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La Virgen, durante el Traslado.

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La Virgen, durante el Traslado. J. J. MONZÓ

«¡Amunt, que no se caiga nunca!»

La Mare de Déu, la Virgen del pueblo, recibe el cariño de miles de personas, con la ausencia del alcalde Ribó por cuarto año consecutivo

Paco Moreno

Valencia

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Domingo, 12 de mayo 2019, 09:27

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«¡Viva la capitana generala!». Pasaban apenas 22 minutos de las diez y media de la mañana cuando la Mare de Déu hacía su entrada con el eco de ese grito en la catedral por la Puerta de los Hierros, dando por finalizado así un Traslado rápido, seguramente uno de los más breves que se recuerdan, multitudinario y repleto de emociones. También caluroso, lo que hizo duplicar la cifra de personas atendidas por Cruz Roja sobre el pasado año. En esta ocasión, 51 incidencias por lipotimias, contusiones, rozaduras y hasta por alguna hipertensión.

Los participantes en el Traslado llevaban ya muchas horas en pie, algunos desde la misa de 'descoberta' o llegados a pie en peregrinación desde los municipios cercanos. Eso, unido a la ausencia del toldo protector y una temperatura superior a los 20 grados centígrados que marcaba el termómetro en Valencia, hizo que las asistencias tuvieran que multiplicarse por la mañana.

Al igual que el pasado año, había interés en ver la gestión de la apertura de puertas del templo mariano. Entonces se abrieron antes de las diez de la mañana con total naturalidad, algo parecido a lo ocurrido ayer. En esta ocasión se realizó por fases, es decir a las nueve y cuarto la trasera y una media hora después la principal.

Desde el primer momento se pedía silencio. Los siseos intentaban mantener el respeto hacia el lugar, al igual que no interferir en la Missa d'Infants que se celebraba a unos metros. «Se ha conseguido abrir la basílica el máximo tiempo posible», decía uno de los responsables por el micrófono instalado junto al altar, repleto de flores y con la tela bajada. «Echaron por favor hacia atrás para que pueda salir la Virgen, de como lo hagamos ahora depende lo que ocurra el año que viene», insistía la misma persona.

«¡Vixca la perla del Túria!» fue uno de los piropos más frecuentes durante el emocionante recorrido

Hasta en tres ocasiones pidió a los fieles que se apartaran de la puerta que comunica con la sacristía y el camarín, sin éxito. «Yo, para que me empujen me voy a mi casa», dijo de manera sorprendente una señora antes de salir con gesto adusto. Precisamente este domingo era el día de los empujones. «Sólo quiero verla, ¿me dejas pasar?» pidió una joven para intentar dirigirse al rincón donde estaba la imagen brillantemente restaurada, que apareció una vez se pudo despejar la zona. «¡Vixca la Mare de Déu!» era el grito más escuchado, cuando las emociones empezaron a aflorar y se mezclaban estrofas del Himno Regional, el Salve a la Virgen y los poetas comenzaban a ser izados en hombros, para dirigirse a los presentes loando a la perla del Túria, como era llamada cada pocos minutos.

«Comportémonos, que nos tilden de fanáticos los enemigos del Traslado», pedían desde la zona próxima al altar. El público se comportaba de manera correcta, incluso cuando la apertura de la puerta principal hizo que entrara una riada de gente desde la plaza de la Virgen. Decenas, por no decir más de un centenar de móviles, intentaban captar la mejor imagen, el vídeo más emocionante, el momento del recuerdo cuando se entonaran los elogios más sentidos.

También había críticas a esto porque como en todas las festividades hay puristas. «A mí no me gusta», decía la componente de un grupo que llegaba en peregrinaje, a tenor de las mismas camisetas y pañuelos que lucían. «¿Cómo vas a aplaudir a la Mare de Déu si tienes el teléfono en la mano?», se preguntaba.

Y a partir de ese momento, todo empezó a ir más rápido. Aparecían niños por encima de las cabezas, llevados en volandas y algunos aguantando bien las decenas de manos que los acercaban a la Patrona para que pudieran tocar el manto de seda, espectacular como todos los años.

Las puertas de la basílica se abrieron antes para evitar tumultos en los minutos anteriores a su salida

Como un reloj, los encargados del Traslado empezaron a mover la imagen a las diez y media de la mañana. La basílica se quedaba pequeña y los chorretones de sudor caían de rostros que sólo tenían ojos para la Mare de Déu. Su salida fue seguida por el izado de la pieza de tela que cubre la imagen en el altar, para demostrar que la Virgen está siempre presente en su casa. Los fieles rompieron a aplaudir y poco a poco, los más animados se unieron al gentío, mientras los representantes de la Iglesia avanzaban poco a poco, escoltados por la Policía Local que hacía pasillo, para ir siempre detrás de la imagen, a una distancia suficiente para permitir al público acercarse.

