Més quería un cubata
En Compromís pasa como en esas parejas donde, primero, te da igual lo que piensa el otro, y luego te da lo mismo que los demás vean que te da igual
Cuando en 2014 llegué a esta sección me dijeron: «Tienes que cubrir tú Compromís». En términos periodísticos es como si a un matemático le ... dicen: «Resuelve la conjetura de Hodge». Compromís tiene tantos vericuetos como militantes, y son cerca de 5.000, se dice. A cada simpatizante le corresponde una corriente propia e interna, casi irreconciliable con las demás. Esto pasa desde que el mundo gira con Compromís dentro y se tiene que aceptar para intentar entender las cosas que ocurren en la coalición.
Cada partido tiene su librillo. En el PSPV las familias son componentes misteriosos, pero distintos al modo en que actúan en Compromís. «Ellos se apuñalan a diario y en público. Nosotros lo hacemos sin piedad durante las previas a los congresos y a la confección de las listas electorales», me aseguró una vez un diputado del PSPV en Les Corts. También en el PP juegan con sus propios códigos internos.
Sin embargo, y aunque se niegue o se pretenda obviar públicamente, La decisión unilateral de Més de irse de Sumar supone una novedad. Los nacionalistas comparten Compromís con otros dos partidos. Se pelean públicamente en muchas ocasiones, pero por primera vez Més ha decidido tomar su propio camino. Siempre se han conocido las distintas visiones, pero se había preservado cierta unidad de acción. Hasta ahora.
La política no es como el amor, pero también tiene mucho que ver con la piel. Las cuestiones personales influyen mucho más de lo que parece en algunas decisiones, y también en las consecuencias posteriores. Nadie ignora, por ejemplo, que cuando Ens Uneix apostó por dejar al PSPV sin la Diputación de Valencia, el pasado personal, muy personal, de los protagonistas de todo aquello tuvo mucho que ver.
La decisión de Més recuerda a esas impulsivas decisiones de pareja con consecuencias inexorables. Como cuando uno le dice al otro: ese coche es muy caro, no nos lo podemos permitir. Y la repuesta es: ya, pero me gusta. Y se compra. Y hay coche nuevo pero hay facturas sin pagar, y hay cicatrices. Quizá la situación de ahora en Compromís se ajustaría más a la pareja que se va un banquete de boda por un compromiso, a sabiendas los dos de que hay que estar allí, por lo que sea: una cuestión de trabajo, una vieja amistad de la que ya no queda mucho pero a la que no se le puede hacer un feo. Hay que estar. El evento no va bien y a los dos les apetece hacer la bomba de humo, pero conviene aguantar, o el silencio manda. Sin embargo, en este caso Més ha dicho: pues si no me ponen otro cubata, me levanto y me voy. En realidad, aunque Més fue el que más insistió en seguir en esa fiesta (porque en las europeas había que darle al hijo el capricho de irse de Erasmus a Bruselas, pongamos Marzà), en un momento dado ha dicho: o cubata o me piro. Y se va. Y ahí se ha quedado Iniciativa. Quizá Alberto Ibáñez tenga muchas ganas de bailar y ser algo más en Sumar. En cualquier caso, Més ha roto esa máxima sagrada en una pareja que es no evidenciar que te importa una mierda la opinión del otro. El problema no es que te dé igual lo que piense tu pareja, sino que te dé igual que los demás vean que te da igual. A veces se reconducen esas cosas, pero no es lo habitual. Se acaba firmando un papelito de tú en tu casa, yo en la mía y Dios en la de todos. El problema es que con la carestía actual de viviendas y su alto coste, acabar en una habitación sin ventanas y preguntándote en qué momento se jodió el Perú es una posibilidad muy probable. Respetarse, siempre.
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