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De izq. a dcha., el enólogo Javier Revert, el floricultor Carles Almiñana, la cultivadora de olivos y almendros Rebeca Sales y el arrocero José Pascual, en la redacción de LAS PROVINCIAS. Irene Marsilla.

Sobrevivir siendo joven en un sector sin relevo generacional: «A la agricultura le falta poner en valor su producto»

Cuatro agricultores de entre 22 y 45 años se reúnen en LAS PROVINCIAS para hablar de la conciliación laboral, la crisis y el futuro de su profesión

Pau Alemany

Valencia

Domingo, 30 de noviembre 2025, 00:20

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Si dedicarse a la agricultura es una 'rara avis' tanto en la Comunitat Valenciana como a escala estatal, más aún lo es hacerlo siendo joven. El relevo generacional en la profesión está en entredicho, ya que cada vez son menos los que se lanzan al campo para ganarse la vida. Ni las condiciones económicas ni las laborales son atractivas para una población que cada vez más se concentra en las ciudades y busca la estabilidad que no siempre ofrecen las cosechas. Pero hay excepciones.

LAS PROVINCIAS ha reunido a cuatro jóvenes agricultores de entre 22 y 45 años con el objetivo de descubrir qué hay detrás de esta decisión. La idea es que relaten qué implica dedicarse a esta profesión en la actualidad y debatan sobre la crisis del sector, sobre cómo llevan la conciliación familiar en un trabajo que requiere tanta entrega y hacia dónde creen que apunta el futuro de la profesión.

Se trata de Javier Revert, enólogo de 43 años; Rebeca Sales, cultivadora de 30 años de olivos y almendros; Carles Almiñana, floricultor de 22 años; y José Pascual, arrocero de 45 años. Los cuatro acuden una tarde de noviembre a la redacción del periódico, previa foto en el sofá externo, para charlar y debatir sobre la realidad de los agricultores, con las especificidades de cada uno. Todos emanan pasión y dedicación por su profesión, aunque remarcan las dificultades para diferenciarse en un sector cada vez más concentrado en grandes empresas o cooperativas y la imprescindibilidad de recibir ayudas y subvenciones para que el sector subsista.

Antes de entrar en los aspectos de debate, algunos datos que contextualizan la realidad de los jóvenes agricultores. De los 52.200 trabajadores que se dedican a este sector, el 68% tiene más de 40 años, según los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) del tercer trimestre de 2025. Son siete puntos porcentuales más que el resto de actividades laborales, donde las franjas jóvenes tienen más peso. Además, la edad media de estos trabajadores del sector primario en 2023 era de 46 años.

Por franjas de edad, hay 1.300 agricultores valencianos que tienen entre 16 y 19 años, lo que supone un 2,5% del total en la región; 3.400 entre 20 y 24 años, lo que equivale a un 6,5% del total; 30.500 entre 25 y 54 años, lo que supone el 58%; y 1.700 de 55 años o más, que recoge el 33% restante.

Relevo generacional

La radiografía que desprenden las cifras la corroboran los cuatro entrevistados. «No hay relevo generacional porque no sale un sueldo digno en la mayoría de los casos», expresa de manera concisa el arrocero, que reside en Sueca. Él comenzó en la profesión a los 16 años, cuando se apuntó a un trabajo al que también se habían dedicado sus antecesores familiares y, desde entonces, ha estado ligado al arroz. «En nuestra zona arrocera, entre 40 y 50 años hay unos 10; entre 30 y 40, unos seis; y entre 20 y 30 solo hay uno», menciona como ejemplo de la falta de continuidad. El mayor de sus dos hijos, de 16 años, ha entrado en la Escuela Familiar Agraria (EFA), explica con orgullo, así que desea que siga sus pasos y pueda seguir dedicándose al negocio. El otro, el de 13, no irá por la misma línea, augura.

También el caso de Javier Revert es una excepción. Sus abuelos eran agricultores en la comarca de la Costera, especialmente de viña, pero también de olivos y almendros —árboles que cultiva Rebeca Sales, casualmente—. Pero, como buena parte de la generación posterior a la guerra civil, la aspiración era que sus hijos estudiaran y llegaran a la universidad. En aquel entonces, aquello era garantía de mejores sueldos y mejores condiciones de vida. Así que Revert, con sus padres ya instalados en el 'cap y casal', se crió en la ciudad.

«Yo estudié ingeniería agrónoma porque a mí, como todos los fines de semana íbamos a la Font de la Figuera [pueblo de sus abuelos], me gustaba mucho la agricultura. Así que, cuando terminé la carrera, empecé a trabajar en una bodega como enólogo, encargándome de la parte de la bodega más que de la del campo», relata. Allí estuvo 15 años, hasta que decidió emprender su propio negocio en la tierra donde, varias décadas atrás, sus abuelos y bisabuelos habían plantado viñas. «Comencé con 5 hectáreas en 2016 y ahora tengo 24. Pero mi objetivo no es crecer en cantidad, sino en el precio», resume Revert.

