La representación del nacimiento de Jesús y los diversos hechos que lo rodean, como la adoración de los Reyes o la Anunciación a los pastores, ... sigue siendo un referente fundamental y básico en nuestra Navidad. Desde siempre, las fallas han instalado los nacimientos en sus casales como una actividad para los infantiles, aunque son los mayores los que se llevan el peso de su realización; tarea que, a estas alturas, deberá estar acabada, pues mañana inician sus visitas los distintos jurados nombrados por la junta Central Fallera para valorar los trabajos realizados en el habitual concurso.
Cabe destacar que esta costumbre llevó al organismo fallero a crear un concurso en el ejercicio 1974-1975 para premiar los mejores trabajos atendiendo así los deseos de las comisiones falleras. Año tras año y con algunos cambios en la denominación de sus categorías se viene celebrando con éxito de participación.
En la modalidad de libre diseño se muestran impensables realizaciones con todo tipo de materiales, de tapones de corcho a botellas, tornillos, cerillas o telas, por ejemplo. Los clásicos, con figuras de autor anónimo o firmadas por consagrados artesanos, no se quedan atrás. Son auténticas joyas de las que el visitante disfruta plenamente y que le transporta en alas de la nostalgia a esos nacimientos caseros que algunos, en la adolescencia, montábamos con montañas de corcho nevadas con harina y ovejas sobre caminos de serrín, sin olvidar los ríos con lecho de papel de plata y algún que otro pececillo. Belenes hogareños llenos de una ilusión que nunca debe acabar, y en los que nuestros padres movían cada día la caravana de los Reyes Magos para acercarlos al Niño Jesús. Tradiciones forjadas en el seno de la convivencia y que confieren ese entrañable sentimiento de comunión que une a propios y extraños alrededor de un hecho festivo, sentimental y, no lo olvidemos, religioso.
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