Cuando veo a algunos ministros, fuera de sí, proclamando a los cuatro vientos que Álvaro García Ortiz es inocente me pregunto: ¿y si tienen razón? ... No lo digo porque crea que los jueces del Supremo no son respetuosos con la justicia, como dice Óscar López, o que están haciendo política, como afirma Pedro Sánchez. Creo que actúan según su criterio profesional y no tengo motivo alguno para pensar lo contrario, incluso aunque se equivoquen. El problema de esa cacareada inocencia del Fiscal General es su actuación, no la de los jueces. Que el Gobierno defienda su inocencia puede ser un dato; puede que esté revelando que él está libre de pecado porque está al servicio del verdadero culpable, que es Sánchez. Sé de sobra que los voceros que andan hiperventilando por la piel de toro desde hace unos días, no quieren dar la razón a Cuca Gamarra cuando afirma que el Fiscal «no es más que un peón al servicio del sanchismo» pero quizás no anda desencaminada. Quizás habría que dar por buena su hipótesis y decir que lo suyo fue un acto de obediencia debida; que es un blando, que le falta asertividad o que no sabe decir que no al One. Y, en esas se ve, atado de pies y manos, e inhabilitado por pura obediencia. Qué injusto, dicen. Y tal vez sea cierto, salvo por un pequeño detalle. García Ortiz se debe al Estado, no a un gobierno, pero este gobierno se empeña en presentar como legítimos sus fines e ilegítimos, los del oponente. Se empeña en presentarse como encarnación de las esencias patrias; como la viva estampa de la virtud y la bondad; como el ejecutivo más limpio, puro y virgen de la democracia. Define limpio, darling.
Así, pues, su inocencia, aún siendo su seguro servidor, es difícil de defender porque estuvo en su mano decir que no podía hacer lo que se le pedía, como hicieron alguno de sus colaboradores -«lo has filtrado tú»- y no lo hizo. Podía haber apelado a ese argumento tan querido por él para justificar el borrado de todos sus emails: «es por protección de datos», pero no lo hizo. Tanta protección con sus datos y qué poca con los del enemigo.
Es el chivo expiatorio que otros han depositado sobre el altar de las ofrendas para aplacar al dios de la Justicia que está cercando a Sänchez más que la jueza de Catarroja a Mazón y su jersey amarillo. La prueba es la prisa con la que los mismos ministros, que andan de plañideras por doquier, intentan ahora desviar la atención del respetable con el show de los 700 de Falange. Tres puñados de descerebrados pidiendo el tiro en la nuca para Sánchez. No es cortina, es un telón.
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