
La verdad es sólo una
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El teatro Talía acoge un duelo de dos grandes actricesIgnacio Amestoy (Bilbao, 1947) es uno de los más reputados autores españoles por su manejo de los conflictos personales o históricos, con obras como 'Ederra', ' ... Doña Elvira, imagínate Euskadi', 'Dionisio Ridruejo. Una pasión española', o su acercamiento a la familia de los borbones desde 'Violetas para un Borbón' hasta su reciente publicación, 'Todo por la corona'.
Amestoy suele partir en sus obras desde la esfera pública de los personajes para hallar en la intimidad la causas pasadas y presentes del conflicto. Así sucede también en 'Malditos tacones', un enfrentamiento entre dos mujeres exitosas y poderosas. La más mayor es Victoria Burton, administradora de una familia de empresarios ancestral, y la más joven, María García, abogada dueña de un bufete de prestigio. Pero hay un hecho del pasado ocultado que provoca la visita de María a Victoria para descubrir la verdad, aunque pueda ser dolorosa.
El texto de Amestoy demuestra su domino de la dramatización con diálogos fluidos y buen suspense, aportando datos progresivamente y giros que despejan incógnitas hasta saber lo ocurrido en estas dos almas irreconciliables. Sus conocimientos teatrales quedan explícitos con las referencias a mitos clásicos griegos: Medea, Electra, Edipo, las amazonas y, sobre todo, Agamenón, cuya sombra se percibe en un personaje referido. También en el manejo de la anagnórisis, recurso utilizado como sorpresa para saber la verdad, con momentos que evitamos comentar para no hacer 'spoiler'.
TEATRO. Autor: Ignacio Amestoy. Dramaturgia y dirección: Magüi Mira. Intérpretes: Luisa Martín y Olivia Molina. Teatro Talía (Hasta el 23 de febrero)
Por el texto desfilan temas como la condición de la mujer, los abusos sexuales, el machismo, la «justicia para ricos», la tutela influyente desde la distancia y la necesidad de libertad, con una magnífica réplica de María al final: «la libertad» frente a «mi libertad». Pero es una pena que la dirección de Magüi Mira, con su oficio sobradamente demostrado en 'Festen', 'Consentimiento', 'Los mojigatos' y su magnífico 'Adios, dueño mío', no se haya ajustado a las exigencias del texto. Le ha dado una aceleración rítmica excesiva y abrumadora y hay momentos donde los diálogos chocan. Es necesario dejar que el público digiera la palabra para que las ideas se aposenten en su interior pero aquí pasan volando. Incluso la escenografía de Curt Allen y Leticia Gañán, un cuadrado rotatorio, incrementa la artificiosidad de la propuesta, aunque la iluminación de Manuel Guerra le dé los tonos necesarios para olvidarse pronto de los giros de la plataforma.
A pesar de los momentos de sobreactuación, como la escena del recuerdo ardiente del chico del tenis, Luisa Martín y Olivia Molina ofrecen una soberbia exhibición interpretativa. Expresan a la perfección sus opuestos caracteres, aunque el hecho pasado podría unirlas, con la dicotomía entre los mitos clásicos referenciales de Victoria frente al pragmatismo del derecho romano defendido por María, 'auctoritas' y 'potestas'. Martín, que ya se lució en la anterior dirección de Magüi Mira ('Salomé'), y Olivia Molina alcanzan su momento cumbre en sendos duros monólogos sinceros, fundamentales para entender las razones que han provocado el conflicto y mostrar sus heridas profundas interiorizadas, sus grandes secretos. En ellos sí hay un tono y un ritmo adecuados para llegar al espectador.
Afortunadamente, María y Victoria son tan fuertes, aunque planee sobre ellas la sombra de los hombres, que nos ponen sobre sus tacones para entender su comportamiento; unos tacones simbólicos. Porque quitárselos significa sincerarse. La verdad no ofrende: duele cuando se descubren las cicatrices tapadas por un ropaje.
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