Una sandía por Sudán
Los colores son los mismos. Las banderas de Palestina y de Sudán se componen de los mismos colores: rojo, negro, verde y blanco. Solo cambia ... la ubicación. Mientras que la bandera de Palestina tiene un triángulo rojo y las franjas son, de arriba abajo, negra, blanca y verde, en la de Sudán, el triángulo es verde y las franjas son roja, blanca y negra. Diferentes pero iguales. Es decir, para Sudán también sirve el símbolo de la sandía que algunos usaban en sus protestas por la guerra en Gaza.
Es cierto que, en este caso, el dibujo de la fruta no sustituye a las banderas, cuando se prohíben en el país. Allí lo que está prohibido, para las tropas de paramilitares que no se detienen ante nadie, es la propia vida. Esos, pertenecientes a las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), no preguntan ni conminan a quitar banderas; directamente disparan, violan o queman.
Lo llevan haciendo desde hace 2023, y más allá, hasta producir unos 150.000 muertos en esta guerra interna que libra el ejército regular y las RSF, según la BBC, y unos diez millones de desplazados internos. A la violencia extrema y descontrolada, hay que añadir el hambre, la destrucción de los hospitales y la falta de recursos. Hace apenas quince días, por ejemplo, los paramilitares bombardearon un hospital materno-infantil donde hubo casi 500 muertos. De hecho, muchas mujeres dan a luz en las calles por miedo a los bombardeos contra centros sanitarios. Son tragedias que nos recuerdan alguno de los peores episodios de la guerra en Ucrania como el ataque al hospital de Mariúpol en 2022, con decenas de muertos. Ahora bien, mientras que en este caso hubo un estremecimiento internacional en la opinión pública y una condena global ante lo que se presenta como crímenes de guerra, lo de Sudán solo nos llega como una noticia más del periódico, de esa página a la que no prestamos demasiada atención.
Y ahí es donde entra la sandía. De momento no he visto convocatorias multitudinarias en las grandes capitales del mundo para protestar por las matanzas contra la comunidad masalit lo que, a todas luces, parece un genocidio. A nadie se le ve reclamando que la justicia actúe o que se le niegue la venta de armas a esas facciones paramilitares que están destrozando el país y saqueando sus recursos. Ni tampoco se ve alzar la voz en festivales de cine, entregas de premios o interrupciones de citas culturales o sociales para reclaman un Sudán libre. Será que las mujeres que intentan sobrevivir con sus niños en brazos no tienen forma de grabar su tragedia con el móvil para hacerlo viral.
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