La educación es otra cosa
Educar implica elevar al ser humano desde su estado inicial hacia su mejor versión posible. Todo lo contrario a lo que sugería el mensaje del Ministerio
DRA. ROCÍO LÓPEZ GARCÍA-TORRESDIRECTORA DEL DPTO. DE CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN DE LA UNIVERSIDAD CEU CARDENAL HERRERA
Miércoles, 19 de noviembre 2025, 23:39
La educación es lo que queda después de olvidar lo que se ha aprendido en la escuela». Esta aseveración fue difundida hace algunas semanas por ... el Ministerio de Educación, Formación Profesional y Deportes, como eslogan institucional. Pretendiendo ser inspirador, encierra, sin embargo, una simplificación peligrosa. Porque si lo aprendido se olvida, ¿qué queda? ¿Y qué sentido tiene entonces la escuela? ¿Acaso no es la escuela el lugar donde se aprende a leer, a pensar, a argumentar, a convivir...?
La escuela, en su concepción moderna, no es únicamente un lugar de transmisión de contenidos. Es -o debería ser- un espacio de construcción de ciudadanía, de desarrollo del pensamiento crítico y del discernimiento, de socialización y de equidad. Minimizar su papel a un mero contenedor de aprendizajes que serán olvidados es, como mínimo, irresponsable. Más aún en un contexto en el que los docentes luchan por mantener la motivación de sus alumnos, por defender la relevancia de su labor frente a discursos que trivializan el conocimiento formal. La escuela, con todas sus limitaciones, sigue siendo uno de los pocos espacios donde niños y jóvenes pueden acceder a saberes que no están disponibles en sus entornos familiares o comunitarios. Desvalorizar este espacio es desvalorizar la posibilidad de justicia educativa.
Aprovechemos esta provocación intelectual para repensar el sentido, profundo, de la educación. De hecho, el término «educación» ha estado históricamente ligado a nociones como perfección, desarrollo, crecimiento, optimización. Educar es, esencialmente, una tarea perfectiva. Implica elevar al ser humano desde su estado inicial hacia su mejor versión posible. Todo lo contrario a lo que sugería el mensaje del Ministerio, resignándose al olvido como destino inevitable del aprendizaje escolar.
La afirmación es tan falsa como intencionada. Y, proviniendo de la institución encargada de diseñar y garantizar el sistema educativo, el mensaje adquiere una dimensión que exige análisis, crítica y, sobre todo, responsabilidad.
El enunciado podría interpretarse como una reivindicación del aprendizaje significativo, aquel que trasciende la memorización mecánica y se convierte en parte del pensamiento y la identidad del individuo. En ese sentido, la frase no es nueva ni necesariamente errónea. Pero ¿es este el mensaje que pretende transmitir el Ministerio, o estamos ante una deslegitimación del papel de la escuela como espacio de conocimiento? Su vaguedad permite múltiples interpretaciones, pero cuando se convierte en mensaje institucional, requiere precisión. La educación no puede definirse por lo que permanece tras el olvido, sino por lo que se construye para no olvidar. Lo que se olvida no educa. Lo que no se recuerda no transforma.
Y el problema no es solo epistemológico, sino también simbólico. ¿Qué mensaje recibe un docente cuando su Ministerio afirma que lo aprendido en la escuela se olvida? Bastante mermado está ya el sentimiento de autoeficacia de profesores y maestros. Y los alumnos, ¿qué motivación pueden encontrar si se les dice que lo que estudian no importa? ¿Qué legitimidad tiene el sistema educativo si su propia voz institucional lo relativiza?
No se trata de defender la escuela como institución perfecta. Sabemos que el sistema educativo español arrastra problemas estructurales: desigualdades territoriales, falta de recursos, burocracia excesiva... Pero, precisamente por eso, el Ministerio debería ser el primero en reivindicar su valor, en fortalecer su legitimidad y en comunicar con rigor y respeto.
Paradójicamente, mientras se tuitean frases en contra de la memoria, los decretos curriculares rebosan listas de «saberes básicos» que los alumnos deben consolidar. ¿De qué sirve entonces definirlos si, a la vez, se desprecia el proceso que los fija?
La investigación educativa contemporánea no pide memorizar sin sentido, sino enseñar para retener y comprender para recordar. La comprensión, a su vez, se construye sobre memoria trabajada y guiada.
No niego la importancia de conectar los aprendizajes con la vida, pero reconozco que eso solo es posible si primero se dominan los conocimientos que se pretenden conectar. Cualquier docente de Primaria lo sabe: el niño o niña que no automatiza la lectura no puede disfrutarla; quien no recuerda las operaciones básicas no puede resolver problemas reales.
Si el Ministerio quisiera realmente mejorar el discurso público sobre educación, podría haber dicho algo así: «La educación no consiste en repetir, sino en recordar con sentido. Apuesto por un aprendizaje que combina conocimiento sólido, comprensión profunda y aplicación en la vida real». No sería tan viral. Pero sería más verdadero.
La educación no es lo que queda después de olvidar. La educación es lo que queda porque no se olvida. Es lo que se construye con esfuerzo, con intención, con guía. Y eso lo da la escuela.
En tiempos de incertidumbre, la escuela debe ser defendida como un espacio de resistencia, de esperanza, de futuro. Y el Ministerio, lejos de banalizar su papel, debería liderar esa defensa con planteamientos que inspiren, no que confundan.
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