Aprender jugando: el parque Gulliver
El futuro se construye desde la infancia. Los niños deben poder disfrutar y aprender jugando y la ciudad tiene que ser un escenario adecuado
JAVIER DOMÍNGUEZ RODRIGOARQUITECTO
Sábado, 29 de junio 2024, 00:11
El creciente rol docente de la ciudad contemporánea sirve como terapia para reparar las cicatrices de las desigualdades sociales y articular la convivencia mediante la ... participación comunitaria en los espacios públicos de uso lúdico. De ahí la importancia de su diseño -topografías, límites...- y su potente cometido estructurante a partir del siglo XX con representativos ejemplos en Ámsterdam, Estocolmo, Chicago...
Con anterioridad, se consolidaría el vínculo de la infancia con la arquitectura y el arte merced al influyente reformador suizo Johann Hernrich Pestalozzi, conocido como «el padre de los pobres» y fundador de la pedagogía moderna, en la que introduce los ideales iusnaturalistas y utópicos de la Ilustración.
Junto a su discípulo Friedrich Froebel, creador de los primeros parvularios o 'kindergarten', anticipa el «aprendizaje holístico» frente a los postulados mecanicistas y el autoritarismo académico imperante. Ponen en valor el juego como medio de observación, la vida en armonía con la naturaleza, el respeto del desarrollo y las necesidades de los pequeños, la relevancia de las relaciones afectivas... En suma, los principios de la educación preescolar.
La principal lección del Gulliver es que niños y niñas necesitan jugar para fortalecer sus habilidades
Ambos impulsan la aplicación de sus ideas didácticas mediante juegos y actividades plásticas -dibujo, pintura, modelado, collage...-, que asocian con canciones y música. Crean juguetes y pasatiempos que, estimulando la reflexión, las capacidades creativas y motoras, los procesos cognitivos... inculcan el deseo de aprender.
Gracias a ellos, las áreas de juego y los oasis de recreo colonizan más tarde la vida urbana, como prueban los incontables 'playgrounds' o parques infantiles de Nueva York, promovidos por el polémico urbanista y político Robert Moses. El catálogo americano es excepcional: las playas y el barco de Rockway, la colina de toboganes de Slide Hill, la estética industrial de Domino Park en la ribera de Brooklyn, Adventure en Central Park, Indian Road, la noria y los conciertos en Moira Ann Smith...
Tras la Segunda Guerra Mundial, en Europa el matrimonio holandés de Aldo y Hannie van Eyck, máximos representantes del «humanismo arquitectónico», sorprenden al mundo dando voz y protagonismo a la niñez. Realizan desde finales de los 40 en Ámsterdam una red de más de setecientos parques infantiles, mostrando cómo sacar partido de la sicología en el diseño de las zonas de juego.
Se recuperan las enseñanzas de la Bauhaus, interrumpidas por el nazismo. Se reconocen las necesidades del usuario y al arquitecto se le pide moderación. Los Van Eyck dejan magníficos arquetipos como objetos de escalada y, sobre todo, areneros que conciben como nodos configuradores del proyecto.
Su contribución al urbanismo es extraordinaria, cuestionando el culto totémico al automóvil y anticipando las peatonalizaciones extensivas, la renaturalización, una nueva movilidad -recorridos ciclistas, la introducción de elementos geométricos y abstractos...-, las microactuaciones por barrios...
Se consagra la idea del espacio como profesor, del jardín educador, de recuperar la calma frente a la esquizofrenia digital y de «educar en el asombro» como preconiza la canadiense Catherine L'Ecuyer. Porque el aprendizaje sin miedo al esfuerzo es como un viaje que nace de la paz interior del ser humano y hay que respetar la inocencia.
Valencia no resulta ajena a esa corriente de renovación y la democracia trae el reequipamiento del 'cap i casal', cuyo buque insignia es el Jardín del Turia, un colosal pulmón verde en el otrora cajero fluvial. El bosque urbano alberga desde hace más de tres décadas el Parque Gulliver inspirado en el popular relato «Los viajes de Gulliver» (1726), un clásico de la literatura universal, del escritor irlandés Jonathan Swift.
Proyectado en 1990 por el arquitecto Rafael Rivera, el artista fallero Manolo Martín y el ilustrador Sento Llobell como parte del programa 'Un riu de xiquets', su epicentro es la monumental figura de Lemuel Gulliver recién llegado a Lilliput.
Representa al gigante de setenta metros del cuento atado en la playa, con rampas toboganes, cuerdas y escaleras que permiten recorrer su cuerpo. La escenografía, concebida como un guiñol, facilita que los pequeños y curiosos visitantes ejerzan un papel proactivo, sumergiéndose en la metafórica narración de la novela de ficción distópica como si fueran los minúsculos y delicados habitantes de la isla.
Restaurado en 2022 su laberíntico y sugerente interior, un espacio-cueva versátil concebido como taller didáctico, pudo visitarse en la pasada edición del festival Open House Valencia de la mano de su creador, que transportó a los asistentes por un recorrido iniciático emulando 'El viaje al centro de la tierra' de Julio Verne.
La principal lección del Gulliver es que niños y niñas necesitan jugar para fortalecer sus habilidades visuales, táctiles, auditivas, de movilidad, tolerancia, compresión de normas... Por ello, es imprescindible que la infancia recupere protagonismo en un espacio público de libertad, accesible y seguro en el que pueda disfrutar y aprender jugando. Es necesario adaptar y construir la ciudad para el niño, como anticipara Van Eyck en 1956 en el CIAM celebrado en Dubrovnink.
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