Valencia según Virginia Lorente: la ciudad paseada y dibujada
La artista exhibe las creaciones que le inspiran sus recorridos por un territorio que le parece «sexi» y que tiene «mucho que contar»
La ciudad se pasea también en bici. Y se dibuja por supuesto. Es un trámite sencillo. Se detiene la caminata, se saluda a ese rincón ... o ese edificio que pasan tantas veces desapercibidos. Ingresan en la galería de imágenes del móvil y una vez en casa, mientras su recuerdo sigue palpitando en la imaginación, hay quien disfruta del talento de la ilustradora Virginia Lorente para inmortalizar esa estampa y darle una nueva vida. Valencia de repente se transforma en la ciudad que siempre hemos visto, pero es además una ciudad distinta. Las imágenes que cuelgan durante este mes de la librería Bangarang sirven para comprobar que hay tantas Valencias como miradas se fijen en ella. Y que tan importante son los lapiceros o los rotuladores como las zapatillas que gastemos para recorrerla. O la bici que ella maneja para alcanzar ese propósito que late de fondo a sus peripecias e ilumina sus criaturas: que las calles se acomoden al ritmo de sus pedaladas, aprovechando que le permite detener la marcha en cualquier esquina y además añade otro atributo singular a su proyecto: la velocidad calmada que transmite ir en bicicleta y activa una escala muy particular en sus itinerarios por Valencia. No por cualquier Valencia, sino la que anida en su corazón: dice que esta exposición es un proyecto «muy personal» y avala esta opinión con palabras que definen certeramente su intención. «
En realidad, estas diez imágenes (estampas de La Pagoda, por ejemplo, o de la sede de la Confederación del Júcar) se detonaron a través de otras, las que componen esa obra maestra llamada 'Caro diario'. Viendo la película treinta años después, y asombrándose por cómo había impactado en su ánimo el paso del tiempo, creyó llegada la hora de imitar al mago Nanni Moretti. En lugar de la Vespa, se subió a la bicicleta como suele para radiografiar la ciudad con una mirada distinta, más curiosa tal vez. «Quería volver a ver Valencia con el mismo cariño de siempre», explica, «pero hacerlo a través de recorridos que yo suelo hacer un poco por azar y fijándome en edificios que por lo que sea me llaman la atención. No son emblemáticos, aunque algunos sí, pero son los que te guiñan un ojo. Los que te tienes que parar a mirar». ¿Por ejemplo? Cita el edificio Moroder, de robusta y enigmática belleza, o las apabullantes Torres del Turia, hijas también de una clase de arquitectura que requiere para ser admirada de una sensibilidad muy afinada entre quienes la observa. Y de un espíritu predispuesto para el paseo, hábito al que se entrega cuando tropieza por Blasco Ibáñez (otro ejemplo) con maravillas como la Facultad de Filosofía, no por habitual menos memorable y hace lo que debiera hacer todo paseante: «De repente, me convierto en peatón». Se acomoda en un banco, mira el edificio, deja que vuele la fantasía… Y de la caminata, al papel.
Un trayecto que ella camina mediante un proceso de ilustración dominado por su capacidad para la síntesis: condensar en una imagen los sentimientos que activa en su caminata la estampa de (otro ejemplo) el edificio del antiguo Rectorado de la Universitat cuando sale a su encuentro. Un proceso que se activa por un procedimiento muy personal: «Yo lo recreo. Y mientras lo recreo, me pregunto por qué me gusta y me entonces noto que estoy ilustrando sólo lo que me interesa de ese edificio. Quiero concebir la idea original del proyecto». «Hay muchos detalles que son añadidos pero ese volumen original, esa idea inicial… Me gusta darle ese énfasis: voy a contar lo que a mí me interesa del edificio. Y así se convierte en un retrato».
¿Y se pierde algo de ese espíritu inquieto por el camino? Ella sonríe. Dice que de la copia al original, hay una distancia que quien contemple sus obras deberá recorrer poniendo a funcionar su propia curiosidad, procurando que no haya demasiada mediación entre el proceso de crear y el resultado de su trabajo. Le gusta recurrir a colores planos, formas puras… Que nada se interponga en la experiencia de quien observa sus ilustraciones: que quienes visiten la exposición vea en sus creaciones lo que ella vio un día, los juegos de volúmenes que le llamaron la atención cuando decidió plasmar un edificio, las sombras que dominan otro segundo, la secuencia de toldos que confieren un ritmo particular a este tercero… Y que el resultado de sus peripecias, mitad pintadas y mitad paseadas, rindan homenaje al auténtico destinatario de sus inquietudes, la ciudad de Valencia. «Hay otras ciudades que te pueden interesar pero no tienen para mí ese arraigo emocional. Y Valencia es una ciudad maravillosa, muy especial. Es sexi. Me gusta reivindicarla. Ya es el momento de contarla, porque hay mucho que contar. Y ya está bien de tanta autocrítica».
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