La Valencia de Miquel Navarro viaja a Madrid
El artista inaugura una exposición con su obra más reciente: piezas donde recalca su voluntad de convertir lo local «en universal»
Una Pantera Rosa a escala, réplica de la monumental y divertida escultura que saluda a los valencianos desde la rotonda junto al Parque Central, viajó ... este miércoles a Madrid. Forma parte de la última producción de su creador, el artista Miquel Navarro, para quien las etiquetas de escultor, pintor o cualquier otra manera de describir su incesante actividad se queda corta. Navarro es la imaginación andante, en permanente ebullición. Habla con un entusiasmo juvenil que desmiente su condición de casi octogenario (ingresa en esa franja de edad a finales de este mes) de su obra más reciente, que termina de embalar mientras atiende a LAS PROVINCIAS con esa clase de discurso donde late su creatividad incandescente, con ese punto de fervor tan contagioso. «La exposición va a quedar muy bien», recalca durante la entrevista. Y añade: «Estoy muy ilusionado, quiero que se vea al Miquel Navarro de siempre: en estas piezas está todo lo que soy como artista».
¿Y quién es ese Navarro al que alude? Medita unos segundos antes de responder, tal vez porque acepta que, siendo una figura de talla internacional bien conocida, dotado además de ese punto de reconocimiento popular que nace al menos en Valencia del contacto de su obra (como la citada Pantera Rosa) con la ciudadanía, todavía hay una veta de su personalidad cuya auténtica sustancia se reserva para sí mismo. Así que luego de esa pausa, el artista de Mislata acaba confesando que su trayectoria se puede definir recurriendo a una serie de conceptos que también atraviesa la obra que se verá en la galería madrileña Distrito 001 (calle Goya, 44) a partir del día 11. A saber: hasta allí viajarán con él ideas que ha explorado siempre como la sensualidad («O la sexualidad», matiza), el lirismo tan presente en sus piezas de mayor tamaño, la poética tan precisa que distingue por ejemplo las pequeñas terracotas que forman parte de esta exposición. O esa Pantera Rosa facturada en aluminio que sirve para el cartel de una muestra que opera como una especie de todo Navarro: producción más antigua remasterizada ahora para esta ocasión como consecuencia de un incansable, y meritorio, esfuerzo por desdoblarse. Ser el artista que ya conocemos aunque en permanente reinvención.
Un artista por lo tanto, como apunta el propio interesado, capaz de conjugar «lo local y lo universal». Lo comenta a propósito de esa serie de piezas que le acompañan en este viaje desde su estudio valenciano hasta la sala madrileña, porque en ellas palpita la huella identitaria tan arraigada al territorio y tan presente en toda su carrera que satisface sin embargo las expectativas de todo potencial espectador: quien se acerque a esta inminente exposición explorará con Navarro sus piezas inéditas, como su inspiradora fábrica de harina valenciana que aborda desde sus postulados metafísicos («Hay poesía en la metafísica», observa), siempre al servicio de esa vocación por la materialidad más sensual. Serigrafías donde aborda obsesiones reiteradas en su imaginario (la luna y el sol, esos dos misteriosos desconocidos), mediante no sólo serigrafías. También se maneja con la soltura habitual en la disciplina del collage, hasta componer un todo deudor de una máxima que proclama con un punto de orgullo matizado con la sonrisa pícara de siempre: «Sigo siendo Miquel Navarro».
¿Y cómo es este renovado Miquel Navarro? ¿Más sabio? Se toma de nuevo unos instantes y por fin contesta: «Más elaborado». Lo dice a propósito de esa habilidad suya, tal vez recién descubierta, para la síntesis. Para formalizar en una única exposición su tendencia a rebuscar la inspiración en el pasado, incluso el remoto, y actualizar su discurso para las exigencias del arte moderno. «Es una exposición muy contemporánea», enfatiza. «Presento piezas de cerámica, modeladas hace veinte años que he actualizado ahora, y han quedado muy bonitas», añade. Y con una nueva breve carcajada, marca de la casa, se despide para seguir embalando sus obras, donde asegura que se esconden una serie de pistas de anteriores trabajos muy reconocibles para el espectador bien informado, algunas sutilmente conectadas con la vertiente más surrealista de su estilo, feliz de haber cumplido con uno de sus propósitos primordiales: «Es otra manera de ver Valencia».
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