Tanto el floricultor Carles Almiñana como la propietaria de olivos y almendros en tierras de secano Rebeca Sales también se metieron en el mundo de la agricultura por herencia familiar. En el caso del primero —el más joven de los cuatro citados, de 22 años— ha seguido los pasos de su padre. Él también decidió estudiar en la EFA y, en la actualidad, vende sus productos directamente, con la mínima intermediación.

Por su parte, Sales remarca que la falta de relevo generacional se nota en la cantidad de campos y de parcelas que le ofrecen los vecinos de su municipio de Castellón, que optan por jubilarse. «Es una oportunidad para arrendar tierras de forma barata y, en muchos casos, es probable que te cedan también la maquinaria necesaria para cada cultivo, así que hay oportunidades», comenta, aunque añade que ha llegado un punto en el que ya no da abasto para ocuparse de más parcelas.

Sector en crisis y PAC

Aunque cada uno de los cuatro participantes se dedica a cultivos distintos, hay consenso en que la supervivencia de la agricultura sería prácticamente imposible si no fuera por las ayudas y subvenciones recibidas por la Unión Europea. «El sector no sería rentable ni para las grandes corporaciones», resume Revert. Es por ello que la palabra crisis está continuamente revoloteando por encima de la agricultura, con problemas que van desde las sequías y los temporales a las plagas, pasando por la globalización que obliga a competir con la oferta de todo el mundo.

Precisamente para hacer frente a la irregularidad del sector, tanto a escala estatal como europea, nació la Política Agraria Común (PAC), a la que todos se refieren por sus siglas. Creada en 1962, nació con la misión de aumentar la producción agrícola y de asegurar el suministro de alimentos, aunque ha ido evolucionando para adaptarse a los cambios y a las necesidades actuales. Ofrece apoyo a los agricultores para que tengan un nivel de vida razonable y les otorga estabilidad en los ingresos. Es como un salvavidas para que el sector subsista.

Pero estos objetivos, recogidos en la página web del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, van aderezados de unas trabas burocráticas que, en muchas ocasiones, terminan con la paciencia y la salud mental de los que piden las ayudas. Almiñana, por ejemplo, intentó pedir la ayuda a la primera instalación cuando comenzó su negocio, pero no pudo acceder a ella porque ya tenía ingresos. «La suerte que he tenido es que yo me lo he trabajado todo, sin más ayuda que la de mis padres», expresa el floricultor. Los otros tres también corroboran que dedican más tiempo del que desearían a resolver las trabas administrativas para acceder al dinero que les corresponde.

La burocracia fue uno de los principales problemas que empujaron a miles de agricultores y ganaderos de la Comunitat Valenciana a manifestarse a principios de 2024, con decenas de tractores desfilando por las principales ciudades del país. Los otros se referían a las importaciones de países extracomunitarios, con precios mucho más bajos y controles de productos más laxos; los elevados costes provocados por la guerra de Ucrania y la sequía prolongada y los acuerdos de libre comercio.

El arrocero reconoce que las ayudas para su sector «son bastante buenas», aunque matiza que «solo de la PAC no se come». Y reivindica la capacidad de organización y de convocatoria que han demostrado en las últimas protestas a las que han acudido. «Hemos peleado que las ayudas que recibimos sean así de buenas. Cuando el sector dice 'vamos a hacer una manifestación', volcamos la mesa y llevamos 300 tractores dentro de Valencia. Es también parte del trabajo, perder una mañana para ir a defender tus derechos», detalla.

Conciliación familiar

Otro de los aspectos en los que coinciden los cuatro es que, en el campo, el trabajo no termina nunca. Siempre hay una plantación que acicalar, un campo que desbrozar o una viña que vendimiar. Más aún cuando eres el propietario del negocio, como les ocurre a los agricultores reunidos, ya que siempre da la sensación de que se puede mejorar. Así que es imprescindible saber organizarse y dejar tiempo para el ocio personal, aunque a veces cueste.

El trabajo de campo es una navaja de doble filo para la conciliación con la vida personal. Por un lado, permite tener flexibilidad horaria y distribuir el trabajo en las horas del día que más convenga. Pero, por otro lado, hay temporadas en las que es imprescindible acudir a trabajar en fines de semana, en horarios tempranos o tardíos para evitar el calor. Así le ocurre al enólogo Revert, que entre los meses de mayo y octubre cambia Valencia por la Font de la Figuera para estar cerca de sus viñas en la temporada más intensa.

