiernos a los fascistas, categoría que su multiplica aplicando su esctricto criterio. Porque para estos inquisidores, todos los que no pensamos como ellos somos unos peligrosos fascistas. Tampoco hay que sorprenderse de su actitud. Está en la naturaleza humana. ¿Qué nos enseña la historia acerca de lo que ocurrió en Rusia tras la revolución de 1917? Que desapareció una casta, la que formaba la aristocracia en torno a los zares, y surgió otra, la integrada por los dirigentes del Partido Comunista de la Unión Soviética. Siempre hay y habrá un grupo de privilegiados. Se les pilla por su incoherencia, porque dan consejos (¿mandamientos?) a los demás, pero que al parecer no van con ellos. El caso de Pablo Iglesias e Irene Montero, dos de los principales cardenales de la izquierda como moral única y suprema, es paradigmático en cuanto al abismo que separa sus declaraciones públicas, en mítines, ruedas de prensa, intervenciones parlamentarias o tertulias radiofónicas y televisivas, de su vida, de sus actos, de sus decisiones cotidianas. Que una pareja de izquierdas lleve a sus hijos a un colegio privado es perfectamente legítimo. Aunque hayan defendido la enseñanza pública, pueden haber llegado a la conclusión de que la mejor opción para sus retoños es una institución que no pertenece al Estado. Pero si te has distinguido por atacar los colegios privados, si los has tachado de «elitistas» y si has despellejado a los padres que eligen esta alternativa («no quieren que sus hijos se mezclen con gitanos e inmigrantes» llegó a declarar el ex vicepresidente y actual tertuliano y empresario de medios y de restauración) el decantarse ahora por un colegio privado retrata la impostura de la pareja. Si a ellos añadimos el sueldazo de la eurodiputada y el casoplón en la sierra llegaremos a la conclusión de que cuando los hijos de Vallecas probaron el caviar les gustó mucho más que la mortadela. Y ya no quieren dejar de degustarlo. Eso sí, a los demás, a la famélica legión, les siguen recetando la mortadela. Qué pillos. Qué falsos.

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