Todos los veranos hace calor, porque lógicamente es la época del año en que en Valencia, y en España en general, las temperaturas suben. Suben ... mucho. Todos los años nos quejamos de lo que hemos de combatir cuando salimos a la calle y cuando estamos en cualquier lugar que no sea una piscina. Todos los julios y agostos juramos que nunca antes el tiempo se comportó de ese modo, aunque las hemerotecas en ocasiones desmienten esas afirmaciones. Pero no podemos evitar quejarnos, ser superlativos en la exclamaciones, resultar exagerados con cómo nos sentimos. Y asegurar que es imposible soportarlo. Pero lo soportamos. Claro que lo soportamos. De hecho el año que viene nos olvidaremos de todo lo que dijimos en este y repetiremos la retahíla de exabruptos y frases contundentes. Miraremos los termómetros y exclamaremos que cómo es posible que alcancen esas cifras y que es imposible aguantarlas día a día. Pero las aguantaremos.
No soy negacionista del cambio climático. Soy consciente de las modificaciones que está dejando a nuestro alrededor. Esta semana en este periódico contábamos que junio ha terminado con el Mediterráneo más cálido a estas alturas del verano. Y advertíamos de que es uno de los factores clave para la formación de danas catastróficas. Los expertos son conscientes de los estragos del clima y no hacer caso a sus advertencias nos puede ocasionar daños graves y lamentos posteriores. Decíamos en estas páginas que el mar hierve a 28 grados, cuando normalmente suele estar en el entorno de los 23 grados. Según datos ofrecidos por la Agencia Estatal de Meteorología nueve días del mes que ha acabado han sido récord de día cálido para sus respectivas fechas. La AEMET ha soportado en los últimos meses duras acusaciones sobre su gestión y eficacia y ha soportado que se ponga en duda la forma en que trabaja. Conviene no hacer caso a esas calumnias interesadas, que más tienen que ver con cálculos políticos que con problemas de una agencia que no es infalible, pero sí ha de ser referente para ordenar nuestras vidas y ciudades.
Más allá de la cuestión científica lo que siempre me planteo llegado este momento, con las vacaciones aguardando a la vuelta de la esquina, es cómo encaramos esta época. Nos pasamos el invierno y el otoño deseando que el sol reine sin que nada lo entorpezca y enfadándonos cada vez que las nubes encadenan dos o tres días de lluvia. Y luego cuando al fin las temperaturas se estabilizan (al alza) comenzamos a encolerizarnos porque no dejamos de sudar y el aire fresco no entra por las noches con la ventana abierta. Las semanas críticas son las previas a que empecemos nuestros descansos. En cuanto abandonamos nuestros lugares de trabajo se nos olvida lo que hemos llorado y calmamos las penas con refrescos y bebidas y en postura horizontal. Y así se inicia la amnesia que padeceremos el año que viene por estas fechas.
Todos los años nos quejamos por estas fechas del calor y pensamos que no podremos soportarlo
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