Andan algunos escociditos desde ayer por la condena al Fiscal General, y yo no pude evitar acordarme de Pilar Llop. Decía la entonces ministra de ... Justicia que a veces iba en metro. Sí, lo dijo y todos hicimos «¡ajá!», como si nos lo creyéramos, pero la declaración sorprendente no era esa sino lo que venía después: que en sus viajes oníricos por la red del suburbano, ella pudo constatar que la gente hablaba del nombramiento de vocales del Consejo General del Poder Judicial. Claro que sí, guapi. Nada de Rosalías ni Alcaraces ni los trapitos de Shein; el CGPJ es lo que llena nuestras conversaciones somnolientas por las mañanas.
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Lo pensaba cuando conocí el triunfo de Isabel. Isabel I de Madrid. Isabel, la de nombre de conserva, conservadora. Isabel, el contrapunto de Maribel. Una tan deseosa de focos y micrófonos; la otra, buscando gruta donde alejarse de la mundanal jauría. ¿Quién iba a imaginar que Isabel Díaz Ayuso iba a aplastar la cabeza de la serpiente un 20 de noviembre y arriba España? Pues sí. La condena a García Ortiz es directamente proporcional al encumbramiento de la presidenta de la comunidad de Madrid. Poco importa que le caiga prisión o solo inhabilitación al Fiscal, como parece. Lo realmente significativo es que la Justicia considera probado que se vulneraron los derechos de un ciudadano que debía haber sido anónimo, al menos, en su declaración fiscal, y no lo fue porque se le usó para hacer daño a la antagonista de Sánchez. Falta comprobar los detalles, pero ése, al menos, se puede deducir de la indemnización obligada al novio de Ayuso.
¿Y por qué me acuerdo de Llop? Porque veo a la prensa saliendo a toda página con titulares XXL y mucha tinta. Y veo a los políticos cual coro griego representando una tragedia terrible, mientras unos se mesan los cabellos lanzando alaridos y otros señalan al traidor, reclamando a los dioses que los fulminen por fin.
En ese contexto, los 'drama queen' de siempre, ofendiditos como nunca, califican la condena de «asesinato civil» (Podemos) aunque se haya tratado, más bien, de un suicidio asistido, o resumen lo acontecido con una frase de culebrón turco: «¡el franquismo vive!» (Compromís). Todo moderación y serenidad.
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Pero lo curioso es que, mientras tanto, los ciudadanos hablan de huevos en el autobús. No de los de éste o aquella, aunque también, sino del precio de los huevos en vísperas de Navidad. Con tanto confinamiento gallináceo, dicen, va a ser más barato comer carabineros que tortilla de patatas. Excepto Isabel, que está de fiesta en el ático. En otro ático.
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