Un año. Exactamente trescientos sesenta y seis días desde que la dana convirtió Valencia en el foco de todas las noticias, desde el minuto uno ... hasta el funeral de Estado que se celebró ayer. Un año han tardado nuestros responsables políticos en ponerse de acuerdo (a codazos) para rendir homenaje a las víctimas y a todos sus familiares. Reflejo claro de la mala salud que viven nuestros políticos e Instituciones.
Informativamente, tal vez, haya sido uno de los años más duros que hemos vivido al visibilizar las miles de trágicas historias que se produjeron el 29-0. Ese vuelco de los medios de comunicación en Valencia fue necesario para no olvidar la magnitud de la tragedia, sin duda, pero empiezo a escuchar voces de cansancio. Y me explico.
Los medios, hemos trabajado sin descanso buscando historias de superación, imágenes impactantes, testimonios desgarradores, y la banda sonora de las sirenas que jamás sonaron y que aún rebotan en los tímpanos del recuerdo.
El dolor necesita descanso y muchos afectados no soportan el martilleo incesante de aquel recuerdo
Y sin embargo, un año y un día después, tal vez vaya siendo hora de levantar el pie del acelerador. No porque no duela. No porque no importe. Sino porque incluso el dolor necesita descanso y hay muchos afectados que no soportan el martilleo incesante de aquel recuerdo. Como Pilar, la peluquera de Paiporta, que le decía ayer a Txema Rodríguez en LAS PROVINCIAS que «ya tenemos ganas de hablar de otras cosas». Supongo que no se lo diría con rabia ni desprecio. Pero hay muchos afectados que sufren una mezcla de cansancio y dignidad mientras reconstruyen su vida ladrillo a ladrillo, sin necesidad de focos.
El problema no es recordar, sino quedarse a vivir en el recuerdo. Y si encima ese recuerdo se repite en bucle, creo que mal vamos. Porque una cosa es la memoria, y otra muy distinta la explotación emocional. Sería sano hacer autocrítica: ¿Hasta cuándo vamos a rebobinar la tragedia?
Tampoco se trata de olvidar. Nada de eso. Se trata de mirar hacia delante sin miedo, sin convertir la catástrofe en un ancla porque incluso la pena, cuando se repite demasiado, acaba perdiendo su valor y se convierte en rutina.
Quizá el mejor homenaje a las víctimas no sea seguir contándoles lo que ya saben y lo mejor sea dejarles espacio para vivir, para contar otras cosas, para mirar al cielo sin temerle. Porque, aunque suene raro, hay vida más allá del barro y como decían las abuelas: lo que no se airea, se pudre.
Así que sí, somos muchos los que queremos y tenemos ganas de hablar de otras cosas. Porque pasar página no es traicionar el pasado, es reivindicar el futuro.
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