El exalcalde impuso la peatonalización. Buena idea, buen concepto, pero su ejecución estuvo llena de radicalismo y estéticamente muy alejada de lo que es una capital mundial del diseño
FERNANDO GINER
Sábado, 19 de abril 2025, 23:39
Cuando los millones de viajeros anuales salen de la modernista, valenciana y centenaria Estación del Norte, son recibidos por las inicialmente interinas balizas rojas y blancas que advierten de unas obras eternas en el caótico y peligroso cruce del carril bici de la calle Játiva. Es el primer obstáculo que hay que sortear. Un ridículo y minúsculo paso de cebra no siempre respetado por montones de repartidores en patinetes y turistas en bicicletas que, unos por prisas y otros por despiste, ni siquiera ven. Además, lo que pronto descubrirá el despistado visitante es que el peligro le llega en doble sentido: barreras New Jersey y un desdibujado y borroso «espere verde» en un paso de dos rayas de cebra. Este agresivo aspecto de provisionalidad es la primera bienvenida al visitante. Ahora toca cruzar la calzada. Un semáforo descolgado con pitidos intermitentes advierte de que la distracción no es posible aunque la tentación atraiga la mirada, primero a la izquierda, hacia la desmedida terminal de autobuses diseñada por el concejal de la época Giuseppe Grezzi; después, al frente, hacia la mayor hilera de macetas jamás vista en la historia. Macetas de diferentes formas y tamaños, todas de hormigón, por lo general sucias, de color gris y verde en la señorial calle de Marqués de Sotelo. Maceteros que contrastan, al principio, con la majestuosidad del estilo neobarroco del edificio La Unión y el Fénix; en medio, con la elegancia del edificio modernista 'La Casa del Chavo'; y, al finalizar, esquina con la calle Periodista Azzati, con el edificio que hace chaflán de la plaza del Ayuntamiento, en el número 29, 'el del león'. Belleza y elegancia arquitectónica reflejada en edificios modernistas y racionalistas que dan nombre a la calle de quien fue alcalde de Valencia en la época de la dictadura de Primo de Rivera, flanqueada por una interminable tira de tiestos de hormigón armado impropios de una ciudad capital mundial del diseño. Maceteros que fueron calificados de «horrorosos» por la Asociación de Comerciantes del centro histórico y que recuerdan a una ciudad gris del antiguo telón de acero. Al alcalde Ribó le encantaba todo lo que tuviera un rebufo de aroma poscomunista. Imagino que, con la intención de no hacer latosa y amenizar la panorámica, entre los cubos de hormigón se colocaron docenas de contenedores de todo tipo de basura y residuos que advierten que en esta plaza la estética era cosa de señoritos y nobles del pasado y que, ahora, Valencia valora la funcionalidad y lo táctico. Para no alarmar, el grupo socialista defendió la provisionalidad de los mismos presentando un proyecto, cómo no, en PowerPoint. Estamos en 2025 y los doscientos maceteros de Joan Ribó siguen coronando la entrada, y también su plaza.
Una vez ya en la misma plaza, el viajero, al mirar a lo alto, puede disfrutar de un compendio de estilos arquitectónicos que hacen del eclecticismo el común denominador: modernismo, racionalismo, neo-barroquismo, casticismo... Edificios singulares y señoriales entre los que, en una primera alzada, destacan tres: el mismo edificio del Ayuntamiento de Valencia, el edificio de Correos, o el clasicista Ateneo. Pero hay mucho más: el edificio Barrachina, los edificios colindantes del Hotel Meliá o el Hostal Venecia, el chaflán con San Vicente de los antiguos almacenes Rey D. Jaime, la neogótica Casa Noguera, el edificio Suay, el edificio Telefónica, la Equitativa o el mismísimo Rialto. Belleza, elegancia, limpieza, eclecticismo... Una plaza para disfrutar, e incluso para emocionarse y experimentar fuertes palpitaciones un día de mascletá en Fallas, pero cuyo diseño y decorado, en línea con la calle Marqués de Sotelo, reducen cualquier atisbo de sufrir el síndrome de Stendhal a la nada. Y estamos en el 2025.
Más maceteros, más grises y verdes con plantas desgreñadas que marcan todo un estilo y concepto de ciudad. Maceteros que acompañan la ruta de los cientos de autobuses que desfilan por toda la plaza. Aceras resbaladizas y enfrentadas estéticamente con las de las plazas y calles adyacentes. Calzada amplia y rojiza, hoy descolorida, que rebaja a cutre la soberbia arquitectura de sus edificios y que imposibilita pasear los días tórridos de mayo a septiembre. Mobiliario urbano sucio y sin uniformidad. Papeleras amarillas mal ancladas que, a su vez, hacen de cenicero, marcadas por el negro de las colillas. Grúas y maquinaria de trabajo aparcada permanentemente. Comercios de flores que un día fueron las protagonistas de la plaza, y, hoy, son ninguneados y expulsados de las importantes decisiones. Es la plaza de los pegotes. Todo provisional, sí; pero llevamos diez años con esta transitoriedad. Menos mal que conseguimos con los votos del partido socialista que hicieran quitar el monolito del 15M porque, si no, aún estaría ahí.
Estamos en 2025 y los doscientos maceteros de Joan Ribó siguen coronando la entrada, y también su plaza
Ribó trajo el espacio para disfrutar, impuso la peatonalización frente a las rotondas. Buena idea, buen concepto, pero su ejecución estuvo llena de radicalismo y estéticamente muy alejada de lo que es una capital mundial del diseño. Ribó hizo, de lo provisional, lo perenne. Esta provisionalidad y decadencia estética podemos ampliarla a la plaza de San Agustín o la plaza de Brujas, la calle Colón o la calle Ruzafa. Ni su mobiliario urbano, ni la superposición de marcas viales en las calzadas, ni las aceras, ni la jardinería son propias de la zona céntrica y noble de una ciudad como Valencia. Y hoy, después de dos años de los gobiernos del Rialto, en el ecuador de un nuevo gobierno municipal, nadie sabe, puede o quiere gestionar y desembarazarse de aquel estilo provisional y poscomunista. ¿Falta de proyecto, complejos, lentitud administrativa, conflictos políticos que descentran de la gestión, o un poco de todo? Por ello, el título de esta tribuna. Mientras deciden cómo es su diseño definitivo, reconozcamos a quien marcó el estilo de la nueva Valencia. Ni plaza de San Francisco, ni plaza del General Espartero, de Isabel II o de la Libertad, ni de Emilio Castelar, ni plaza del Caudillo, ni plaza del País Valenciano, ni plaza del Ayuntamiento. Y, como no hay nada más eterno que lo provisional, su nombre justo hasta el nuevo diseño definitivo y hasta que se supere, eso espero, el urbanismo ideológico, es plaza de Joan Ribó.
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