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Un grupo de camareros recoge las mesas de la terraza a altas horas de la madrugada. Un cocinero más estresado de la cuenta vocifera ... durante un servicio realmente frenético. El responsable de limpieza barre el suelo ante la atónita mirada del cliente para que este se dé por aludido. Escenas que resultan cotidianas en la restauración de España son, a decir verdad, muy sintomáticas de la necesidad de transformación dentro del sector. Una condición que comparten tanto la hostelería de guerrilla como la gastronomía de autor, pues en todos los foros, de todos los niveles, se escuchan frases como «no recuerdo el último sábado que pude salir de fiesta con mis amigos», «he pasado por cocinas donde el trato ha sido denigrante»,«mi jefe se empeña en dar demasiados cubiertos», y otra serie de declaraciones anónimas y compartidas.
Analicemos los datos. Es cierto que, en menos de una década, las bajas laborales por ansiedad, estrés y depresión han crecido un 93,6% en todos los sectores, según datos del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS). Sin embargo, resulta curioso que los trabajadores de la hostelería y el comercio registren el pico más alto dentro de esta tipología, con un 12,16%. Y eso que la tasa de absentismo en términos generales no es la más alta, como recuerda Hostelería de España. Según datos de la Asociación de Mutuas de Accidentes de Trabajo (AMAT), un 4,3% de trabajadores de la hostelería falta a diario a su puesto -o lo que es igual, 61 personas no acuden al restaurante-, lo que denota un registro más bajo que el de la industria. «No somos líderes en absentismo por incapacidad temporal, pero dada la estructura de los restaurantes, en su mayoría pymes de menos de 10 trabajadores, cualquier baja genera graves problemas organizativos», valora la confederación nacional.
Imposible no relacionar el registro de ansiedad con la crisis de personal que viene afectando a la hostelería. Ya en 2022, Javier Solsona, jefe del área de formación de Turisme, alertaba: «Si hay empleos que resultan menos atractivos, como es el caso de la sala, nos toca ser competitivos y mejorar las condiciones. La cuestión salarial es importante, pero todavía más los horarios y la estacionalidad». Sería injusto decir que los restaurantes no toman medidas al respeto, como cerrar en domingo u ordenar turnos más conciliadores. «Es uno de los sectores productivos en los que se produce una importante reflexión, e incluso transformación, porque venimos de unos modelos tradicionales donde el equilibrio con la vida personal era casi imposible», comienza su reflexión Pilar del Pueblo, vocal de la Junta del Col·legi Oficial de Psicologia de la Comunitat Valenciana, y especialista en Trabajo, Organizaciones y RRHH.
De la mano de esta experta, profundizamos en algunas claves sobre las que conviene incidir si queremos que la salud mental quede protegida en el marco del restaurante y, por ende, exista mayor capacidad de atracción del talento en los años venideros.
Uno de los factores que más dispara el estrés en la hostelería es el trato directo con el cliente. «Sobre todo en este momento, representa una importante carga mental en cualquier ámbito. Estamos en una sociedad más reactiva e irritable, donde cada vez exigimos más y mostramos menos empatía. Irremediablemente, esto tiene una repercusión en los trabajos de exposición directa al público», analiza la experta. El riesgo psicosocial de estas interacciones no debe minimizarse. «Yo no soportaba los comentarios de los clientes. Que si guapa, que si ven aquí. Que si mucha cara bonita, pero dónde está mi cerveza. En los bares, te piden y te agobian a diario», precisa Sara, de 25 años, que abandonó su puesto como camarera después de la pandemia, y ahora ejerce como comercial. «Tenía claro que no era para toda la vida», apuntala. Y aquí se introduce otro tema sectorial que merece su propio análisis: la eventualidad.
Gran parte del personal hostelero está de paso. No en vano, en los veranos sucesivos de 2022 y 2023, el número de fijos discontinuos creció más de un 100% respecto a las temporadas estivales anteriores, según la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea). «Hablamos de una mano de obra necesaria, por lo que también conviene cuidarla. Por supuesto, con buenas condiciones laborales, pero también, mediante un programa de incentivos, e incluso con modelos de aprendizaje más rápidos y eficientes», considera del Pueblo. Vamos con los fijos. En relación a los que quieren quedarse y desarrollarse profesionalmente en el sector servicios, «es muy importante que vean claro el sistema de promoción y cómo acceder a él. Todo lo que favorezca la autonomía, el sentirse reconocido, la autoeficacia y el autoconcepto termina por repercutir en satisfacción, equipo y compromiso», explica.
