Ciudadanía o mesnada
La proliferación de mesnaderos empuja a muchos a dar por perdida la democracia
Hay en las primeras páginas de 'El espíritu de la esperanza', del filósofo coreano Byung-Chul Han, un par de afirmaciones que no pueden resultar ... más pertinentes en estos tiempos de exaltación y sordera en que nos toca vivir: «La democracia sólo prospera en una atmósfera de reconciliación y diálogo. Quien absolutiza su opinión y no escucha a los demás ha dejado de ser un ciudadano». La polis tiene como fundamento el ágora; quien acude a ella con un adoquín en la mano, sin otro propósito que jalear a los suyos y apedrear a quien ose exponer algo contrario a su gusto, deja en efecto de formar parte de la ciudadanía para oficiar como energúmeno alistado en una oscura mesnada.
La proliferación de mesnadas y mesnaderos en los últimos tiempos empuja a muchos a la desesperación, a dar por perdida la democracia, entre otros logros que la humanidad ha sumado a lo largo de la historia. Diríase que en un clima de diferencias irreconciliables, de denegación al otro de su sitio en el mundo, de regreso a la fuerza bruta como herramienta para imponer agendas o zanjar diferencias —véanse Ucrania o Gaza—, nada se halla más fuera de lugar que la esperanza a la que alude Byung-Chul Han en el título de su libro, tildado por sus críticos como un ejercicio voluntarista e ingenuo de optimismo gratuito.
Sin embargo, una lectura atenta de sus páginas depara una apreciación bien distinta. Hay en ellas un ejercicio riguroso de análisis del potencial de la esperanza, y no sólo como impulsor en tiempos adversos: el arcoíris «que despunta con tierna y bella audacia» en lo más salvaje del torrente, según la imagen de Nietzsche, o la roca «tallada en la montaña de la desesperación» a la que alude Martin Luther King, ambos citados en el libro. La esperanza puede ser, además, una forma de conocimiento.
Recuerda Byung-Chul Hang la distinción de Derrida entre lo futuro y lo venidero, o lo que es lo mismo, entre el porvenir previsto y el que nos sorprende, para bien o para mal. Es en esa dimensión incierta de las cosas que aún no son, pero podrían ser, donde la esperanza construye para el filósofo coreano un conocimiento que supera la prisión de lo ya existente en la que se queda confinado Heidegger —sobre el que, dicho sea de paso, hizo su tesis—. Practicar la esperanza no es ser optimista, ni tampoco pesimista: no ignora la oscuridad del mundo, que es su presupuesto, ni la entroniza. La esperanza sueña con algo que no ha sucedido, y así lo conoce e incluso lo hace suceder. Frente a la mesnada, la ciudadanía no puede dejar de sostenerla.
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