«Septiembre y octubre son los meses más intensos porque coinciden con la vendimia. Ahí sí que no puedes mirar qué día de la semana es: si toca vendimiar un domingo, pues vendimias un domingo», relata. Eso sí, durante el resto del año, se deja libre la mayoría de fines de semana para poder conciliar.

Sales se dedica el día entero a trabajar sus campos de olivos y almendros. «De sol a sol», resume. En su caso, el horario no es tanto problema porque le da flexibilidad a la hora de organizar el resto de su vida y lo prefiere al de «uno de oficina, en el que tienes que pedir permiso y dar explicaciones a tu jefe». Ahora, más allá del tiempo que dedica a sus parcelas, está aprendiendo a cuidar de animales de granja como gallinas, ya que es probable que termine encargándose de las que forman parte del negocio familiar.

Las vacaciones del floricultor suelen coincidir siempre con temporada no festiva, ya que la mayor carga de trabajo le llega en días de descanso general. Así, fechas señaladas como las Navidades, las Fallas o el Día de Todos los Santos son clave para el negocio, con miles de flores compradas y repartidas, de modo que ni se plantea descansar durante ellas. «Justo la Fallas no es una cosa que eche de menos, así que no me importa tanto trabajar ahí», agrega.

Tanto Pascual como Almiñana han echado mano de algunos de sus familiares para poder sacar el negocio adelante. El arrocero explica que, desde que se jubiló su padre hace tres años, es su mujer la que se encarga de las cuentas de la empresa, ya que a él no le da la vida para estar con todo. «Decidimos conjuntamente que era mejor que se viniera ella a la empresa que tener que iniciar un proceso de contratación con alguien de fuera», detalla. Por su parte, el floricultor se apoya en su hermana, tres años mayor que él. «Ella es quien se encarga de todo el tema de las facturas y de las redes sociales, aunque yo también estoy pendiente», subraya.

Futuro de la profesión

Si se compara la prevalencia de agricultores en la actualidad respecto a hace un siglo se evidencia que es una profesión en declive. La riqueza generada por la agricultura era un buen caldo de cultivo para que la mayoría de gente invirtiera en las tierras, aunque solo fuera para tener una parcela pequeña. Pero esos tiempos son parte del pasado y el sector servicios, impulsado por el turismo, se impuso poco a poco hasta llegar a la contundencia de hoy en día. Así se constata tanto en el peso dentro del Producto Interior Bruto como en la cantidad de trabajadores.

El resultado de las últimas décadas de este viraje es que los campos necesitan estar cada vez concentrados en menos manos para poder ser rentables, tal y como apunta Revert respecto a la vinicultura. Así está ocurriendo al menos en su pueblo y en los alrededores, donde sí que ve cierto dinamismo y cierto retorno por parte de los más jóvenes para hacerse cargo de las parcelas abandonadas. «Hay oportunidades para explorar la profesión debido al abandono de los campos, pero la decisión de volver a los pueblos tiene que ser pasional y vocacional», defiende.

Coincide con este diagnóstico la cultivadora de olivos y almendros de Castellón, que agrega que la tierra se está «vendiendo barata» y que es posible negociar unas buenas condiciones de inicio para que los propietarios de las parcelas las arrienden a buen precio. Mientras comenta este aspecto, Almiñana afirma con la cabeza, ya que así le está ocurriendo a él. «A mí la tierra me la regalan, pero muchas veces tengo que decir que no porque no me da la vida para ocuparme de todo», explica. Además, pone el ejemplo de la evolución de la profesión en las últimas décadas. Su abuelo era propietario de 50 'fanecades' de campos de cítricos y con eso podía vivir. Ahora, él es el encargado de trabajar estas tierras y comenta que con esto puede facturar «unos 25.000 euros al año», a lo que luego tiene que restar los gastos y la inversión previa.

Frente a este panorama, la apuesta de Revert ha sido la espacialización y la diferenciación de su producto. Él tenía claro cuando empezó a plantar en 2016 su propia cosecha que, para poder vivir plenamente de ello, no valía únicamente con producir la uva, sino que tenía también que comercializar sus propias botellas de vino. «La uva en sí vale muy poco, así que tener mi propia bodega es lo que me permite poner en valor la cosecha», destaca, y pone de ejemplo el precio a los que comercializa su vino, que van desde los 20 euros hasta los 60. «Creo que es lo que a veces le falta a la agricultura, poner en valor su producto. Porque este puede ser muy bueno, pero hay que reivindicarlo», expresa.

Lo mismo defiende el floricultor, que no tiene más remedio que diferenciar su producto si quiere abrirse hueco entre las grandes compañías de flores. «Al final, si haces lo mismo que ellos, te ganan por las facilidades de las que disponen». Así que él ha apostado por una flor como las calas. «Soy el único productor que hay ahora mismo en Valencia», zanja.

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