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¿Resistiría España la guerra de Ucrania?

Sábado, 8 de noviembre 2025, 22:49

Un hombre de mi edad se acerca a uno de los miles de sepulcros recientes que nos rodean, se sienta en un banco pegado a la tumba, saca su paquete de tabaco y enciende dos pitillos. El flamear sonoro de las banderas azules y amarillas, también rojas y negras, que marcan cada enterramiento transmite la sensación de que estamos navegando en alta mar. Luego, el hombre pone uno de los cigarrillos en la repisa de la lápida, casi a la altura de la boca del retrato del soldado caído, y mientras uno y otro fuman, asiente con la cabeza, medio charlando medio lamentándose. Son padre e hijo, no me cabe duda, y representan sólo una historia más entre tantas en este desbordado cementerio para héroes que se improvisó afuera del histórico camposanto de Lichákiv.

He vuelto a Ucrania por tercera vez en los últimos meses. Ahora a Leópolis, no del todo en la retaguardia porque ahí los drones hacen blanco igual. La electricidad se va por sorpresa con cierta frecuencia y, cuando no, los cortes de luz son programados, pues los rusos bombardean a conciencia las centrales productoras para que el invierno sorprenda a la población sin abrigo. En esta ciudad los mutilados son legión. Dado que Putin sigue utilizando minas antipersona, todas las semanas llegan del frente trenes cargados de soldados, mujeres, niñas y niños que han perdido una pierna, a veces las dos o, además, un brazo. El alcalde ha puesto en marcha el ecosistema 'Unbroken', que en inglés significa «Entero», en el que un hospital, una ortopedia, un conjunto de psicólogos y unos pisos tutelados sirven para devolver a estos amputados su integridad física y moral. En el sótano, junto al refugio antiaéreo, los colegios han abierto aulas llamadas 'patrióticas' para enseñar a los alumnos cómo reaccionar ante una granada, qué hacer si escuchan disparos, por dónde salir de los escombros y a tratar heridas y pérdidas de miembros, tanto suyas como de sus familiares. Y así llevan casi cuatro años.

Ya en casa, me pregunto cuánto aguantaría España una invasión. Si estamos preparados para pasar el invierno sin calefacción, participar en la lotería de las minas antipersona o introducir formación militar y de resistencia urbana en las escuelas. Si aceptaríamos ver morir a nuestros hijos defendiendo la independencia nacional o, por el contrario, nos rendiríamos a la primera. No es una pregunta retórica, el enemigo nos está midiendo. Hemos vuelto a la paz armada. Yo, por ejemplo, soportaría antes ser el hijo enterrado que el padre que le enciende el pitillo y le da conversación, dar la vida mejor que perderla.

Ya en casa, me pregunto si aceptaríamos ver morir a nuestros hijos

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