Finestrat
Empecemos por el principio: ni es broma ser alcalde, ni mucho menos haberlo sido, diez años seguidos, de Finestrat. Que no es, como algunos arrogantes ... se creen, un «pueblecito» morisco perdido en las montañas de la Marina. Si Valencia tiene la suerte de caminar junto a Torrent y Paterna; si el cielo le dio a Alicante un Elche para que viajaran juntas, Benidorm ha sido favorecida con Finestrat en conurbación: compañero de fatigas. Compañera te doy y no sierva, decían antes en las bodas. Compañera leal. Porque en tiempos antiguos, cuando los piratas berberiscos desembarcaban en las playas para robar bienes y personas, Finestrat pidió sufrir y colaborar como sus vecinos y le fue concedida la gracia de que su término tuviera competencia de mar. Entre Benidorm y la Vila se le otorgaron 267 metros de costa, la Cala, que han sido bien aprovechados como es de ver. Si el pueblo del que eres alcalde tiene dentro del término el Puig Campana, mucho ojo: porque tienes mucha más responsabilidad. Y en Finestrat, vecino de esa locura domesticada que es Benidorm, el alcalde Pérez Llorca ha paladeado los problemas del monte y los de la playa, la paz de los pueblos donde la llave aún se deja en la puerta, pero también las inquietudes nocturnas de la gran ciudad. Nueve mil vecinos en invierno y cinco veces más en verano. Y desde luego, veinte, treinta nacionalidades distintas en el censo, catorce o quince idiomas, muchísimos toros que lidiar...
Con el luto aun reciente por la muerte del presidente José Luis Olivas, hoy es el día en que va a tomar posesión Juan Francisco Pérez Llorca. Del que quiero subrayar, sobre todo, su origen, su procedencia, su generosa experiencia de veinte años en la escuela municipal. Que es, según mi forma de ver, el aula donde más y mejor se pueden llegar a conocer los entresijos de la administración, de la burocracia, del acierto en la gestión y del toreo en la política. Y la proximidad a esa especie tan voluble, antojadiza y exigente que llamamos la gente. Que son a la vez, contribuyentes y electores, no te digo más.
El discurso de investidura de la semana pasada nos dio a conocer el perfil de un hombre en el que yo quise ver, al mismo tiempo, mucho sentido común, serenidad y eso que antes se llamaba llaneza. Que no es, nadie se equivoque, ni bobaliconería ni simplicidad. Llaneza como naturalidad. Llaneza como sinónimo de accesibilidad. Como virtud de persona afable y abordable, que confía más en el valor de la palabra dicha a la cara que en las artimañas de las aplicaciones telefónicas.
Vamos a verlo. Bienvenido sea un hombre que parece haberlo dejado todo para atenderte solo a ti, la virtud sin artificio que solo he visto en algunos buenos alcaldes. Y alcaldesas.
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