Borrar
Urgente Largas colas en la V-30 entre Mislata y Vara de Quart en la mañana de este viernes
Ana Sanz en el rellano de su edificio. Josele Bort.

«Con 83 años he tenido que subir la compra cinco pisos a pie»

Ana Sanz, octogenaria de Catarroja, ha vivido casi un año sin ascensor en su edificio

Nacho Roca

Catarroja

Jueves, 28 de agosto 2025, 13:33

Comenta

Ana Sanz tiene 83 años y desde hace dieciséis reside en un quinto piso de la calle Emilio Ferrer de Catarroja. Desde allí vivió, en primera persona, la devastadora barrancada del 29 de octubre de 2024. Y desde allí ha tenido que enfrentarse también a otro reto que, aunque menos visible, le ha marcado durante meses: vivir sin ascensor. «Han sido nueve meses subiendo y bajando a pie, cargando el bolso con dos o tres cosas cada vez, pero yo pensaba, no me voy a quedar encerrada en casa», explica con serenidad.

El ascensor de su edificio quedó inutilizado tras la inundación que anegó todo el patio. Cuando parecía reparado, una fuga de agua en una vivienda volvió a inundar el foso del elevador, retrasando todavía más su puesta en marcha. «Hasta que no se secó todo bien, no podían arreglarlo», recuerda Ana, que asegura comprender los retrasos porque «había muchos ascensores dañados en toda la zona».

En estos meses, la vida de Ana se ha visto marcada por un esfuerzo cotidiano de subir y bajar los cinco pisos de su finca. «Me paraba en cada rellano a descansar, pero no iba a quedarme en casa. Llegaba arriba con la angustia del calor, pero tenía que salir». Afortunadamente las escaleras no le han pasado excesiva factura en sus rodillas porque como comenta «conozco casos de personas que han tenido que empezar a usar muletas porque les duelen las rodillas de tanto subir las escaleras, mientras que otros todavía siguen sin ascensor y no han podido bajar a la calle».

Para las compras se apañaba con un pequeño bolso. «El carrito no lo podía usar, porque se me iba hacia atrás. Entonces subía poco a poco, con dos o tres cosas». La ayuda de su sobrino, dueño de una tienda de informática cercana, y de los vecinos fue clave. «Siempre me he sentido acompañada. Eso sí, nunca quise aprovecharme de nada. Lo gratuito lo dejaba para quienes lo necesitaban de verdad».

La octogenaria no olvida aquella tarde de octubre. «Fue horroroso. No lo quiero ni recordar», repite varias veces. Ese día, como tantas otras, debía salir a pasear con sus amigas, pero una cancelación de última hora la mantuvo en casa. «Si llego a bajar, no sé qué habría pasado. Me quedé encerrada arriba, oyendo la radio y viendo cómo todo se inundaba».

Su hija, que vive en Alcoy, no pudo acudir hasta días después. Su hijo, en Sedaví, también se vio afectado. Ana dependió entonces de la solidaridad vecinal. «Subían agua, traían comida, ayudaban como podían. Yo siempre digo que lo mío no fue nada comparado con lo de otros. Pienso en las personas que fallecieron y me estremezco».

No es la primera vez que Ana se enfrenta a una inundación. Ha vivido la riada de 1957, la rotura de la presa de Tous en 1982, que afectó a la fábrica de muebles de su marido, y ahora la dana de 2024. «Son cosas que no se olvidan. Cada vez que veo imágenes en la tele me pongo enferma. Pero pienso en positivo: mis hijos están bien y yo sigo aquíۚ».

Su marido falleció hace dos décadas y, desde entonces, Ana ha aprendido a afrontar la vida con fortaleza y pragmatismo. «Soy muy positiva. Prefiero que las ayudas lleguen a quienes lo necesitan. Yo me apaño».

Ana explica que, pese a la dureza, se impuso orden: hacía los recados a primera hora, cuando el calor daba tregua; preparaba bolsas ligeras y se detenía en cada rellano para recuperar el aliento. «Me propuse no perder mis paseos», cuenta. El vecindario fue un apoyo constante: alguien bajaba la basura, otro acercaba la compra, y siempre había quien avisaba cuando venían los técnicos. «No he estado sola». El portal, con marcas aún visibles y el eco de las obras, recordaba cada día lo ocurrido. Cuando el ascensor volvió a funcionar, celebró el primer viaje como un pequeño triunfo. «Lo importante es no rendirse».

Hoy, con el ascensor ya en funcionamiento, Ana se mueve con más tranquilidad. Pero su relato es un testimonio vivo de lo que significa envejecer en un quinto piso sin acceso adaptado en plena catástrofe. Y también una lección de dignidad. «Lo importante no era mi trastero ni el parking, eso no vale nada cuando ves a gente aferrada a una ventana para salvar su vida. Lo mío no fue nada».

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

lasprovincias «Con 83 años he tenido que subir la compra cinco pisos a pie»

«Con 83 años he tenido que subir la compra cinco pisos a pie»