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Cogida a Enrique Ponce en la Feria de Fallas 2019

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Jesús Signes

Enrique Ponce, hospitalizado con pronóstico grave tras una espectacular cogida en la feria de Fallas 2019

El diestro de Chiva resulta herido en el quinto toro en la feria de Fallas

JOSÉ LUIS BENLLOCH

Valencia

Lunes, 18 de marzo 2019

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El maestro Ponce acabó en la enfermería. Una cornada en el muslo y una rodilla destrozada. No hay gozo que cien años dure y menos en el toreo. Ayer la fiesta triunfal de los primeros días se convirtió en tragedia. Lo trae el toro. Nada que reprocharle. Sucedió sin más motivo que la propia esencia del toreo, el riesgo latente, ese peligro de cada tarde siempre agazapado y a la espera. Nadie quiere que pase pero si tuviésemos la certeza de que no iba a pasar, nada sería igual, nada sería igual de grande, ni siquiera Ponce. Era una tarde programada a mayor gloria del maestro, una corrida mixta en la que no creyeron muchos y mucho menos aún la mismísima autoridad veterinaria, que debió atufarse y se puso a desechar toros en otro desvarío mañanero, toros por cierto que acabaron recuperando y compusieron un encierro astifino, serio y poco torero, condición que destrozaba de raíz los remilgos del reconocimiento.

El percance surgió en el toro quinto cuando Ponce, otra vez herido en Fallas, intentaba ligar un molinete invertido con un pase de pecho. El toro le esperó y en cuanto vio el resquicio oportuno alargó la gaita y le prendió. Tremendamente certero, cuando lo lanzó a gran altura ya había hecho presa en el muslo. Una cornada con dos trayectorias que llegaba a atravesarle el glúteo. No fue al parecer lo más grave. Fue al estamparle contra la arena cuando los ligamentos de la rodilla no pudieron resistir el impacto y dijeron basta. Aún intentó el pupilo de Matilla prenderle de nuevo y hasta le lanzó poco menos que un 'crochet' a la cara que pudo tener fatales consecuencias. Fueron momentos dramáticos, volaban capotes y se cruzaban las voces hasta que un quite providencial, un capote amigo, le evitó otro derrote que llevaba las peores intenciones. Quedó pronto claro que el maestro iba herido de consideración. Ya no se pudo levantar. Le izaron las cuadrillas sin que él, tan orgulloso siempre en la plaza, opusiese resistencia. Camino de la enfermería sus gestos de dolor y la taleguilla tinta en sangre confirmaban la importancia del percance. Él, tan maestro y tan seguro, tampoco se escapa de pagar el peaje de la gloria.

Fue la noticia que marcó la tarde. Enrique había vestido con los colores de su Valencia CF, que anda celebrando el centenario de su fundación. Un terno blanco y azabache con su bordado tradicional de las hojas del naranjo que tiene adoptado como propio, y el chaleco en oro como distintivo de su rango. Era, por cierto, dicho para los amigos de las supersticiones, la primera vez en su carrera que lucía de azabache así que… La plaza registró una buena entrada en tarde fresquita, con el viento de siempre generando problemas a los lidiadores e incomodidades a los espectadores. En el ambiente previo flotaba entre los aficionados el recuerdo del Faraón Curro Romero, que tomó la alternativa ese mismo día de las fallas de 1959 con toros del Conde la Corte, detalles, tanto el nombre de la ganadería como el que fuese Valencia escenario del ascenso del mayor ídolo de Sevilla, que todavía no dejan de sorprender. El otro tema de la previa era la resaca del no indulto del toro Horroroso, lamentado prácticamente por unanimidad por toda la prensa nacional y defendido gremialmente por la autoridad que, prietas las filas, se mantiene en sus trece sin el menor atisbo a la reflexión. O sea que el problema no ha sido el «no indulto» sino su intención de persistir.

El maestro Ponce con su primer toro, castaño, astifino y vuelto de pitones, del que era difícil sospechar que había sido desechado por la autoridad veterinaria, anduvo fácil y poderoso, con impecable técnica lidiadora para evitar las tarascadas del ejemplar de la familia Matilla. Lo exprimió, le robó pases por los dos pitones, varios de ellos por el izquierdo tuvieron gran categoría. Mató de una estocada y le concedieron una oreja. Sin querer insistir en lo desnortado que se manifiesta el palco, decir que en otras muchas ocasiones por más le premiaron menos. A su segundo, que se repuchó en varas como aviso previo de su condición de manso, Enrique le dio ventajas como si fuese bravo y pasó lo que pasó.

El segundo hombre en la lidia de a pie fue Toñete, debutante, torero de tierno oficio que no encontró posibilidad de éxito porque no le ayudaron los toros y porque seguramente su presentación en plaza de primera categoría fue prematura. Lo mejor de su actuación fue el arranque genuflexo de su segunda faena cuando la cogida del maestro pesaba en el ambiente. Por su parte, el rejoneador Diego Ventura, gran Diego, ayer no tuvo su mejor día con los toros de Los Espartales. Lo mejor surgió en el cuarto montando a Nazarí y a Dólar, con el que banderilleó sin riendas ni cabezada, lo que le valió finalmente el premio de una oreja.

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