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Urgente Largas colas en la V-30 entre Mislata y Vara de Quart en la mañana de este viernes
TXEMA RODRÍGUEZ
Análisis

Salvador Navarro ocupa el vacío

Hay una cierta parte de la ciudadanía que reivindica la calma, que exige alianzas y visiones elevadas, que observa la dinámica de la hostilidad como una espiral sin freno

Lunes, 28 de julio 2025, 23:21

Es como una ley física. Los partidos políticos deciden prolongar hasta el infinito el estado de guerra y no ponerse de acuerdo en nada -ni siquiera en un simple macetero o en la realmente existente infrafinanciación valenciana- y entonces, para ocupar el vacío que dejan, emerge una voz que los releva en los momentos delicados y en los asuntos importantes: una garganta que no está impregnada por la lógica de la casquería. La democracia se asienta en el diálogo permanente y en unos consensos indicativos de que la esfera pública está por encima del ámbito personal o partidista. Cuando estallan estas reglas fundacionales, y la política desagua en un cruce de acusaciones bañadas por un mar de suciedad, no es de extrañar que, por un lado, aumenten los populismos y que, por otro, se traslade hasta aquí esa pulsión 'destructora' de la M-30. Aquí lo copiamos todo. Así que en la CV ha aparecido un territorio vacío, inconcebible, extraño, que ha de abonar alguien que emita en una longitud de onda distinta a la del zafarrancho de combate y que se dedique a restaurar los deteriorados consensos. ¿Alguien como Salvador Navarro? Visto lo visto en los últimos días, ese papel ya lo está interpretando el presidente de la CEV, con la inestimable colaboración de los sindicatos mayoritarios. Uno y otros están llenando de palabras prudentes el espacio baldío abandonado por los que invocan la pelea diaria. ¿Hay alguien como Salvador Navarro, involucrado en los problemas de la política pero a la vez flotando sobre la política? No creo que Navarro desee ese papel pero es evidente que las circunstancias políticas y el ambiente psicológico que arrastran esas circunstancias -la incapacidad de los partidos para conciliar esfuerzos- abonan la necesidad de instaurar un marco de expresión que abandere intereses colectivos ante las divergencias constantes y frente a unos objetivos sustanciales. El relevo del espacio partidista como expresión común se produce cuando la normalidad política -la de la interlocución y el acuerdo- se transforma en cólera. Lo observamos en Weimar, por ejemplo, donde se hundieron todos los puentes, la fuerza bruta invadió las calles, y los políticos discutían de sus respectivas hegemonías mientras la democracia estaba a punto de besar el fango. Cuando la órbita política -la representativa- se asila en eventualidades y se maneja entre realidades distintas a las de su origen fundacional, la lógica del sistema instala contrapesos supletorios. (En esa coyuntura, los estamentos del Estado cobran vigor, amplian su poder y pasan al primer plano político, de modo que lo que está ocurriendo es que todos los días vemos en las noticias a jueces, fiscales, policías, Ucos, hermanos, esposas, novios y novias, amigos y conocidos, despachos y togas, y contemplamos al PSOE valenciano llevando a la fiscalía a Mompó -no se acabará nunca la insistencia de los políticos, incluso de los valencianistas, en la cesión de su legitimidad ante los aparatos del Estado- por si ha mentido a la jueza, mientras parece que en Madrid van empatados en togas y en tufos a cloacas, según unos y otros, tras la aparición del despacho de Montoro, como si la política fuese una serie de detectives y se ventilase en un marco endogámico sin ventanas a la calle).

De modo que Salvador Navarro, que anda en el brete de recomponer el territorio del 'no discurso' y en la labor de exigir altura de miras a los políticos distraídos en lanzarse los utensilios domésticos -sucede en Madrid sobre todo, ya digo, pero bajan pringosos hacia aquí-, lamenta que la financiación autonómica se haya convertido en objeto de confrontación política: «Resulta preocupante constatar como los principales partidos mantienen posiciones irreconciliables que bloquean cualquier posibilidad de diálogo riguroso, constructivo y orientado a la búsqueda de consensos», dice. Lo que debería ser normal es utópico. Y añade: «lamentamos que a pesar de la situación, la sociedad valenciana no haya sabido abrir debates sobre este tema en clave nacional» (ahí te quiero ver escopeta) para rematar: «resulta aún más preocupante que, como pais, sigamos sin ser capaces de articular una reflexión rigurosa y con visión de futuro a la altura del desafío que tenemos por delante». Pues sí. Hay una cierta parte de la ciudadanía que reivindica la calma, que exige alianzas y visiones elevadas, que observa la dinámica de la hostilidad como una espiral sin freno y que teme que la furia desemboque en un precipicio por donde pueda desplomarse la democracia (como se vislumbra en otros países ya). Una ciudadanía que es refractaria a la falta de diálogo, que repudia ese ring histérico en el que pelea la élite política, que invoca el criterio de funcionalidad en la gestión y que cree en un marco armónico superador de ese estrépito y volcado en los problemas de la gente. Las democracias liberales viven hoy rodeadas por la selva. Las ideologías surgidas en torno a las multinacionales tecnológicas de los datos trasladan que ese orden representativo hoy ya no es eficaz, y miran al espejo de China. Bueno, un momento. Vamos a ver. Lo que no es posible, y al parecer la política no lo percibe enfrascada en su pelea diaria, es que hasta en una coyuntura excepcional, como la de la pandemia, se produzca una lógica política opositora tan adversa como en cualquier contexto de normalidad: que la oposición estuviera enfrente del gobierno en cualquier zarandaja administrativa mientras moría gente a centenares. Aún se están judicializando sus secuelas, como se sabe. Mascarillas por aquí y mascarillas por allá. En lugar de colaborar, hubo quien se dedicaba a destruir desde su parcela de poder. Eso no se puede entender. Como tampoco se puede entender que tras la dana la colaboración entre el Gobierno y la Generalitat haya sido mínima. Creo que ni los presidentes se han visto. Así es como se debilita la democracia. Si la democracia es solo un instrumento electoral que solo tiene como meta las próximas elecciones es que algo gordo está fallando: es una democracia subalterna. Y eso ya no es posible. Hay demasiado en juego. Que el presidente de la CEV esté asumiendo el papel de la política, que intente reanimarla y alejarla del guirigay, que la esté exhortando a retomar los consensos democráticos debería invitar a las fuerzas políticas a una profunda reinterpretación del estado actual de las cosas. ¡Pero si es que Navarro ya parece un Mario Draghi! «¡Será precís!» (y no sé si ahora escribo «precís» en el «valencià del poble» y de la Dipu, tengo dudas).

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