La ciudad amurallada
ANTONIO BADILLO
Lunes, 24 de noviembre 2025, 23:22
Como no tienen ya con qué distraerse, los ojos al fin reparan en el desfile de letras, sobre las que a esa hora de la ... mañana rebota el tibio sol del otoño. Enumeran estas un puñado de municipios riojanos que no tengo el gusto -ni demasiadas ganas- de conocer; les suceden varios valencianos devaluados por el factor proximidad..., y de pronto entre el mejunje toponímico siento congelarse la mirada. Apenas lo leo, «Dos Hermanas (Sevilla)», renuevo promesas, ¿para cuándo ese viaje pendiente al sur?, pues cada vez que mis recuerdos se desperezan enfilan la ruta opuesta. La del norte, del que me quedo con todo. No sabría por dónde empezar. El graznido de gaviotas atronador hasta que de pura insistencia dejas de oírlo mientras escancias sidra en Cudillero; el vértigo agarrado a la mirada según se deja caer por los acantilados del Cabo Peñas; la enigmática torre campanario de Cangas de Onís y las conocidas mareas de San Vicente de la Barquera; los paseos en la península de la Magdalena, regada por las aguas que no quiere la playa del Sardinero; la noche bilbaína entre pinchos por Licenciado Poza, y oculta en su refugio pirenaico la primorosa Andorra. Pero rediez, Sevilla sigue a la espera, cuando no huye de ella el miedo al calor lo hace el no parar de los meses fríos. ¡Busca fecha ahora mismo!, me ordeno enérgico un segundo antes de olvidarlo todo, distraído por el paso de un vinilo reflectante con los colores de España. Mira este con la bandera, comento a mi yo aburrido. Y empiezo a darme conversación. El caso es que siempre me ha intrigado el origen de nuestras cuitas en cuanto el rojo combina con el amarillo, dos franjas contra una, recelo incomprensible en cualquier otro lugar del mundo. Recorro mentalmente la pasarela que lleva del fetichismo sobón de la derecha a la renuncia casi alérgica en la orilla contraria. En esas divagaciones me desenvuelvo cuando deja de interesarme por completo el asunto ante el repentino fulgor escarlata de una luz de freno. ¡So!, ordeno al pie diestro mientras caigo en la cuenta: falta un mes y aún no he comprado la baliza luminosa. Dada mi suerte reciente con las multas de tráfico, a ver si al menos esta la esquivo. Como esquivé de forma inexplicable aquella alergia que me bañó la juventud en estornudos, medito con sonrisa boba al ver procesionar, letras verdes sobre lona gris, la palabra 'Repolen'. Será el nombre de alguna empresa, digo yo, sin tiempo de verificarlo porque migra la vista ociosa de un reclamo a otro. «Transporte de animales vivos», anuncia este, y lo confirman unos morros de cerdo, todavía crudos y coleantes, que asoman por la reja lateral de ventilación sin sospechar que avanzan hacia la plancha. «Peligro, no adelantar por la derecha», reza aquel junto a una bicicleta tachada, y me regalo el chiste de que sería buen eslogan electoral. El olor a gasolina chamuscada ahuyenta la tentación de reírme de mi poca gracia. Miro el reloj. Otra vez tarde. Empotrado entre mastodontes de acero y humo. Atrapado en el bypass, como anoche en la CV-35 y mañana a mediodía en el puente Nou de Octubre. Maldigo no haber consultado Google Maps y maldigo mi papel protagónico en la escenografía del caos: una ciudad amurallada sin murallas, envuelta en trampas; el océano de asfalto; un islote a la deriva, y sobre él este idiota leyendo el lomo de los camiones.
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