Luengo y Rodilla son los símbolos del alma de la Fonteta
La memoria del pabellón que cierra sus puertas para partidos de baloncesto va ir ligada a la de las dos leyendas que marcaron a tres generaciones
En la previa del último partido oficial de baloncesto en la Fonteta, con los aficionados registrando recuerdos sabedores de que estaban exprimiendo la vida del ... templo, muchos gestos fueron hacia Víctor Luengo y Nacho Rodilla. «Cuando el yayo comenzó a venir, eran los mejores», se escuchó. En un club con casi cuatro décadas de historia, si hay dos jugadores transversales para las tres generaciones que han honrado los asientos del pabellón de Hermanos Maristas son el eterno capitán de Zaidía y el base de Llíria. «La primera vez que pisé la Fonteta fue para ver el partido en el que se ascendió desde Primera B a la ACB contra el Santa Coloma. Fue el 4 de mayo de 1988 y tenía 14 años y tres meses», evoca Luengo. Como si fuera ayer: «En aquel momento jugaba al balonmano y ese verano es cuando me incorporé al equipo cadete del Pamesa. Fiché tres o cuatro meses en Escolapios de Carniceros y cuando acabé allí hice unas pruebas en las antiguas naves, las que estaban ahí en Penya-roja, y entré en septiembre del 88 en el club». Luengo ya sólo salió de la Fonteta para jugar en Gandía en la recta final de su carrera. Ahora, lo que más le impacta es recordar el aspecto del pabellón hace 37 años: «Tenía además de la pista de atletismo que la rodeaba muchas más cosas porque era un pabellón municipal donde se hacían muchos deportes. Había un tatami y una pista para saltar con pértiga. Pasábamos tantas horas allí, con dobles sesiones, que íbamos a comer todos juntos al Bar Amparo. El barrio de la Fuente de San Luis se convirtió también en nuestra casa».
Una de las anécdotas que recuerda Luengo tiene que ver con esa Fonteta original. «Como utilizábamos mucho tiempo el pabellón, los de atletismo protestaban. En un partido tuvimos que aplazar el inicio porque nos tiraron huevos en protesta porque no podían usar la pista mientras entrenábamos. Para mí aquello fue un shock porque tenía 18 años y volaban sobre mi cabeza los huevos. Luego se pusieron gradas tubulares para tener más aforo, que eran retráctiles, y creo que eso también les enfadó más», rememora con una sonrisa.
«La Fonteta es como una especie de teatro de los sueños donde cada uno hemos encontrado la fórmula para ser muy felices, con vivencias que quedan en la retina y que no se van a ir nunca», sentencia Nacho Rodilla. Sin reprimir la emoción «porque se cierra una puerta que ha sido una vida y diría que nos ha dado una vida». El edetano llegó al Pamesa en 1994 y tiene claro que todo lo que se germinó desde entonces hasta el título de la Copa del Rey de 1998 fue clave para todo lo que vino después: «Siempre voy a asociar el recuerdo de la Fonteta al sentimiento de grupo, de pertenencia que teníamos en aquellos vestuarios. Con el paso del tiempo, haremos como hacen los abuelos que te cuentan batallitas e historietas. Contaremos a nuestros nietos las nuestras, como cuando llegabas por la entrada a la Fonteta y hasta llegar al vestuario tenías que acceder abajo y pasabas por un corredor enorme». Un recuerdo que, tras la reforma, tiene el punto álgido para Rodilla en la noche donde el Pamesa se coronó como campeón continental en 2003: «Cuando levantamos aquí el primer título europeo de la historia del Pamesa tuve un sentimiento de defender lo nuestro junto a los nuestros. Ya habíamos sido campeones de Copa pero desde entonces se habló de Valencia como campeón de Europa. Y lo hicimos en casa. En una Fonteta llena. Esa comunión entre todos los equipos que han pasado y la grada también forma parte del legado de la Fonteta y eso no se tiene que perder en el Roig Arena». Una historia que no se entiende «sin el empujón inicial entre Juan y Fernando Roig» y con figuras clave como la de Miki Vukovic: «Nos ayudó a crecer porque era mucho más que un entrenador de baloncesto. Siempre nos decía que le gustaba ver la Fonteta llena y que algunos se las ingeniaran para estar en los pasillos o las escaleras para vernos jugar».
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