Fue entonces el turno de los 'eixidors', un grupo de voluntarios que suman un par de centenares de personas que vela porque todo el acto se desarrolle de manera adecuada. Actuaron sin contemplaciones, pero también sin ningún grito en contra, como si todo el público alrededor supiera de la labor tan difícil.

«¡Amunt, que no se caiga nunca!», era una de las consignas más repetidas a lo largo de todo el recorrido. En pocas ocasiones se llegó a ver la imagen inclinada, la verdad. Sí que fue a toda velocidad, lo que rebajó la marca de los 24 minutos del pasado año, seguramente en un intento de protegerla de cualquier daño. Tan sólo se interrumpía la marcha por una razón. «¡Niño, niño!», se escuchaba de vez en cuando, para parar y esperar a que llegaran los infantes en pleno vuelo horizontal para cumplir el rito de tocar el manto y regresar a los brazos de donde habían salido. De puro milagro, pero siempre sin incidentes.

Al llegar a la Casa Vestuario, el inmueble propiedad del Ayuntamiento donde se sitúan los concejales, invitados y falleras mayores, cayeron pétalos de rosa, aunque con la cantidad acostumbrada. «No han repartido nada, sólo había una caja y era para las falleras», comentaron fuentes del grupo popular. El alcalde de Valencia, Joan Ribó, no asistió a ninguno de los actos de ayer en la plaza de la Virgen. Al menos no se le vio. Concluye de esta manera el mandato sin participar en una de las principales fiestas de la ciudad, al argumentar su carácter religioso. Sí que estaba el concejal de Cultura Festiva, Pere Fuset, acompañando a las falleras mayores, mientras que la máxima representación municipal fue la portavoz del gobierno tripartito, la socialista Sandra Gómez, quien acudió a la misa de campaña y a la procesión celebrada por la tarde.

Ribó se perdió el espectáculo que supone contemplar la muralla humana que forman los 'eixidors', similar a una legión romana en perfecta formación para que la imagen mariana siempre estuviera en horizontal, evitando caídas alrededor y girando la curva de la calle Micalet incluso con elegancia a pesar de los gritos de los fieles, deseosos de acercarse. Las prendas de ropa volaban en caminos aéreos de ida y vuelta.

A las 10.52 horas hacía su entrada en la catedral, de espaldas para no dejar de mirar a los devotos. La última oportunidad para una joven que se aferraba a la verja. Lo consiguió, al contrario de cientos de personas que se quedaron con las ganas. La nota oscura del acto, como sucede desde hace lustros, es la presencia de un edificio en ruinas enfrente del Micalet, propiedad del Consistorio, que desluce el paso de la Mare de Déu. El proyecto para su rehabilitación y construcción de una pequeña finca en un solar colindante fue adjudicado hace meses, pero no hay plazos para las obras.

Poco a poco fue volviendo la tranquilidad al gentío. «Vamos a aprovechar para ver los puestos de la escuraeta», respondió un grupo a la pregunta de qué parte del Traslado les había gustado más. «Mientras se marchaban, una de las integrantes exclamó que todo, sin excepción. «Lo que no me gusta es cuando la gente se altera, pero eso no tiene remedio porque es emocionante».

En la calle Avellanas, un mar de tranquilidad con el calor que se cocía en la plaza de la Reina, dos vecinos seguían colocando pacientemente sillas de todo tipo. «Somos vecinos y por eso podemos colocarlas», dijeron a un par de turistas que fotografiaban la curiosa imagen de un espacio vacío repleto de asientos, algunos cogidos con cuerdas.

Para otra ocasión quedará la explicación del acto, dado que el inglés de los vecinos no tenía el vocabulario suficiente para explicar las emociones del día. Ni sentimientos como el de una señora de 90 años que aguantaba pacientemente en la plaza de la Almoina el inicio del acto, sentada en uno de los bancos de piedra a la sombra. «Siempre me gusta venir», contestó. Igual que ella, pensaron miles de personas que abarrotaron la plaza y sus aledaños. Como muestra, el caso de Miguel, ecuatoriano de origen y que iba acompañado por sus hijos. «Han venido por fin para vivir aquí y es uno de los motivos para estar hoy y dar las gracias a la Virgen que llaman de los desamparados».

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