En sucesivas entrevistas a hosteleros históricos de la ciudad, avisamos una situación común: la falta de relevo generacional, incluso en el caso de negocios rentables. «La hostelería ha sido un sector excesivamente tolerante al desgaste emocional y a la falta de conciliación. Me llama la atención que, cuando hablas con hosteleros de toda la vida, te dicen que no quieren lo mismo para sus hijos, y eso nos tiene que hacer pensar», reflexiona la psicóloga. En su opinión, «la cultura del sacrificio ha caducado, por lo que urge repensar el modelo», y aconseja sobre el camino a seguir: «Empezaría por una revisión en profundidad, con el objetivo de crear nuevas estructuras, como la formación psicosocial para mandos intermedios, el diseño de turnos humanizados y una prevención contundente del burnout, que por desgracia está muy extendido«.
Se habla mucho de la nueva actitud de los jóvenes frente al mundo profesional: de la menor tasa de perdurabilidad, la mayor exigencia salarial o la poca tolerancia a la frustración, por poner algunos ejemplos. «Desde luego, no podemos generalizar, pero sí estamos viviendo una transformación profunda, tanto de expectativas como de prioridades. La generación Z manifiesta gran inclinación hacia el equilibrio entre vida y trabajo. Si antes vivíamos para trabajar, ahora sucede al revés», comenta del Pueblo. Y es así como llegamos al 'contrato psicológico' o pacto de reciprocidad: los nuevos empleados quieren que la empresa les aporte , en la medida que ellos aportan a la empresa. «Tampoco podemos olvidar la exposición a modelos de éxito rápido en redes sociales. A las anteriores generaciones nos vendían el camino del sacrificio y la jerarquía, pero ahora nos encontramos con gente que no se resigna y decide buscar ingresos de otras maneras», señala la psicóloga sobre los jóvenes.
En 2024, las ausencias laborales por problemas de salud mental registraron 643.861 casos, representando alrededor del 10% del total de bajas. Algo no va del todo bien. «Las empresas, de manera habitual, no le han dado la suficiente importancia a los riesgos psicosociales, pero estamos en un momento en el que deben ser una parte fundamental de su estrategia», considera la experta. Porque sí, un trabajo puede repercutir negativamente en las emociones, pero en este mismo sentido, también puede hacernos sentir mejor y más integrados. Si volvemos al caso de los jóvenes, la mayoría ponen por delante el buen clima laboral y su estabilidad mental. «Para mí es importante trabajar para una persona empática. Si me vas a tratar mal, prefiero quedarme en casa, y trabajar de forma puntual. Gano igual», admite Jairo, de 28.
El cambio es, no solo inevitable, sino además estructural. Ha venido para quedarse y transformar por completo la hostelería que creíamos conocer. En la medida que los negocios lo acepten, podrán integrarlo para sobrevivir. «La digitalización, los nuevos modelos de IA o el trabajo a distancia ya están aquí. Por eso mismo, resulta muy importante tener una buena estrategia de bienestar psicológico y de salud mental, que nos permita enfrentarnos a ello», concluye del Pueblo. Según la Agencia Europea para la Seguridad y Salud en el Trabajo, el 60% de las empresas europeas considera que el bienestar psicológico será un factor clave de atracción y de retención del talento en los próximos años. Este baremo no excluye a la hostelería, que ya está viviendo en sus carnes los efectos, y donde impera la necesidad de transformación.
Así que ni chistar a los camareros ni tampoco estirar sus turnos. Se acabó tratar mal a ciertas partidas de cocina. Evitemos que se quemen las carnes, pero también nuestras plantillas. Porque sólo a través de modelos integradores y, además, sostenibles a largo plazo, se caminará hacia el futuro. El estereotipo romantizado del chef loco ha muerto: nadie quiere ser un zumbado que duerme poco y habla mal a su equipo.
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