El jardín que se lee como un museo: la doble obra maestra de Todolí
El exdirector del IVAM medita en una publicación reciente sobre la relación entre la naturaleza y el ser humano y el poder transformador del arte
Página final de 'Quisiera crear un jardín (y verlo crecer)'. Última línea de texto: «Qué es acaso un jardín sino un autorretrato». La frase nacida ... de la inspiración de Vicente Todolí, prestigiosa personalidad de la escena artística valenciana, española e internacional, encarna el atributo principal del libro que acaba de editar Espasa: una escritura donde late la introspección autobiográfica, pero al servicio de una reflexión de orden superior sobre la relación del ser humano con la naturaleza, activada a partir de sus paseos y meditaciones entre el fabuloso arsenal de cítricos que cuida en su jardín de Palmera. El libro, de muy amena lectura, contiene mensajes de calado; el primordial, entender que en la médula de cada disciplina artística reside lo que él entiende como maravillosa inutilidad: lo grave es ligero y lo en apariencia liviano detona sin embargo de un mensaje transformador, que Todolí materializa con extrema naturalidad a través su propia persona, mientras escribe, habla y camina entre naranjos, limoneros y otras cumbres de la creación hasta alcanzar la conclusión central, que sirve tanto para comprender su obra recién publicada como su huerto: «Esto es como vivir dentro de un museo: una experiencia inmersiva».
El exdirector del IVAM abrillanta con esta clase de reflexiones la caminata por su propiedad, anidada en un discreto rincón de su localidad natal, corazón de la comarca de la Safor. Parece dichoso y al mismo tiempo inquieto, incapaz de resistirse a la antigua pulsión, la veta prodigiosa que habita en su personalidad: ese carácter inconformista que le llevó a embarcarse en su juventud en un viaje (un viaje iniciático) desde la Valencia donde estudiaba Historia del Arte a la Venecia que tanto le fascinó y cambió para siempre su mirada y también su identidad. Lo cuenta con mucho estilo en su libro y lo explica, a ratos ensimismado, mientras guía el paseo por su jardín, que esta mañana de primavera recibe con el azahar estallando y el sol filtrando sus rayos entre las hojas del arbolado. Salvo un caso: un ejemplar de cítrico llamado 'Poncirus trifoliata', el único de hoja caduca.

«Esto es como vivir dentro de un museo: una experiencia inmersiva»
Vicente Todolí
Es una de las múltiples rarezas de arrebatada belleza que Todolí enseña al visitante filtrando igualmente él sus propios rayos. Lanza frases al aire como dardos muy certeros, que impactan entre quienes acompañan sus pasos y se detienen ante las mesas que jalonan el recorrido. En cada una de ellas se ofrece una cata de los cítricos que rodean el paraje; la mayoría, frutos desconocidos para el profano que Todolí reivindica como una manera de estar en el mundo. Incluso como una manera de estar en la Historia: invita a pensar en nuestra civilización como una aventura asociada a la epopeya de estos cultivos nacidos en las faldas del Himalaya hace millones de años y transitar con ellos hasta la convulsa encrucijada que hoy atraviesa nuestra cultura. Es otro viaje, también iniciático, para quienes participan con su cicerone de esta suerte de epifanía colectiva empadronada en Palmera. Un descubrimiento tras otro, casi a cada paso: como el propio descubrimiento personal y profesional que Todolí imprime en las páginas de su libro, que opera como una suerte de guía de viajes, igual que el alojado en otro jardín célebre: el de los senderos que se bifurcan, imaginado por Borges.
En efecto, caminar por este enclave encantador equivale a repasar la vida y obra de Todolí, pero al mismo tiempo el paseante puede tomar otro itinerario y conversar con la amiga naturaleza que sale a su encuentro a cada zancada y, por supuesto, discurrir por ese tercer trayecto que plantea este libro cuya lectura tanto conmueve. Es también un ejercicio múltiple, porque en sus páginas vemos al Todolí adolescente, en permanente estado de observación, transformado en el audaz personaje en que se acaba convirtiendo, con una envidiable agenda de contactos (el Gotha mundial del arte contemporáneo duerme en su móvil) y en una personalidad cosmopolita que jamás reniega (más bien, al contrario) de sus raíces valencianas: ese Todolí cuyo corazón palpita entre Palmera y la Vall de la Gallinera, el paisaje arrasado por un incendio cruel que devastó su finca de olivos. El Todolí que emigra a Estados Unidos, Inglaterra, Portugal... Los destinos que forjan su personalidad, sabia y curiosa. El Todolí decisivo para el nacimiento del IVAM, el que recuerda con afecto a quienes han compartido con él sus proyectos por medio mundo, con dedicatoria especial para sus paisanos: los Llorens, Alborch y Alfaro a quienes rinde tributo en las páginas más emocionantes de su libro. El Todolí crítico con la deriva de ciertas vertiente del arte actual (es ilustrativo su capítulo sobre los museos enciclopédicos) y disconforme con la evolución de la arquitectura como rama del 'star system, de la que salva por cierto a David Chipperfield...
Y el Todolí, en fin, de tono sosegado, que habla entre murmullos y se permite a menudo un rasgo de ironía, ese suave humor socarrón tan valenciano. Leerle cuando está tan reciente la travesía por su jardín dota de una nueva vida a sus escritos, que se saborean como este fruto al que llama mordisco de Adán, sutil poesía en un dulce bocado. Los aterciopelados cítricos que acaricia con su mano mientras cruza por el Umbracle o su breve bosque de cidras y apunta a los cítricos de hermosa nomenclatura y primorosa estampa: la mano de buda de color púrpura , el enigmático dragón volador... O los que llegaron de la lejana Australia y encierran una lección reveladora: Valencia, como gran tierra acogedora para la naturaleza y también para la humanidad. Y una enseñanza adicional: todo jardín es una biografía. Y por supuesto un autorretrato.
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